14/12/2017, 21:26
Su anterior viaje a la ciudad de Tane-Shigai le había levantado la curiosidad sobre el resto de ciudades de Oonindo en las que se encontraban los palacios de los Señores Feudales, por lo que había decidido que visitaría todas y cada una de ellas, para así empezar a conocer mejor el mundo que le rodeaba, por lo que, tras debatirse entre todas las posibilidades decidió que su siguiente destino sería Shinogi-To.
Allí se encontraba, había llegado por la mañana y, como prácticamente todo el viaje desde que se había adentrado en las tierras del País de la Tormenta, estaba lloviendo a mares, tanto que el joven estaba calado hasta los huesos a pesar de llevar su capa de viajes, que estaba pensada para evitar que el agua la traspara, de un color azul marino y que dejaba a la vista únicamente sus ojos y parte de la nariz.
A pesar de las lluvias que azotaban la ciudad, los habitantes, que de seguro estaban más que acostumbrados, se habían comenzado a reunir en gran número en la plaza central del pueblo, cualquiera que hubiera estado paseando o simplemente que estuviera un poco pendiente de lo que pasaba por las calles se habría percatado de que un gran número de personas se dirigían hacia allí, unos a la carrera mientras metían prisa a sus acompañante, otros con paso más moderado pero con la misma curiosidad y Riko, que se encontraba por la zona, no iba a ser menos.
En cuanto llegara a la plaza central, de un tamaño considerable se daría cuenta de que la habían cubierto con una lona, que simulaba una carpa de circo dada su forma puntiaguda, pero de un colo mucho más sobrio, un azul oscuro algo desgastado y en el centro de la misma se podían leer unos carteles desde todas las direcciones.
Los carteles formaban un cuadrado, y en el centro del mismo se situaban dos hombres, uno alto y gordo, el otro de altura media y claramente musculado, que miraban a su alrededor, esperando para comenzar a dar un discurso.
Allí se encontraba, había llegado por la mañana y, como prácticamente todo el viaje desde que se había adentrado en las tierras del País de la Tormenta, estaba lloviendo a mares, tanto que el joven estaba calado hasta los huesos a pesar de llevar su capa de viajes, que estaba pensada para evitar que el agua la traspara, de un color azul marino y que dejaba a la vista únicamente sus ojos y parte de la nariz.
A pesar de las lluvias que azotaban la ciudad, los habitantes, que de seguro estaban más que acostumbrados, se habían comenzado a reunir en gran número en la plaza central del pueblo, cualquiera que hubiera estado paseando o simplemente que estuviera un poco pendiente de lo que pasaba por las calles se habría percatado de que un gran número de personas se dirigían hacia allí, unos a la carrera mientras metían prisa a sus acompañante, otros con paso más moderado pero con la misma curiosidad y Riko, que se encontraba por la zona, no iba a ser menos.
En cuanto llegara a la plaza central, de un tamaño considerable se daría cuenta de que la habían cubierto con una lona, que simulaba una carpa de circo dada su forma puntiaguda, pero de un colo mucho más sobrio, un azul oscuro algo desgastado y en el centro de la misma se podían leer unos carteles desde todas las direcciones.
LOS PRIMEROS JUEGOS DE SUPERVIVENCIA
Los carteles formaban un cuadrado, y en el centro del mismo se situaban dos hombres, uno alto y gordo, el otro de altura media y claramente musculado, que miraban a su alrededor, esperando para comenzar a dar un discurso.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»