10/01/2018, 14:04
(Última modificación: 10/01/2018, 14:05 por Aotsuki Ayame.)
Siguieron adelante con la coreografía, tal y como la habían planificado poco antes en la sala de entrenamiento. El público se llevo varias sorpresas cuando Ayame deshizo su cuerpo en agua ante la ofensiva de Daruu o cuando él la repelió con una de sus molestas ráfagas de chakra. Aunque el cénit llegó cuando Ayame desplegó sus clones ilusorios por doquier, incluyendo entre un público que, entre maravillado y asustado, los envolvían con aplausos y gritos de exaltación.
—¡Sólo un vil ser de la Luna atacaría con una treta así! —exclamó Daruu, haciéndose el sorprendido. Pero Ayame sabía bien que él la estaba viendo con sus peculiares ojos. Aún así, siguió adelante con el plan—. Pero los rayos del Sol disiparán la oscuridad.
Daruu esquivó las armas con la gracilidad de un gato y, con un simple sello, Ayame dejó que disipara su ilusión. Él corrió hacia ella, derrapó sobre la tarima con el propósito de derribarla, y en ese momento la kunoichi hizo sonar el cascabel que llevaba entre los dedos. Daruu quedó inutilizado momentáneamente, y aunque el público contuvo la respiración creyendo que Ayame daría el último golpe de gracia, este nunca llegó. Se había quedado paralizada, sin saber muy bien qué hacer. ¡No habían ensayado nada más allá de aquello!
—Maldita... ¡El Clan del Sol prevalecerá! —la rescató Daruu, que se volvía a reincorporar.
Ayame abrió la boca para replicar, pero un súbito estallido la enmudeció y apenas tuvo tiempo de cruzar los brazos frente al cuerpo antes de que una nube de polvo les envolviera.
«¿Qué...? ¿Nieve?» Se estremeció de frío, cuando una alfombra blanca cubrió el escenario.
Y para cuando la nube se desvaneció, lo vio allí. Le costó unos segundos reconocerle, ya que llevaba la mitad inferior del rostro oculta bajo una máscara similar a la suya y había sustituido sus habituales ropas blancas por un disfraz negro que hacía un terrible contraste con su piel y cabellos níveos y que estaba cargado de pinchos metálicos, pero cuando lo hizo se le congeló el corazón en el pecho.
Kōri, El Hielo, había hecho acto de aparición y sostenía a los dos Señores Feudales maniatados.
—¿Qué signif...?
—JA, JA, JA, JA. —La risa con la que Kōri la interrumpió pretendía resultar maligna pero sonó completamente átona y falta de sentimiento, casi como la de un robot—. Gracias a vuestras rencillas, el Clan del Eclipse se quedará con todo el Continente Astro. ¡ESTAIS ACABADOS!
«¿Este es el giro argumental del que hablaba Takeshi-san?» Ayame casi sintió lástima por su hermano. Era evidente que estaba poniendo todo su esfuerzo para meterse en el papel de un villano, pero si ella no valía para actriz, él desde luego era aún peor que ella.
Pero había olvidado algo crucial: su hermano era un hombre de actos, no de palabras.
Ni corto ni perezoso, desenvainó dos espadas de hielo y, con un limpio movimiento de sus brazos, decapitó a los Señores Feudales frente a la aterrorizada mirada del público. Incluso el rostro de Ayame, que contemplaba la escena con los ojos abiertos como platos, había adquirido el color de la leche, aunque intentaba por todos los medios convencerse de que aquello no había sido más que un simple truco. Kōri pateó los cuerpos inertes de los Señores Feudales, arrojándolos detrás de la tarima, y se volvió hacia ellos. Desapareció con apenas un susurro de viento helado y, antes de que pudieran siquiera darse cuenta de lo que había ocurrido, el Jōnin reapareció entre los dos genin con los brazos extendidos.
—PERECED.
El suelo crujió bajo sus pies, desestabilizándolos momentáneamente. La tarima se resquebrajó con un terrible rugido y, ante los aterrados ojos de los dos genin, surgieron un sin fin de carámbanos de hielo que se alzaron hacia ellos, dispuestos a atravesarlos de parte a parte. El público contuvo una exclamación. Los dos genin saltaron a un lado casi al unísono, pero Daruu recibió un pequeño arañazo sangrante y en Ayame levantó una pequeña salpicadura de agua cuando le rozó el hombro izquierdo. La muchedumbre volvió a estallar en vítores.
Pero Ayame era incapaz de apartar los ojos de Kōri, acobardada. Nunca le había visto de aquella manera y nunca se había sentido tan intimidada por su presencia. Quizás fuera el efecto de aquellos extraños ropajes que le habían obligado a ponerse, quizás fuera lo imprevisto del momento, pero nunca le había visto tan alto, tan poderoso, tan...
¿De verdad tenían que enfrentarse a él?
«Un giro argumental que nos hará cooperar...» Recordó.
—No... ¡No te saldrás con la tuya! —balbuceó, y enseguida se sintió estúpida. Ya se había salido con la suya. Había asesinado a los Señores Feudales a los que debían proteger. ¿Entonces qué les quedaba? Sacudió la cabeza. Seguir adelante con la función, eso les quedaba—. ¡Todo el mundo sabe que se necesita de un Sol y una Luna para formar un Eclipse! —se volvió hacia Daruu y extendió una mano hacia él—. Créeme cuando te digo que no es de mi agrado, pero si queremos que la justicia prevalezca debemos unir fuerzas para vencerle. ¡No podemos permitir que el frío del Eclipse domine el Continente Astro!
—¡Sólo un vil ser de la Luna atacaría con una treta así! —exclamó Daruu, haciéndose el sorprendido. Pero Ayame sabía bien que él la estaba viendo con sus peculiares ojos. Aún así, siguió adelante con el plan—. Pero los rayos del Sol disiparán la oscuridad.
Daruu esquivó las armas con la gracilidad de un gato y, con un simple sello, Ayame dejó que disipara su ilusión. Él corrió hacia ella, derrapó sobre la tarima con el propósito de derribarla, y en ese momento la kunoichi hizo sonar el cascabel que llevaba entre los dedos. Daruu quedó inutilizado momentáneamente, y aunque el público contuvo la respiración creyendo que Ayame daría el último golpe de gracia, este nunca llegó. Se había quedado paralizada, sin saber muy bien qué hacer. ¡No habían ensayado nada más allá de aquello!
—Maldita... ¡El Clan del Sol prevalecerá! —la rescató Daruu, que se volvía a reincorporar.
Ayame abrió la boca para replicar, pero un súbito estallido la enmudeció y apenas tuvo tiempo de cruzar los brazos frente al cuerpo antes de que una nube de polvo les envolviera.
«¿Qué...? ¿Nieve?» Se estremeció de frío, cuando una alfombra blanca cubrió el escenario.
Y para cuando la nube se desvaneció, lo vio allí. Le costó unos segundos reconocerle, ya que llevaba la mitad inferior del rostro oculta bajo una máscara similar a la suya y había sustituido sus habituales ropas blancas por un disfraz negro que hacía un terrible contraste con su piel y cabellos níveos y que estaba cargado de pinchos metálicos, pero cuando lo hizo se le congeló el corazón en el pecho.
Kōri, El Hielo, había hecho acto de aparición y sostenía a los dos Señores Feudales maniatados.
—¿Qué signif...?
—JA, JA, JA, JA. —La risa con la que Kōri la interrumpió pretendía resultar maligna pero sonó completamente átona y falta de sentimiento, casi como la de un robot—. Gracias a vuestras rencillas, el Clan del Eclipse se quedará con todo el Continente Astro. ¡ESTAIS ACABADOS!
«¿Este es el giro argumental del que hablaba Takeshi-san?» Ayame casi sintió lástima por su hermano. Era evidente que estaba poniendo todo su esfuerzo para meterse en el papel de un villano, pero si ella no valía para actriz, él desde luego era aún peor que ella.
Pero había olvidado algo crucial: su hermano era un hombre de actos, no de palabras.
Ni corto ni perezoso, desenvainó dos espadas de hielo y, con un limpio movimiento de sus brazos, decapitó a los Señores Feudales frente a la aterrorizada mirada del público. Incluso el rostro de Ayame, que contemplaba la escena con los ojos abiertos como platos, había adquirido el color de la leche, aunque intentaba por todos los medios convencerse de que aquello no había sido más que un simple truco. Kōri pateó los cuerpos inertes de los Señores Feudales, arrojándolos detrás de la tarima, y se volvió hacia ellos. Desapareció con apenas un susurro de viento helado y, antes de que pudieran siquiera darse cuenta de lo que había ocurrido, el Jōnin reapareció entre los dos genin con los brazos extendidos.
—PERECED.
El suelo crujió bajo sus pies, desestabilizándolos momentáneamente. La tarima se resquebrajó con un terrible rugido y, ante los aterrados ojos de los dos genin, surgieron un sin fin de carámbanos de hielo que se alzaron hacia ellos, dispuestos a atravesarlos de parte a parte. El público contuvo una exclamación. Los dos genin saltaron a un lado casi al unísono, pero Daruu recibió un pequeño arañazo sangrante y en Ayame levantó una pequeña salpicadura de agua cuando le rozó el hombro izquierdo. La muchedumbre volvió a estallar en vítores.
Pero Ayame era incapaz de apartar los ojos de Kōri, acobardada. Nunca le había visto de aquella manera y nunca se había sentido tan intimidada por su presencia. Quizás fuera el efecto de aquellos extraños ropajes que le habían obligado a ponerse, quizás fuera lo imprevisto del momento, pero nunca le había visto tan alto, tan poderoso, tan...
¿De verdad tenían que enfrentarse a él?
«Un giro argumental que nos hará cooperar...» Recordó.
—No... ¡No te saldrás con la tuya! —balbuceó, y enseguida se sintió estúpida. Ya se había salido con la suya. Había asesinado a los Señores Feudales a los que debían proteger. ¿Entonces qué les quedaba? Sacudió la cabeza. Seguir adelante con la función, eso les quedaba—. ¡Todo el mundo sabe que se necesita de un Sol y una Luna para formar un Eclipse! —se volvió hacia Daruu y extendió una mano hacia él—. Créeme cuando te digo que no es de mi agrado, pero si queremos que la justicia prevalezca debemos unir fuerzas para vencerle. ¡No podemos permitir que el frío del Eclipse domine el Continente Astro!