21/12/2017, 11:22
—¿Oh? —Eri se volvió hacia ella, parecía notablemente sorprendida por la pregunta lanzada—. Ah, bah, no necesito ningún premio. Solo quiero un poco de reconocimiento. —admitió, y Ayame ladeó la cabeza ligeramente, ignorante de que bajo las palabras de la pelirroja se escondía una motivación mucho mayor.
«Parece que siente una verdadera vocación por la música.» Meditó, y aquel pensamiento hizo nacer una nueva pregunta en su mente.
Pero un repentino chillido restalló en sus oídos, distrayéndola momentáneamente. Y cuando Ayame se estaba preguntando qué había sido eso, escuchó el estallido de los aplausos del público mientras el artista en cuestión se retiraba y daba paso a una pareja de ancianos.
—¿Nunca has querido ser algo más que una kunoichi? —le preguntó Eri de repente, devolviéndola a la realidad. Ayame, sorprendida por la cuestión, volvió la cabeza hacia ella, pero la pelirroja no la estaba mirando.
—Pues no lo sé... —murmuró al cabo de varios segundos, sosteniéndose el mentón con una mano—. Nunca me he parado a pensarlo, la verdad... En mi familia todos son shinobi, y desde que era pequeña sentí una verdadera fascinación viendo a mi hermano en sus entrenamientos de la academia... Si me lo preguntas, ni siquiera sé qué haría si no fuera kunoichi —rio.
No conservaba muchos recuerdos de cuando era una niña, pero si algo se le había quedado grabado en la memoria era precisamente observar a su hermano practicando con kunais de hielo que él mismo creaba. Aunque lo que de verdad le había fascinado de él había sido precisamente su habilidad, sus movimientos fluidos y al mismo tiempo firmes y, sobre todo, sus creaciones con el hielo que empuñaba como arma.
—Si tanta vocación sientes por la música, ¿por qué te hiciste kunoichi y no música? —Al final no pudo contener la pregunta que pugnaba por salir de sus labios.
«Parece que siente una verdadera vocación por la música.» Meditó, y aquel pensamiento hizo nacer una nueva pregunta en su mente.
Pero un repentino chillido restalló en sus oídos, distrayéndola momentáneamente. Y cuando Ayame se estaba preguntando qué había sido eso, escuchó el estallido de los aplausos del público mientras el artista en cuestión se retiraba y daba paso a una pareja de ancianos.
—¿Nunca has querido ser algo más que una kunoichi? —le preguntó Eri de repente, devolviéndola a la realidad. Ayame, sorprendida por la cuestión, volvió la cabeza hacia ella, pero la pelirroja no la estaba mirando.
—Pues no lo sé... —murmuró al cabo de varios segundos, sosteniéndose el mentón con una mano—. Nunca me he parado a pensarlo, la verdad... En mi familia todos son shinobi, y desde que era pequeña sentí una verdadera fascinación viendo a mi hermano en sus entrenamientos de la academia... Si me lo preguntas, ni siquiera sé qué haría si no fuera kunoichi —rio.
No conservaba muchos recuerdos de cuando era una niña, pero si algo se le había quedado grabado en la memoria era precisamente observar a su hermano practicando con kunais de hielo que él mismo creaba. Aunque lo que de verdad le había fascinado de él había sido precisamente su habilidad, sus movimientos fluidos y al mismo tiempo firmes y, sobre todo, sus creaciones con el hielo que empuñaba como arma.
—Si tanta vocación sientes por la música, ¿por qué te hiciste kunoichi y no música? —Al final no pudo contener la pregunta que pugnaba por salir de sus labios.