10/01/2018, 00:33
—¡Sí, estoy perfectamente! —se apresuró a decir, nervioso— No te preocupes, de vez en cuando está bien comer fuera de casa, ¡vamos!
Asegurándose de que Ritsuko se mantenía bien cerca de él para no perderla de vista y que esta tomase una calle equivocada y quedaran separados o algo similar, el muchacho, con paso acelerado —tanto por sus sentimientos a flor de piel como el ardiente deseo de zanjar el tema con su compañera cuanto antes—, emprendió el camino hacia uno de sus restaurantes favoritos de la aldea.
—¡Aquí estamos!
Se trataba de un restaurante y asador de aspecto humilde pero muy hogareño. El cartel rezaba "Asadero Sunohara". La fachada estaba fabricada completamente en madera, como tantos otros edificios de Kusa, y no habían mesas en el exterior. La entrada no tenía puertas de ningún tipo, en su lugar habían dos cortinas noren típicas, de color amarillo, atadas sobre el umbral del establecimiento.
Ralexion pasó al interior, seguido de Ritsuko. El lugar se encontraba vacío a aquellas horas; el joven agradecía la tranquilidad de un panorama así. No tardó en salir a recibirlos la camarera, una jovencita que apenas llegaba al metro treinta, de ojos color ámbar y cabello tan azabache como el del Uchiha, relativamente corto y dispuesto en dos coletas a ambos extremos de este. Vestía con un uniforme de camarera tradicional de color crema sobre el que llevaba un mandil que le cubría desde el principio del pecho hasta las piernas.
—¡Bienvenidos, señores clientes! ¡Permítanme que le acompañe hasta su mesa! —les pidió tras reverenciarlos.
La chiquilla les llevó hasta el extremo opuesto del restaurante. El lugar podría describirse como un pasillo relativamente largo con varios cubículos separados por paredes de madera gruesa a mano izquierda, mientras que a mano derecha podía verse una barra y tras esta, en la orilla derecha del corredor, una puerta que muy probablemente llevaría a la cocina.
En cada uno de estos cubículos había una mesa baja estilo kotetsu, ubicada en el centro, con varios cojines sobre los que los huéspedes podían sentarse. Así mismo, el tarimado de estos espacios reservados para los comensales era de color verde y tenía una textura más suave que la madera del resto del local, similar al interior de una casa.
—Pueden sentarse aquí, señores clientes. En la mesa tienen la carta. Volveré en unos minutos para tomarles el pedido. ¡Espero que tengan una buena velada!
La pequeña camarera les reverenció una vez más y se perdió en el interior de la puerta tras la barra.
Ralexion se quitó las sandalias, las dejó descansar frente a la alcoba y se internó en esta, sentándose en uno de los extremos del kotetsu. Esperaba que Ritsuko se acomodase frente a él, al otro lado.
—Échale un vistazo a la carta, a mí no me hace falta —le indicó con semblante distraído—. Da igual lo que pidas, toda la carne que preparan aquí está para chuparse los dedos. Incluso puedes asarla tú misma si quieres.
Si Ritsuko hacía caso a la afirmación del kusajin, vería que en la carta se ofrecían platos de todo tipo, desde sopas, pescados, carnes asadas o rebozadas ya preparadas, etcétera. No obstante, la especialidad del sitio era el yakiniku, carne de ternera que el propio cliente asaba a su gusto en la mesa. El kotetsu no disponía de ningún artefacto que permitiese tal hecho, al menos a simple vista, pero de alguna manera debían de hacerlo...
Asegurándose de que Ritsuko se mantenía bien cerca de él para no perderla de vista y que esta tomase una calle equivocada y quedaran separados o algo similar, el muchacho, con paso acelerado —tanto por sus sentimientos a flor de piel como el ardiente deseo de zanjar el tema con su compañera cuanto antes—, emprendió el camino hacia uno de sus restaurantes favoritos de la aldea.
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—¡Aquí estamos!
Se trataba de un restaurante y asador de aspecto humilde pero muy hogareño. El cartel rezaba "Asadero Sunohara". La fachada estaba fabricada completamente en madera, como tantos otros edificios de Kusa, y no habían mesas en el exterior. La entrada no tenía puertas de ningún tipo, en su lugar habían dos cortinas noren típicas, de color amarillo, atadas sobre el umbral del establecimiento.
Ralexion pasó al interior, seguido de Ritsuko. El lugar se encontraba vacío a aquellas horas; el joven agradecía la tranquilidad de un panorama así. No tardó en salir a recibirlos la camarera, una jovencita que apenas llegaba al metro treinta, de ojos color ámbar y cabello tan azabache como el del Uchiha, relativamente corto y dispuesto en dos coletas a ambos extremos de este. Vestía con un uniforme de camarera tradicional de color crema sobre el que llevaba un mandil que le cubría desde el principio del pecho hasta las piernas.
—¡Bienvenidos, señores clientes! ¡Permítanme que le acompañe hasta su mesa! —les pidió tras reverenciarlos.
La chiquilla les llevó hasta el extremo opuesto del restaurante. El lugar podría describirse como un pasillo relativamente largo con varios cubículos separados por paredes de madera gruesa a mano izquierda, mientras que a mano derecha podía verse una barra y tras esta, en la orilla derecha del corredor, una puerta que muy probablemente llevaría a la cocina.
En cada uno de estos cubículos había una mesa baja estilo kotetsu, ubicada en el centro, con varios cojines sobre los que los huéspedes podían sentarse. Así mismo, el tarimado de estos espacios reservados para los comensales era de color verde y tenía una textura más suave que la madera del resto del local, similar al interior de una casa.
—Pueden sentarse aquí, señores clientes. En la mesa tienen la carta. Volveré en unos minutos para tomarles el pedido. ¡Espero que tengan una buena velada!
La pequeña camarera les reverenció una vez más y se perdió en el interior de la puerta tras la barra.
Ralexion se quitó las sandalias, las dejó descansar frente a la alcoba y se internó en esta, sentándose en uno de los extremos del kotetsu. Esperaba que Ritsuko se acomodase frente a él, al otro lado.
—Échale un vistazo a la carta, a mí no me hace falta —le indicó con semblante distraído—. Da igual lo que pidas, toda la carne que preparan aquí está para chuparse los dedos. Incluso puedes asarla tú misma si quieres.
Si Ritsuko hacía caso a la afirmación del kusajin, vería que en la carta se ofrecían platos de todo tipo, desde sopas, pescados, carnes asadas o rebozadas ya preparadas, etcétera. No obstante, la especialidad del sitio era el yakiniku, carne de ternera que el propio cliente asaba a su gusto en la mesa. El kotetsu no disponía de ningún artefacto que permitiese tal hecho, al menos a simple vista, pero de alguna manera debían de hacerlo...