9/01/2018, 11:02
—Yo... —Kaido fue el primero en responder, algo dubitativo—. yo debo enfrentar a mis propios demonios.
—Si Aotsuki-san lo autoriza, me retiraré a mi hogar —intervino Mogura, con un cansado suspiro, mientras repeinaba sus cabellos—. Mi día libre está por terminar y mañana tengo asuntos que atender.
Karoi dejó escapar el aire por la nariz y apoyó sus musculados brazos en las caderas. No parecía que los chicos estuvieran dispuestos a acatar el consejo de su cuñado. Sin embargo, una leve sonrisa aleteó en sus labios.
—Muy bien, marchad entonces —cedió, inclinando la cabeza ligeramente—. Pero aseguraos de descansar bien y os quiero ver en el hospital si tenéis cualquier complicación, ¿sí?
—¿Ir... al hospital? —musitó Daruu, y entonces giró sobre sus talones y echó a caminar—. Sí. Será mejor que me traten la herida. Ya va doliendo...
Karoi enarcó una ceja, y antes de que el Hyūga terminara de alejarse demasiado...
—Pero, pequeñajo —le interpeló, alzando la voz. Con un gesto lento, alzó el brazo y señaló con el
pulgar hacia sus propias espaldas, en dirección contraria a la que había tomado el genin—. El hospital está
por allí.
—Yo le acompañaré —intervino Kōri, que había estado observando la escena en un meditativo silencio.
Él no tenía el Byakugan, pero su alumno sí. Él sería sus ojos hacia el interior de la torre.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había entrado en el despacho de la Arashikage, pero desde luego se le hizo eterno.
Con el corazón en un puño y una terrible ansiedad en su pecho que la hacía temblar como una hoja en otoño, Ayame aguantaría con lágrimas en los ojos todo el chaparrón que estaba a punto de caerle encima.
"Cálmate", le había dicho su padre. Pero era muy difícil calmarse cuando te encontrabas cara a cara con el líder de tu aldea, apenas horas después de afirmar con rotundidad que te convertirías en un traidor a ella. Uno de los momentos más asfixiantes fue, sin duda, el interminable ascenso en el ascensor hasta el último piso, un trayecto que dibujó en su fantasiosa imaginación todas y cada una de las posibilidades que podrían ocurrir nada más pusiera un pie frente a Yui. Sin duda, lo mejor que podría pasarle sería que le gritara o la enviara de nuevo al tercer piso a limpiar baños.
Sin embargo, no todo fue tan malo como lo había imaginado.
"Déjame hablar a mí". Fue Zetsuo el que dio el reporte de lo ocurrido durante la misión de rescate, con alguna intervención puntual de Kiroe. Le contó a Yui con todo lujo de detalles todo lo que había ocurrido desde que habían llegado a la Playa de Amenokami hasta que habían salido de la guarida de los Kajitsu Hōzuki. Y, sin embargo, ocultó cierta información. Ayame, atónita, asistió a la escena de su padre desviando y modificando la verdad con tal naturalidad que ni ella misma, de no haber estado atenta a la conversación y aún habiendo conocido de primera mano todo lo que ocurrió allí, se habría dado cuenta de lo que estaba haciendo. Jamás mintió, pero jamás mencionó que Ayame hubiera llegado a desear traicionar a la aldea ni que llegó incluso a rasgar su bandana. Zetsuo se había quedado en la superficie, que utilizaron la técnica de la arena manipuladora de memorias ocultas para modificar sus recuerdos para evitar que se revolviera contra sus captores y poder extraerle posteriormente el bijū. Sus palabras fluyeron con convencimiento y entereza, sin temblar en ningún momento y sin ningún atisbo de huecos que pudiera dar a pensar que había algo más allá de sus palabras. Y Yui aceptó su testimonio sin reproche alguno, si en algún momento llegó a atisbar un punto flaco en el muro que formaban las palabras del médico, desde luego no lo expresó en voz alta.
Y así, Ayame salió del despacho sin ningún tipo de consecuencia. O, más bien, casi ninguna consecuencia.
Yui le había arrebatado el derecho que había ganado después de completar con éxito aquella importante misión junto a Mogura y Shanise para presentarse al examen de chūnin. Por lo que debería ganarse de nuevo la confianza de la Arashikage cumpliendo, como el resto de genin, con todos los requisitos para ello.
Ayame acató su castigo hundiendo los hombros e inclinando el cuerpo en una profunda reverencia, ni un mínimo signo de protesta o rebelión. Realmente, y después de todo lo que había pasado aquel día, aquello era lo mejor que podía pasarle. Y tampoco es que le importara demasiado. Ni siquiera le había mencionado a nadie aquel derecho que se había ganado. No se sentía preparada, y el contarlo sólo habría supuesto que la presionaran para que se presentara más pronto que tarde. Lo que de verdad le dolía era la sensación de haber decepcionado la confianza de todos los que la rodeaban...
Sumida en un taciturno silencio, abandonó el edificio junto a su padre y a la madre de Daruu. Ninguno dijo ni una sola palabra en el camino de regreso. Había sido un día muy largo, y los tres estaban terriblemente cansados.
Tan solo querían llegar a su hogar.
—Si Aotsuki-san lo autoriza, me retiraré a mi hogar —intervino Mogura, con un cansado suspiro, mientras repeinaba sus cabellos—. Mi día libre está por terminar y mañana tengo asuntos que atender.
Karoi dejó escapar el aire por la nariz y apoyó sus musculados brazos en las caderas. No parecía que los chicos estuvieran dispuestos a acatar el consejo de su cuñado. Sin embargo, una leve sonrisa aleteó en sus labios.
—Muy bien, marchad entonces —cedió, inclinando la cabeza ligeramente—. Pero aseguraos de descansar bien y os quiero ver en el hospital si tenéis cualquier complicación, ¿sí?
—¿Ir... al hospital? —musitó Daruu, y entonces giró sobre sus talones y echó a caminar—. Sí. Será mejor que me traten la herida. Ya va doliendo...
Karoi enarcó una ceja, y antes de que el Hyūga terminara de alejarse demasiado...
—Pero, pequeñajo —le interpeló, alzando la voz. Con un gesto lento, alzó el brazo y señaló con el
pulgar hacia sus propias espaldas, en dirección contraria a la que había tomado el genin—. El hospital está
por allí.
—Yo le acompañaré —intervino Kōri, que había estado observando la escena en un meditativo silencio.
Él no tenía el Byakugan, pero su alumno sí. Él sería sus ojos hacia el interior de la torre.
. . .
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había entrado en el despacho de la Arashikage, pero desde luego se le hizo eterno.
Con el corazón en un puño y una terrible ansiedad en su pecho que la hacía temblar como una hoja en otoño, Ayame aguantaría con lágrimas en los ojos todo el chaparrón que estaba a punto de caerle encima.
"Cálmate", le había dicho su padre. Pero era muy difícil calmarse cuando te encontrabas cara a cara con el líder de tu aldea, apenas horas después de afirmar con rotundidad que te convertirías en un traidor a ella. Uno de los momentos más asfixiantes fue, sin duda, el interminable ascenso en el ascensor hasta el último piso, un trayecto que dibujó en su fantasiosa imaginación todas y cada una de las posibilidades que podrían ocurrir nada más pusiera un pie frente a Yui. Sin duda, lo mejor que podría pasarle sería que le gritara o la enviara de nuevo al tercer piso a limpiar baños.
Sin embargo, no todo fue tan malo como lo había imaginado.
"Déjame hablar a mí". Fue Zetsuo el que dio el reporte de lo ocurrido durante la misión de rescate, con alguna intervención puntual de Kiroe. Le contó a Yui con todo lujo de detalles todo lo que había ocurrido desde que habían llegado a la Playa de Amenokami hasta que habían salido de la guarida de los Kajitsu Hōzuki. Y, sin embargo, ocultó cierta información. Ayame, atónita, asistió a la escena de su padre desviando y modificando la verdad con tal naturalidad que ni ella misma, de no haber estado atenta a la conversación y aún habiendo conocido de primera mano todo lo que ocurrió allí, se habría dado cuenta de lo que estaba haciendo. Jamás mintió, pero jamás mencionó que Ayame hubiera llegado a desear traicionar a la aldea ni que llegó incluso a rasgar su bandana. Zetsuo se había quedado en la superficie, que utilizaron la técnica de la arena manipuladora de memorias ocultas para modificar sus recuerdos para evitar que se revolviera contra sus captores y poder extraerle posteriormente el bijū. Sus palabras fluyeron con convencimiento y entereza, sin temblar en ningún momento y sin ningún atisbo de huecos que pudiera dar a pensar que había algo más allá de sus palabras. Y Yui aceptó su testimonio sin reproche alguno, si en algún momento llegó a atisbar un punto flaco en el muro que formaban las palabras del médico, desde luego no lo expresó en voz alta.
Y así, Ayame salió del despacho sin ningún tipo de consecuencia. O, más bien, casi ninguna consecuencia.
Yui le había arrebatado el derecho que había ganado después de completar con éxito aquella importante misión junto a Mogura y Shanise para presentarse al examen de chūnin. Por lo que debería ganarse de nuevo la confianza de la Arashikage cumpliendo, como el resto de genin, con todos los requisitos para ello.
Ayame acató su castigo hundiendo los hombros e inclinando el cuerpo en una profunda reverencia, ni un mínimo signo de protesta o rebelión. Realmente, y después de todo lo que había pasado aquel día, aquello era lo mejor que podía pasarle. Y tampoco es que le importara demasiado. Ni siquiera le había mencionado a nadie aquel derecho que se había ganado. No se sentía preparada, y el contarlo sólo habría supuesto que la presionaran para que se presentara más pronto que tarde. Lo que de verdad le dolía era la sensación de haber decepcionado la confianza de todos los que la rodeaban...
Sumida en un taciturno silencio, abandonó el edificio junto a su padre y a la madre de Daruu. Ninguno dijo ni una sola palabra en el camino de regreso. Había sido un día muy largo, y los tres estaban terriblemente cansados.
Tan solo querían llegar a su hogar.