8/01/2018, 16:58
Cuando Datsue y Eri bajasen las escaleras de madera que conducían a la planta baja se encontrarían a su compañero Uchiha ya esperándoles fuera de la posada. La tarde ya estaba avanzada y el cielo se había cubierto de nubes grises, aunque no lo suficientemente oscuras como para significar un presagio de lluvia inminente. El viento frío de Otoño se había intensificado en fuerza, y ahora era muy molesto caminar por las anchas calles de Ichiban si uno no buscaba activamente el abrigo de las casas.
Claro que, aquellos tres muchachos eran ninjas de Uzushiogakure no Sato, la Aldea Oculta entre los Remolinos. Aquel vendaval era como una brisa para ellos, acostumbrados a entrenarse entre las fuertes corrientes de la costa.
Tras pasar por su habitación, Akame se había puesto la bandana de Uzu anudada en la frente, llevaba su vieja espada a la espalda y el resto de su equipamiento ninja donde solía; muslo derecho un portaobjetos, cintura otro. Cuando Eri y Datsue salieran de la taberna, el muchacho ya les estaría esperando con las llaves de la mansión del señor Takeda en la mano.
—Vamos —les apremió.
Apenas cinco minutos después los genin ya habrían dejado las casas de Ichiban atrás para, cruzando el pequeño pueblo, llegar hasta los confines de la propiedad del señor Takeda. Ya desde lejos se podía intuir, sin lugar a dudas, la enorme figura de la mansión —que contrastaba con cualquier otro edificio de Ichiban—, rodeada de una valla metálica de aspecto descuidado y antiguo. Cuando los muchachos se plantaron en la entrada, un arco de piedra vetusto coronado por una inscripción que era ya ininteligible, pudieron ver la extensión de aquella finca.
Frente a ellos había, una vez superado el arco de piedra de la entrada, un sendero pedregoso de apenas dos docenas de pasos que llevaba hasta la entrada principal del caserío. La extensión de la parcela bordeaba también los laterales de la mansión, y se extendía también por detrás en la forma de un jardín trasero de razonable tamaño. A pesar de haber estado habitado muy recientemente, la parte de fuera no parecía cuidada en absoluto; había malas hierbas y matojos por todas partes, el cesped hacía tiempo que había dejado de ser verde para adoptar un tono amarronado, y los pocos árboles que allí había estaban mustios y secos.
En cuanto a la mansión en sí, a simple vista se podía distinguir que tenía dos pisos, con varias ventanas ubicadas donde debían estar las habitaciones. La entrada principal era un portón de considerable tamaño y doble hoja, con una gruesa cerradura de hierro negro que se abría con la llave que Akame llevaba en la mano. Quizá por detrás hubiera otras entradas, pero al menos en el frontal esa era la única que podía divisarse.
Claro que, aquellos tres muchachos eran ninjas de Uzushiogakure no Sato, la Aldea Oculta entre los Remolinos. Aquel vendaval era como una brisa para ellos, acostumbrados a entrenarse entre las fuertes corrientes de la costa.
Tras pasar por su habitación, Akame se había puesto la bandana de Uzu anudada en la frente, llevaba su vieja espada a la espalda y el resto de su equipamiento ninja donde solía; muslo derecho un portaobjetos, cintura otro. Cuando Eri y Datsue salieran de la taberna, el muchacho ya les estaría esperando con las llaves de la mansión del señor Takeda en la mano.
—Vamos —les apremió.
Apenas cinco minutos después los genin ya habrían dejado las casas de Ichiban atrás para, cruzando el pequeño pueblo, llegar hasta los confines de la propiedad del señor Takeda. Ya desde lejos se podía intuir, sin lugar a dudas, la enorme figura de la mansión —que contrastaba con cualquier otro edificio de Ichiban—, rodeada de una valla metálica de aspecto descuidado y antiguo. Cuando los muchachos se plantaron en la entrada, un arco de piedra vetusto coronado por una inscripción que era ya ininteligible, pudieron ver la extensión de aquella finca.
Frente a ellos había, una vez superado el arco de piedra de la entrada, un sendero pedregoso de apenas dos docenas de pasos que llevaba hasta la entrada principal del caserío. La extensión de la parcela bordeaba también los laterales de la mansión, y se extendía también por detrás en la forma de un jardín trasero de razonable tamaño. A pesar de haber estado habitado muy recientemente, la parte de fuera no parecía cuidada en absoluto; había malas hierbas y matojos por todas partes, el cesped hacía tiempo que había dejado de ser verde para adoptar un tono amarronado, y los pocos árboles que allí había estaban mustios y secos.
En cuanto a la mansión en sí, a simple vista se podía distinguir que tenía dos pisos, con varias ventanas ubicadas donde debían estar las habitaciones. La entrada principal era un portón de considerable tamaño y doble hoja, con una gruesa cerradura de hierro negro que se abría con la llave que Akame llevaba en la mano. Quizá por detrás hubiera otras entradas, pero al menos en el frontal esa era la única que podía divisarse.