2/01/2018, 13:39
Después de algo más de media hora de caminata los muchachos avistaron, a un lado del sendero, el primer santuario. Para cuando llegaron junto a la humilde construcción en honor a alguna deidad favorable con los viajeros, Ralexion y Ritsuko ya estaban calado hasta los huesos; probablemente había sido una mala elección el rechazar cubrirse de la lluvia, que les había empapado sin piedad. Eso, junto al viento frío de Invierno, provocó que ambos empezaran a tiritar incontroladamente y a encontrarse realmente mal. Su resistencia a los elementos —y, en general, a todo lo que fuese una agresión para sus menudos cuerpos de genin— no era precisamente elevada. Aquel tembleque y malestar provocado por un incipiente resfriado les haría la misión mucho más complicada.
Al examinar más de cerca el santuario pudieron identificar sin ningún género de dudas que se trataba de una pequeña y humilde construcción que encajaba totalmente con el estilo arquitectónico religioso de Mori no Kuni. Al contrario que los lugares de culto de otros países, que se construían con grandes dimensiones y caros materiales para asombrar al espectador, allí los jinja eran de reducido tamaño y buscaban fundirse con el paisaje, no dominarlo.
El santuario se encontraba, sin embargo, en visible mal estado. Las tejas del tejado habían sido arrancadas casi por completo, y los tablones de madera de la parte interior se habían podrido debido a la incesante lluvia. Además, el letrero que colgaba sobre el espacio para ofrendas había sido arrancado y partido en dos.
No parecía haber ninguno de los monjes por los alrededores, pero los chicos si vieron que les habían dejado junto al santuario los materiales y herramientas necesarios para el trabajo en varias cajas de madera cubiertas por un improvisado toldo de tela. Dos martillos, dos serruchos y una caja con varios clavos, un bote de tinta negra y un pincel grande. Varios tablones de madera de distinto tamaño y grosor, y una caja con varias hileras de tejas.
Al examinar más de cerca el santuario pudieron identificar sin ningún género de dudas que se trataba de una pequeña y humilde construcción que encajaba totalmente con el estilo arquitectónico religioso de Mori no Kuni. Al contrario que los lugares de culto de otros países, que se construían con grandes dimensiones y caros materiales para asombrar al espectador, allí los jinja eran de reducido tamaño y buscaban fundirse con el paisaje, no dominarlo.
El santuario se encontraba, sin embargo, en visible mal estado. Las tejas del tejado habían sido arrancadas casi por completo, y los tablones de madera de la parte interior se habían podrido debido a la incesante lluvia. Además, el letrero que colgaba sobre el espacio para ofrendas había sido arrancado y partido en dos.
No parecía haber ninguno de los monjes por los alrededores, pero los chicos si vieron que les habían dejado junto al santuario los materiales y herramientas necesarios para el trabajo en varias cajas de madera cubiertas por un improvisado toldo de tela. Dos martillos, dos serruchos y una caja con varios clavos, un bote de tinta negra y un pincel grande. Varios tablones de madera de distinto tamaño y grosor, y una caja con varias hileras de tejas.