10/01/2018, 11:21
—Eso no lo dudes —respondió Eri, radiante de felicidad—. Pero al menos a un batido... ¿No podría invitarte? —preguntó, señalando unas escaleras cercanas que daban de nuevo a una calle contigua. Ayame, sorprendida por la sugerencia, debió tardar más de lo debido en responder, porque se apresuró a añadir—: Aún es pronto, puede que algo esté abierto. Aunque si no puedes lo comprenderé, ¡pero siempre guardaré la deuda que tengo contigo en mi corazón, Ayame-san!
—¡No, no! ¡No tengo nada que hacer, así que me encantaría! —exclamó, agitando las manos en el aire. Si había algo a lo que Ayame no podía negarse era, precisamente, al chocolate—. ¡Vamos! Salgamos de esta plaza cuanto antes.
Sin esperar más tiempo, Ayame se encaminó junto a Eri a las escaleras que había señalado, y en cuanto entraron en aquella nueva calle respiró hondo. Era un auténtico alivio verse fuera de la muchedumbre y poder respirar algo de aire libre de humanidad. Visiblemente más animada y relajada que antes, se volvió hacia Eri.
—¿Has estado antes en Tanzaku Gai? —le preguntó, con curiosidad.
Los pasos de las dos muchachas resonaban entre los adoquines de piedra que conformaban las calles. A sendos lados, múltiples negocios y locales de todo tipo, algunos cerrados y otros abiertos, pasaban a toda velocidad. Los ojos de Ayame iban de aquí para allá, como un inquieto colibrí. Curioseaba todo lo que veía, pero también estaba atenta, buscando cualquier atisbo de una cafetería o similar donde pudieran sentarse relajadamente y tomar algo.
—¡No, no! ¡No tengo nada que hacer, así que me encantaría! —exclamó, agitando las manos en el aire. Si había algo a lo que Ayame no podía negarse era, precisamente, al chocolate—. ¡Vamos! Salgamos de esta plaza cuanto antes.
Sin esperar más tiempo, Ayame se encaminó junto a Eri a las escaleras que había señalado, y en cuanto entraron en aquella nueva calle respiró hondo. Era un auténtico alivio verse fuera de la muchedumbre y poder respirar algo de aire libre de humanidad. Visiblemente más animada y relajada que antes, se volvió hacia Eri.
—¿Has estado antes en Tanzaku Gai? —le preguntó, con curiosidad.
Los pasos de las dos muchachas resonaban entre los adoquines de piedra que conformaban las calles. A sendos lados, múltiples negocios y locales de todo tipo, algunos cerrados y otros abiertos, pasaban a toda velocidad. Los ojos de Ayame iban de aquí para allá, como un inquieto colibrí. Curioseaba todo lo que veía, pero también estaba atenta, buscando cualquier atisbo de una cafetería o similar donde pudieran sentarse relajadamente y tomar algo.