8/01/2018, 14:10
(Última modificación: 8/01/2018, 14:39 por Aotsuki Ayame.)
—Espera... espera —farfulló Daruu, tembloroso. Ayame no había sido completamente consciente de la magnitud de su ataque, por lo que se sorprendió al verle así, débil e intentando reincorporarse mientras se colocaba de nuevo la máscara que ocultaría su identidad. Un pinchazo de culpabilidad sacudió su pecho; y, sin embargo...—. ¿Un Genjutsu auditivo? Qué malvada eres, no tengo Byakugan en las orejas —sonrió, tonteando.
Pero Ayame no pudo reprimir una sonrisa maligna.
—En eso consiste —replicó.
Harta de ojos especiales que eran capaces de ver el chakra de los genjutsus normales, Ayame había combinado su arte para las técnicas sonoras y las ilusiones. Obviamente, aquello no evitaría que lo siguiera viendo, pero sus ilusiones auditivas contaban con la ventaja de la sorpresa al entrar por el oído y no por la vista.
—Pues no lo sé, Ayame. Takeuchi-san nos dijo que trabajaríamos el guión un poco más tarde, pero tengo la sensación de que nos está dejando a ciegas a propósito —respondió él al fin, acomodándose el cuello y masajeándose un hombro. Ayame dejó escapar el aire por la nariz. Si había una cosa que le incomodaba era, precisamente, la improvisación. Odiaba no tener las cosas planeadas de antemano. Daruu se acercó a ella—. ¿Qué te parece si lo dejamos por ahora, nos cambiamos, y visitamos el escenario en la terraza, como nos dijo?
—¡Claro!
Y así lo hicieron. Después de recoger todo lo que habían utilizado y de volver a calzarse sus usuales y cómodas ropas de siempre (Ayame no pudo evitar sentir un profundo alivio cuando dejó de estar embutida en aquel ceñido traje), ambos salieron a la terraza. El lugar, protegido de la incesante lluvia por el resto del edificio, ocupaba todo el diámetro de la torre. Un anillo de pilares en la circunferencia y rodeando el escenario sostenían el techo. Junto a las escaleras, había dos barras con camareros.
—Esto es enorme... —balbuceó Ayame, pálida como la cera, mientras sus ojos nerviosos recorrían la ingente cantidad de mesas y sillas que poblaba el ligar. Por primera vez en el transcurso de la misión, era consciente de la cantidad de gente que iba a verla actuar.
—Disculpen, ¿son ustedes los genin que van a representar el espectáculo? —les interpeló uno de los camareros.
—Esto... sí. Sí.
—Takeuchi-senpai nos dijo que podían disfrutar de barra libre durante la tarde de hoy, así que si quieren algo... Aquí me tienen —sonrió, afable, con una sencilla reverencia.
Y Ayame se sonrojó hasta las orejas, insegura ante aquella hospitalidad.
—Eh... esto... entonces, ¿me pone una Ame-Cola, ¿por favor?
Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada de reojo, torciendo el gesto en un claro gesto de rechazo.
—Para mí... una botella de agua, por favor —pidió, sin embargo, con simpleza.
Una vez servidas las bebidas, ambos se dirigieron a una de las mesas cercanas a la tarima. Ayame no dejó de mirar la lata que sostenía Daruu, como si de un monstruo se tratara; ni siquiera cuando se sentó en la silla y abrió su propia botella.
—El escenario es considerablemente más pequeño que la sala de entrenamiento —observó Daruu, al tiempo que abría su lata con un sonoro clack—. Eso significa que vamos a tener que controlar muy bien lo que hacemos.
—Es cierto —respondió, escueta, y se llevó la botella a los labios. Hasta que no pegó el primer sorbo no se dio cuenta de lo sedienta que estaba.
—Esas rampas serán para subir los carros de los señores feudales —continuó, señalando las dos rampas que se encontraban a ambos lados del escenario antes de hacer lo mismo con el fondo montañoso que habían dispuesto como decoración—. Y esas montañas tienen una tarima arriba del todo, ¿lo ves? Tiene que formar parte de la obra.
—¿Para qué puede servir una tarima ahí arriba...? —Se preguntó en voz alta.
—Si conseguimos dar con Takeuchi-san más tarde, deberíamos preguntarle con exactitud cuál es el guión. Me siento un poco a ciegas.
—Es cierto. Ni siquiera sabemos quién debe perder, si es que alguno de los dos pierde. —Una sonrisilla soñadora asomó a sus labios—. Quizás en el último momento uno de los dos termina destapado y resulta que en realidad se conocían de antes. ¡O quizás terminen enamorados! ¡Una situación de amor imposible en el último momento, como en esas películas!
Pero Ayame no pudo reprimir una sonrisa maligna.
—En eso consiste —replicó.
Harta de ojos especiales que eran capaces de ver el chakra de los genjutsus normales, Ayame había combinado su arte para las técnicas sonoras y las ilusiones. Obviamente, aquello no evitaría que lo siguiera viendo, pero sus ilusiones auditivas contaban con la ventaja de la sorpresa al entrar por el oído y no por la vista.
—Pues no lo sé, Ayame. Takeuchi-san nos dijo que trabajaríamos el guión un poco más tarde, pero tengo la sensación de que nos está dejando a ciegas a propósito —respondió él al fin, acomodándose el cuello y masajeándose un hombro. Ayame dejó escapar el aire por la nariz. Si había una cosa que le incomodaba era, precisamente, la improvisación. Odiaba no tener las cosas planeadas de antemano. Daruu se acercó a ella—. ¿Qué te parece si lo dejamos por ahora, nos cambiamos, y visitamos el escenario en la terraza, como nos dijo?
—¡Claro!
Y así lo hicieron. Después de recoger todo lo que habían utilizado y de volver a calzarse sus usuales y cómodas ropas de siempre (Ayame no pudo evitar sentir un profundo alivio cuando dejó de estar embutida en aquel ceñido traje), ambos salieron a la terraza. El lugar, protegido de la incesante lluvia por el resto del edificio, ocupaba todo el diámetro de la torre. Un anillo de pilares en la circunferencia y rodeando el escenario sostenían el techo. Junto a las escaleras, había dos barras con camareros.
—Esto es enorme... —balbuceó Ayame, pálida como la cera, mientras sus ojos nerviosos recorrían la ingente cantidad de mesas y sillas que poblaba el ligar. Por primera vez en el transcurso de la misión, era consciente de la cantidad de gente que iba a verla actuar.
—Disculpen, ¿son ustedes los genin que van a representar el espectáculo? —les interpeló uno de los camareros.
—Esto... sí. Sí.
—Takeuchi-senpai nos dijo que podían disfrutar de barra libre durante la tarde de hoy, así que si quieren algo... Aquí me tienen —sonrió, afable, con una sencilla reverencia.
Y Ayame se sonrojó hasta las orejas, insegura ante aquella hospitalidad.
—Eh... esto... entonces, ¿me pone una Ame-Cola, ¿por favor?
Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada de reojo, torciendo el gesto en un claro gesto de rechazo.
—Para mí... una botella de agua, por favor —pidió, sin embargo, con simpleza.
Una vez servidas las bebidas, ambos se dirigieron a una de las mesas cercanas a la tarima. Ayame no dejó de mirar la lata que sostenía Daruu, como si de un monstruo se tratara; ni siquiera cuando se sentó en la silla y abrió su propia botella.
—El escenario es considerablemente más pequeño que la sala de entrenamiento —observó Daruu, al tiempo que abría su lata con un sonoro clack—. Eso significa que vamos a tener que controlar muy bien lo que hacemos.
—Es cierto —respondió, escueta, y se llevó la botella a los labios. Hasta que no pegó el primer sorbo no se dio cuenta de lo sedienta que estaba.
—Esas rampas serán para subir los carros de los señores feudales —continuó, señalando las dos rampas que se encontraban a ambos lados del escenario antes de hacer lo mismo con el fondo montañoso que habían dispuesto como decoración—. Y esas montañas tienen una tarima arriba del todo, ¿lo ves? Tiene que formar parte de la obra.
—¿Para qué puede servir una tarima ahí arriba...? —Se preguntó en voz alta.
—Si conseguimos dar con Takeuchi-san más tarde, deberíamos preguntarle con exactitud cuál es el guión. Me siento un poco a ciegas.
—Es cierto. Ni siquiera sabemos quién debe perder, si es que alguno de los dos pierde. —Una sonrisilla soñadora asomó a sus labios—. Quizás en el último momento uno de los dos termina destapado y resulta que en realidad se conocían de antes. ¡O quizás terminen enamorados! ¡Una situación de amor imposible en el último momento, como en esas películas!