15/12/2017, 13:15
Daruu soltó una carcajada.
—No pasa nada, pero recordemos que esto es una misión —respondió, acercándose y extendiendo una mano hacia ella para ayudarla a levantarse. Se levantó, se acercó a ella y le prestó una mano para ayudarla a levantarse. Ella aceptó con un pequeño mohín y se impulsó hacia arriba—. Me gusta combatir contigo, Ayame, de verdad que me gusta. Pero creo que desde la parte de cuando me cogías del cuello y yo te derribaba, ha sido más improvisación que algo planeado. No me importa improvisar un poco, pero... puede salir MAL.
—Lo sé... —murmuró ella, abrazándose un costado.
—De modo, que intentemos algo más controlado. A ver, las armas grandes ya hemos dicho que no. ¿Puedes repetir la estocada al pecho, pero con un kunai? Hagámoslo lento —Daruu dio un salto hacia atrás, y volvió a colocarse en la misma posición en la que había quedado después de derribarla anteriormente. Ayame le devolvió una mirada dubitativa—. Venga, vamos, cariño.
Tres palabras. Tres simples palabras bastaron para que el rostro de Ayame adquiriera el color de los claveles.
Ayame se mantuvo estática durante unos instantes, como si estuviera procesando lo que acababa de oír, y entonces giró sobre sus talones, dándole la espalda, y comenzó a rebuscar en el cajón de las armas entre movimientos torpes y agitados.
«¿Qué ha dicho? ¿Quéhadicho? ¿QUÉ HA DICHO? ¿QUÉHADICHO? ¡¿QUÉHADICHO?!» Se sentía ligeramente mareada.
Sus manos se detuvieron cuando encontró lo que buscaba. Un kunai de plástico de tres puntas con un extraño filo ondulado de cuyo mango sobresalían dos tiras de tela que ondeaban en el aire.
—Antes de eso... ¿puedo hablar contigo? —preguntó al cabo de varios segundos, con un hilo de voz temblorosa. Pero aún seguía negándose a mirarle directamente a la cara—. No lo he hablado con nadie aún pero... necesito contárselo a alguien —tomó aire y volvió a soltarlo de forma lenta y con parsimonia—. Desde el Torneo de los Dojos... Bueno, desde la final más bien, me da miedo combatir. —Se mordió el labio inferior, con los ojos anegados de lágrimas y un ardiente nudo en la base de la garganta—. No sé muy bien por qué, pero... lo que ocurrió contra ese Uchiha, me atormenta cada día... Fallé mi promesa, ni siquiera fui capaz de darle un golpe... perdí de forma humillante... y toda la gente estaba mirándome y... y... —aferró con fuerza el mango del kunai, pero ya era demasiado tarde, las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Sus sentimientos iban mucho más allá de lo que era capaz de explicar con palabras. Eran demasiados los sentimientos negativos que había acumulado de aquel lugar que se había convertido en un infierno para ella en los últimos días.
—No pasa nada, pero recordemos que esto es una misión —respondió, acercándose y extendiendo una mano hacia ella para ayudarla a levantarse. Se levantó, se acercó a ella y le prestó una mano para ayudarla a levantarse. Ella aceptó con un pequeño mohín y se impulsó hacia arriba—. Me gusta combatir contigo, Ayame, de verdad que me gusta. Pero creo que desde la parte de cuando me cogías del cuello y yo te derribaba, ha sido más improvisación que algo planeado. No me importa improvisar un poco, pero... puede salir MAL.
—Lo sé... —murmuró ella, abrazándose un costado.
—De modo, que intentemos algo más controlado. A ver, las armas grandes ya hemos dicho que no. ¿Puedes repetir la estocada al pecho, pero con un kunai? Hagámoslo lento —Daruu dio un salto hacia atrás, y volvió a colocarse en la misma posición en la que había quedado después de derribarla anteriormente. Ayame le devolvió una mirada dubitativa—. Venga, vamos, cariño.
Tres palabras. Tres simples palabras bastaron para que el rostro de Ayame adquiriera el color de los claveles.
Ayame se mantuvo estática durante unos instantes, como si estuviera procesando lo que acababa de oír, y entonces giró sobre sus talones, dándole la espalda, y comenzó a rebuscar en el cajón de las armas entre movimientos torpes y agitados.
«¿Qué ha dicho? ¿Quéhadicho? ¿QUÉ HA DICHO? ¿QUÉHADICHO? ¡¿QUÉHADICHO?!» Se sentía ligeramente mareada.
Sus manos se detuvieron cuando encontró lo que buscaba. Un kunai de plástico de tres puntas con un extraño filo ondulado de cuyo mango sobresalían dos tiras de tela que ondeaban en el aire.
—Antes de eso... ¿puedo hablar contigo? —preguntó al cabo de varios segundos, con un hilo de voz temblorosa. Pero aún seguía negándose a mirarle directamente a la cara—. No lo he hablado con nadie aún pero... necesito contárselo a alguien —tomó aire y volvió a soltarlo de forma lenta y con parsimonia—. Desde el Torneo de los Dojos... Bueno, desde la final más bien, me da miedo combatir. —Se mordió el labio inferior, con los ojos anegados de lágrimas y un ardiente nudo en la base de la garganta—. No sé muy bien por qué, pero... lo que ocurrió contra ese Uchiha, me atormenta cada día... Fallé mi promesa, ni siquiera fui capaz de darle un golpe... perdí de forma humillante... y toda la gente estaba mirándome y... y... —aferró con fuerza el mango del kunai, pero ya era demasiado tarde, las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Sus sentimientos iban mucho más allá de lo que era capaz de explicar con palabras. Eran demasiados los sentimientos negativos que había acumulado de aquel lugar que se había convertido en un infierno para ella en los últimos días.