5/01/2018, 17:43
Todo intento fue inútil.
Las puertas permanecían cerradas a cal y canto, de los grifos, imposibles de cerrar, seguía manando aquel extraño líquido amarronado de naturaleza desconocida, y la cocina seguía inundándose a una velocidad antinatural.
—Maldita sea... esto no va bien... —murmuraba Ayame para sí, que no conseguía encontrar ninguna salida adicional.
Un súbito chapoteo la sobresaltó.
—¡Jin! —escuchó la voz de Juro.
—¿¡Dónde está!? —preguntó, con un hilo de voz. Pero no había rastro del muchacho, y Ayame sintió una extraña congoja en su interior que iba mucho más allá de la mera preocupación.
Y es que, un absurdo e inexplicable sentimiento en su interior se lamentaba de haber perdido a Jin. Todos debían permanecer unidos. Él era necesario. Todos ellos eran necesarios si querían salir de allí... vivos.
El nivel del líquido seguía subiendo, y pronto el deseo de Ayame de no tocar aquel fue imposible de cumplir. Asqueada, horrorizada, y sintiéndose terriblemente sucia, se vio pronto obligada a abandonar su refugio en las encimeras, ya inútiles, y nadar para no verse surmergida en el lodo.
«Si es que es sólo lodo de verdad...»
Tan concentrada estaba en mantenerse a flote que ni siquiera se dio cuenta de que Juro también había desaparecido. Con el el líquido al nivel de la barbilla, pataleaba y braceaba con desesperación por mantenerse a flote y el creciente sentimiento de indignación creciendo en su pecho. Ella era el agua. ¿Cómo iba a ahogarse? En condiciones normales, sólo le bastaría utilizar su técnica de hidratación para deshacer su cuerpo en agua y evitarlo. Pero aquellas no eran condiciones normales. Lo intentó de nuevo, pero, tal y como esperaba, seguía sin poder utilizar sus habilidades. Era como si fuera una civil normal más. No sólo estaba sumergida en un líquido de dudosa naturaleza, sino que además iba a verse ahogada en aquel.
—R... Riko-san... —suplicó ayuda, pero él estaba en las mismas condiciones que ella.
Y al final terminó por agotarse de patalear. Se hundió. Y las lágrimas se agolparon en sus ojos.
«Se acabó. Este es mi final. Ahogada y contaminada.» Fue su último pensamiento, cargado de rabia, antes de que todo se oscureciera a su alrededor.
Jamás volvería a ver a sus seres queridos. Ni siquiera había tenido la oportunidad de despedirse de su familia o de Daruu...
Pero el destino no parecía estar de acuerdo con ella. O eso, o simplemente sintió lástima por su situación.
Abrió los ojos con una profunda inspiración, sus pulmones agradecidos de volver a catar el oxígeno. Estaba tirada de cualquiera manera, aún empapada, pero bajo ella ya no había aquel suelo de ajedrez, sino de madera desgastada y oscura con parches de alfombra roja.
De alguna manera, habían salido de la cocina.
— A-Ayame... —Escuchó una voz junto a ella.
—R... Riko-san... ¿Dónde están los demás...? —murmuró, aún aletargada. Quiso volverse hacia él, pero se dio cuenta de que él tenía la mirada fija más allá de su posición.
Y, con un terrible escalofrío, se levantó y se giró en aquella dirección. Y casi deseó no haberlo hecho. Un hombre los miraba con fijeza.
No.
Más bien la miraba a ella.
Ayame se estremeció, incapaz de apartar la mirada del desconocido, y retrocedió un paso, pálida como la cera.
—¿Q-Quien... eres? preguntó Riko, reproduciendo las dudas de ambos en voz alta.
Pero Ayame no estaba segura de querer conocer la respuesta. ¿Podría tratarse de uno de los cazadores de los que habían estado huyendo? ¿Ya los habían encontrado? ¿Y ahora qué harían? No tenían armas. No tenían sus técnicas. Ayame miró de reojo a Riko. ¿Podrían fiarse de sus cuerpos para defenderse?
Las puertas permanecían cerradas a cal y canto, de los grifos, imposibles de cerrar, seguía manando aquel extraño líquido amarronado de naturaleza desconocida, y la cocina seguía inundándose a una velocidad antinatural.
—Maldita sea... esto no va bien... —murmuraba Ayame para sí, que no conseguía encontrar ninguna salida adicional.
Un súbito chapoteo la sobresaltó.
—¡Jin! —escuchó la voz de Juro.
—¿¡Dónde está!? —preguntó, con un hilo de voz. Pero no había rastro del muchacho, y Ayame sintió una extraña congoja en su interior que iba mucho más allá de la mera preocupación.
Y es que, un absurdo e inexplicable sentimiento en su interior se lamentaba de haber perdido a Jin. Todos debían permanecer unidos. Él era necesario. Todos ellos eran necesarios si querían salir de allí... vivos.
El nivel del líquido seguía subiendo, y pronto el deseo de Ayame de no tocar aquel fue imposible de cumplir. Asqueada, horrorizada, y sintiéndose terriblemente sucia, se vio pronto obligada a abandonar su refugio en las encimeras, ya inútiles, y nadar para no verse surmergida en el lodo.
«Si es que es sólo lodo de verdad...»
Tan concentrada estaba en mantenerse a flote que ni siquiera se dio cuenta de que Juro también había desaparecido. Con el el líquido al nivel de la barbilla, pataleaba y braceaba con desesperación por mantenerse a flote y el creciente sentimiento de indignación creciendo en su pecho. Ella era el agua. ¿Cómo iba a ahogarse? En condiciones normales, sólo le bastaría utilizar su técnica de hidratación para deshacer su cuerpo en agua y evitarlo. Pero aquellas no eran condiciones normales. Lo intentó de nuevo, pero, tal y como esperaba, seguía sin poder utilizar sus habilidades. Era como si fuera una civil normal más. No sólo estaba sumergida en un líquido de dudosa naturaleza, sino que además iba a verse ahogada en aquel.
—R... Riko-san... —suplicó ayuda, pero él estaba en las mismas condiciones que ella.
Y al final terminó por agotarse de patalear. Se hundió. Y las lágrimas se agolparon en sus ojos.
«Se acabó. Este es mi final. Ahogada y contaminada.» Fue su último pensamiento, cargado de rabia, antes de que todo se oscureciera a su alrededor.
Jamás volvería a ver a sus seres queridos. Ni siquiera había tenido la oportunidad de despedirse de su familia o de Daruu...
. . .
Pero el destino no parecía estar de acuerdo con ella. O eso, o simplemente sintió lástima por su situación.
Abrió los ojos con una profunda inspiración, sus pulmones agradecidos de volver a catar el oxígeno. Estaba tirada de cualquiera manera, aún empapada, pero bajo ella ya no había aquel suelo de ajedrez, sino de madera desgastada y oscura con parches de alfombra roja.
De alguna manera, habían salido de la cocina.
— A-Ayame... —Escuchó una voz junto a ella.
—R... Riko-san... ¿Dónde están los demás...? —murmuró, aún aletargada. Quiso volverse hacia él, pero se dio cuenta de que él tenía la mirada fija más allá de su posición.
Y, con un terrible escalofrío, se levantó y se giró en aquella dirección. Y casi deseó no haberlo hecho. Un hombre los miraba con fijeza.
No.
Más bien la miraba a ella.
Ayame se estremeció, incapaz de apartar la mirada del desconocido, y retrocedió un paso, pálida como la cera.
—¿Q-Quien... eres? preguntó Riko, reproduciendo las dudas de ambos en voz alta.
Pero Ayame no estaba segura de querer conocer la respuesta. ¿Podría tratarse de uno de los cazadores de los que habían estado huyendo? ¿Ya los habían encontrado? ¿Y ahora qué harían? No tenían armas. No tenían sus técnicas. Ayame miró de reojo a Riko. ¿Podrían fiarse de sus cuerpos para defenderse?