2/01/2018, 18:52
El joven no tenía ningún problema con la lluvia, pero el viento se trataba de un pájaro de otro cantar. Tras poco menos de unos quince minutos de incesante desagrado, el Uchiha comenzó a sentir como su organismo se iba viendo afectado por el resfriado en estado de incubación.
Estornudó repetidas veces y eventualmente se cruzó de brazos, más por sentirse algo protegido del azote de la naturaleza que por otro motivo. No medió palabra alguna, se aseguró de mantener el rostro lo más impávido posible a pesar de su precaria situación y siguió adelante. No quería oír ningún "te lo dije".
Casi suspiró de alivio al ver el primer templo en el horizonte. Sabía que no encontraría ningún tipo de cobijo en él pero al menos podía comenzar a trabajar y tratar de distraer la mente. El trío se detuvo frente a la pequeña edificación y Ralexion echó un vistazo a los daños. «Alguien se ha puesto las botas con esto, pobre santuario...», se dijo, apenado. No era especialmente religioso, pero no alcanzaba a comprender los motivos por los que alguien se podría dedicar sistemáticamente a mancillar pequeños monumentos como ese, que no le hacían daño a nadie.
Acto seguido reparó en el toldo. El pelinegro se aproximó a las herramientas, que habían sido mejor resguardadas que su propia persona.
—Manos a la obra... —afirmó tratando de ocultar que les chasqueaban los dientes debido a que tiritaba— Tenemos que reemplazar los tablones, las tejas y hacer un cartel nuevo. ¿Qué tarea queréis cada una? A mí me es indiferente... pero démonos prisa, por favor.
Estornudó repetidas veces y eventualmente se cruzó de brazos, más por sentirse algo protegido del azote de la naturaleza que por otro motivo. No medió palabra alguna, se aseguró de mantener el rostro lo más impávido posible a pesar de su precaria situación y siguió adelante. No quería oír ningún "te lo dije".
Casi suspiró de alivio al ver el primer templo en el horizonte. Sabía que no encontraría ningún tipo de cobijo en él pero al menos podía comenzar a trabajar y tratar de distraer la mente. El trío se detuvo frente a la pequeña edificación y Ralexion echó un vistazo a los daños. «Alguien se ha puesto las botas con esto, pobre santuario...», se dijo, apenado. No era especialmente religioso, pero no alcanzaba a comprender los motivos por los que alguien se podría dedicar sistemáticamente a mancillar pequeños monumentos como ese, que no le hacían daño a nadie.
Acto seguido reparó en el toldo. El pelinegro se aproximó a las herramientas, que habían sido mejor resguardadas que su propia persona.
—Manos a la obra... —afirmó tratando de ocultar que les chasqueaban los dientes debido a que tiritaba— Tenemos que reemplazar los tablones, las tejas y hacer un cartel nuevo. ¿Qué tarea queréis cada una? A mí me es indiferente... pero démonos prisa, por favor.