21/12/2017, 03:14
Perderse es algo habitual para tan patosa kunoichi, el verdadero reto para ella era justamente llegar a destino a tiempo y sin tirarse al menos una hora buscando indicaciones de alguien. Por lo general, el desastre se limitaba al interior de la aldea shinobi, jamás fuera, pero tristemente, al graduarse aquella chica se vería obligada a salir más seguido, a veces completamente sola y ese fue el error que cometió aquel hombre que le pidió que llevase un saco de mercancía hasta Yachi.
Efectivamente, la idea era llegar desde Kusagakure hasta Yachi, un pueblo del país de la Tormenta, pero gracias a su pésimo sentido de la orientación, Ryōtarō Ritsuko fue a parar hasta la otra punta del mapa, en el país del Fuego.
Para todos los que conocían a aquella melancólica joven, era obvio que no llegaría a destino fácilmente, que se tiraría mucho tiempo fuera, perdida y buscando indicaciones en cada lugar donde hubiese gente y probablemente también intentaría recurrir a la ayuda de bestias. Otra cosa muy distinta era que la ayudasen, es decir, ¿cuándo se vio que un animal te responda…? No respondan.
Curiosamente, luego de tirarse varios días perdida, llegó hasta un bosque bastante bonito. Solo se veía verde, y alguno que otro río que en teoría podría llegar a ayudarla de alguna manera, lamentablemente no era un bosque del país del que ella procedía, al contrario, seguía en el País del Fuego así que orientarse le fue imposible.
—Joo… —se quejaba mientras deambulaba con dos mochilas colgadas a la espalda.
Una tenía suministros para sobrevivir al viaje y el segundo la mercancía.
En cualquier caso, la pelirroja era consciente de que la temperatura del ambiente seguía bajando y el viento era cada vez más agresivo, ni siquiera el adorno en su cabello lograba cumplir su única función y la extensa cabellera de la joven flameaba al viento como la de cualquier otra persona.
«Nunca más »se dijo a sí misma en lo que se buscaba un buen lugar para refugiarse, por desgracia, un animal —presuntamente grande— soltó un rugido lo suficientemente cerca de la chica como para asustarla.
Nada la perseguía realmente, pero tampoco había nada que la detuviese a correr tan rápido como pudiera. Salvo una roca con la que tropezó y rodó cuesta abajo, milagrosamente cayendo sobre hierba y tierra blanda aunque claro, los golpes se los llevó.
Rodó y rodó hasta quedar tumbada boca arriba a los pies de un árbol.
—Puta vida —fue lo primero que dijo estando agitada y golpeada, pero por lo menos no se había roto nada y estaba completa, físicamente hablando al menos.
No se movería de allí por un buen rato, prefería esperarse a recuperar la sensibilidad en cada extremidad y la verdad, estaba cómoda allí, con las piernas en alto apoyadas contra el tronco del árbol y el resto del cuerpo descansando sobre la hierba.
—Odio mi vida —decía para sí misma sin ser consciente que alguien podía escucharla, alguien que estaba descansando a los pies de ese mismo árbol, solo que del otro lado.
Efectivamente, la idea era llegar desde Kusagakure hasta Yachi, un pueblo del país de la Tormenta, pero gracias a su pésimo sentido de la orientación, Ryōtarō Ritsuko fue a parar hasta la otra punta del mapa, en el país del Fuego.
Para todos los que conocían a aquella melancólica joven, era obvio que no llegaría a destino fácilmente, que se tiraría mucho tiempo fuera, perdida y buscando indicaciones en cada lugar donde hubiese gente y probablemente también intentaría recurrir a la ayuda de bestias. Otra cosa muy distinta era que la ayudasen, es decir, ¿cuándo se vio que un animal te responda…? No respondan.
Curiosamente, luego de tirarse varios días perdida, llegó hasta un bosque bastante bonito. Solo se veía verde, y alguno que otro río que en teoría podría llegar a ayudarla de alguna manera, lamentablemente no era un bosque del país del que ella procedía, al contrario, seguía en el País del Fuego así que orientarse le fue imposible.
—Joo… —se quejaba mientras deambulaba con dos mochilas colgadas a la espalda.
Una tenía suministros para sobrevivir al viaje y el segundo la mercancía.
En cualquier caso, la pelirroja era consciente de que la temperatura del ambiente seguía bajando y el viento era cada vez más agresivo, ni siquiera el adorno en su cabello lograba cumplir su única función y la extensa cabellera de la joven flameaba al viento como la de cualquier otra persona.
«Nunca más »se dijo a sí misma en lo que se buscaba un buen lugar para refugiarse, por desgracia, un animal —presuntamente grande— soltó un rugido lo suficientemente cerca de la chica como para asustarla.
Nada la perseguía realmente, pero tampoco había nada que la detuviese a correr tan rápido como pudiera. Salvo una roca con la que tropezó y rodó cuesta abajo, milagrosamente cayendo sobre hierba y tierra blanda aunque claro, los golpes se los llevó.
Rodó y rodó hasta quedar tumbada boca arriba a los pies de un árbol.
—Puta vida —fue lo primero que dijo estando agitada y golpeada, pero por lo menos no se había roto nada y estaba completa, físicamente hablando al menos.
No se movería de allí por un buen rato, prefería esperarse a recuperar la sensibilidad en cada extremidad y la verdad, estaba cómoda allí, con las piernas en alto apoyadas contra el tronco del árbol y el resto del cuerpo descansando sobre la hierba.
—Odio mi vida —decía para sí misma sin ser consciente que alguien podía escucharla, alguien que estaba descansando a los pies de ese mismo árbol, solo que del otro lado.