11/01/2018, 20:17
Ayame se agachó, esquivando la acometida de Kōri por muy poco. Entrelazó sus manos en el sello del pájaro e hizo reverberar su voz con aquella técnica suya, aturdiendo al Hielo y expulsándolo volando en dirección contraria. Algunos de los asistentes a la obra, los más cercanos a la kunoichi, se taparon los oídos y maldijeron a muchos dioses de muchos nombres distintos.
A Daruu también le pareció estridente el grito de Ayame, pero desde su escondrijo estaba a salvo: la onda de chakra que amplificaba la sonora sólo recorría un par de metros.
«¡Bien, Ayame! ¡Le tenemos!»
El muchacho salió de su escondite de golpe y formuló el sello del Tigre. Un torbellino de agua surgió del agua que había esparcido y golpeó el cuerpo en volandas de Kōri, estallando y levantándolo aún más en el aire.
—¡Mizurappa! —anunció Daruu, bien alto, para que Ayame lo oyera. Y tanto si la kunoichi del Clan de la Luna respondía a su pliego como si no, formuló tres sellos más y expulsó un torrente de agua hacia su maestro.
Esperaba que hiciese algo. Que lo esquivase, que todo fuese un engaño. Que congelase el ataque o que se lo devolviera. Pero no. Él (o los) torrente de agua impactó contra el Hielo y lo derribó, aparentemente inconsciente.
—¿Lo hemos... hecho? ¿Lo hicimos? ¡Lo hicimos!
Las luces se apagaron y Daruu dio un respingo. Rodeando los cuatro lados de la tarima teatral, desde el techo, un espeso telón rojo empezó a descender mientras el público se fundía en un sonoro aplauso. Y alguien anunció desde un micrófono:
Cuando el telón descendió, una pequeña lámpara del techo se encendió y les permitió ver.
Y el Hielo perdió el poco color del que disponía, y se transformó en un realista muñeco de nieve.
«¿Un bunshin de nieve?»
—¡¡Oh venga ya!! —exclamó Daruu, con fastidio, acercándose al muñeco—. ¡Y yo que creía que le habíamos ganado!
Se acercó al muñeco y le pateó la cabeza, que salió rodando... y acabó en los pies de Kōri, tres metros más allá, que revolvía el pelo cariñosamente a su hermana pequeña con su habitual rostro desangelado.
—Jeje... perdón.
—Todo a su tiempo, Daruu-kun. De momento, habéis ganado a un clon de nieve. Pero ha sido divertido, ¿verdad? —dijo. No parecía estar divirtíendose—. ¿Qué opináis del tono malvado que le he puesto a la voz? ¿A que daba el pego?
—Esto... sí...
—¡¡ES-PEC-TA-CU-LAR!! —Shanatori Takeuchi se metió por debajo del telón y corrió hacia ellos dando saltitos—. ¡¡Habéis estado geniales!! Aunque, debo admitir... Que al final sí que habéis causado algunos desperfectos... —Observó la tarima destrozada por las estalagmitas de Kōri.
—Lo ponía aquí. —Kōri se sacó el pergamino de la misión del bolsillo y lo abrió para que Takeuchi lo leyese.
El hombre lo apartó educadamente con la mano, sonrió e hizo un ademán de negación con la otra mano.
—Por supuesto, por supuesto. ¡Además, ha merecido la pena! ¡Os habéis ganado vuestra recompensa, ya lo creo que sí! Van a hablar mucho de esta obra, ya veréis. Aunque ahora que lo pienso, va a ser difícil igualarla... ¿No os importaría...?
—No.
—No.
Daruu y Kōri contestaron al unísono.
—Pero pagaríamos...
—Esto tendrán ustedes que hablarlo con la Aldea. Nosotros hemos cumplido nuestra parte por lo que estipulaba en el contrato —cortó el Hielo.
—S-sí, p-por supuesto —tartamudeó Takeuchi, alejándose prudentemente de Kōri. No es que él hubiera hecho nada para provocarle miedo, pero Takeuchi se lo tenía igual. Él sólo tenía buenas intenciones, por supuesto, y había quedado muy contento con ellos. No quería estropearlo ahora—. Hablaré c-con la Aldea. ¡Que pasen una buena noche, señores! ¡Tómense algo de mi parte!
El dueño del Patito Pluvial desapareció tras el telón.
—Bueno, chicos. ¿Nos vamos?
—Lo primero es quitarnos estos trajes —sugirió Daruu—. Estoy sudando que da gusto. Uck.
—Yo no estoy sudando —repuso Kōri—. Pero me siento incómodo con esta ropa. No es mi estilo.
»Oye, chicos —sugirió, mientras se acercaban al telón—. ¿De verdad soy tan soso hablando...?
A Daruu también le pareció estridente el grito de Ayame, pero desde su escondrijo estaba a salvo: la onda de chakra que amplificaba la sonora sólo recorría un par de metros.
«¡Bien, Ayame! ¡Le tenemos!»
El muchacho salió de su escondite de golpe y formuló el sello del Tigre. Un torbellino de agua surgió del agua que había esparcido y golpeó el cuerpo en volandas de Kōri, estallando y levantándolo aún más en el aire.
—¡Mizurappa! —anunció Daruu, bien alto, para que Ayame lo oyera. Y tanto si la kunoichi del Clan de la Luna respondía a su pliego como si no, formuló tres sellos más y expulsó un torrente de agua hacia su maestro.
Esperaba que hiciese algo. Que lo esquivase, que todo fuese un engaño. Que congelase el ataque o que se lo devolviera. Pero no. Él (o los) torrente de agua impactó contra el Hielo y lo derribó, aparentemente inconsciente.
—¿Lo hemos... hecho? ¿Lo hicimos? ¡Lo hicimos!
Las luces se apagaron y Daruu dio un respingo. Rodeando los cuatro lados de la tarima teatral, desde el techo, un espeso telón rojo empezó a descender mientras el público se fundía en un sonoro aplauso. Y alguien anunció desde un micrófono:
«Poco después, el Clan de la Luna y el del Sol marcharon juntos, por primera vez, contra el Clan del Eclipse. Y la paz reinó en el Continente Astro por siempre... ¿O no?»
Cuando el telón descendió, una pequeña lámpara del techo se encendió y les permitió ver.
Y el Hielo perdió el poco color del que disponía, y se transformó en un realista muñeco de nieve.
«¿Un bunshin de nieve?»
—¡¡Oh venga ya!! —exclamó Daruu, con fastidio, acercándose al muñeco—. ¡Y yo que creía que le habíamos ganado!
Se acercó al muñeco y le pateó la cabeza, que salió rodando... y acabó en los pies de Kōri, tres metros más allá, que revolvía el pelo cariñosamente a su hermana pequeña con su habitual rostro desangelado.
—Jeje... perdón.
—Todo a su tiempo, Daruu-kun. De momento, habéis ganado a un clon de nieve. Pero ha sido divertido, ¿verdad? —dijo. No parecía estar divirtíendose—. ¿Qué opináis del tono malvado que le he puesto a la voz? ¿A que daba el pego?
—Esto... sí...
—¡¡ES-PEC-TA-CU-LAR!! —Shanatori Takeuchi se metió por debajo del telón y corrió hacia ellos dando saltitos—. ¡¡Habéis estado geniales!! Aunque, debo admitir... Que al final sí que habéis causado algunos desperfectos... —Observó la tarima destrozada por las estalagmitas de Kōri.
—Lo ponía aquí. —Kōri se sacó el pergamino de la misión del bolsillo y lo abrió para que Takeuchi lo leyese.
El hombre lo apartó educadamente con la mano, sonrió e hizo un ademán de negación con la otra mano.
—Por supuesto, por supuesto. ¡Además, ha merecido la pena! ¡Os habéis ganado vuestra recompensa, ya lo creo que sí! Van a hablar mucho de esta obra, ya veréis. Aunque ahora que lo pienso, va a ser difícil igualarla... ¿No os importaría...?
—No.
—No.
Daruu y Kōri contestaron al unísono.
—Pero pagaríamos...
—Esto tendrán ustedes que hablarlo con la Aldea. Nosotros hemos cumplido nuestra parte por lo que estipulaba en el contrato —cortó el Hielo.
—S-sí, p-por supuesto —tartamudeó Takeuchi, alejándose prudentemente de Kōri. No es que él hubiera hecho nada para provocarle miedo, pero Takeuchi se lo tenía igual. Él sólo tenía buenas intenciones, por supuesto, y había quedado muy contento con ellos. No quería estropearlo ahora—. Hablaré c-con la Aldea. ¡Que pasen una buena noche, señores! ¡Tómense algo de mi parte!
El dueño del Patito Pluvial desapareció tras el telón.
—Bueno, chicos. ¿Nos vamos?
—Lo primero es quitarnos estos trajes —sugirió Daruu—. Estoy sudando que da gusto. Uck.
—Yo no estoy sudando —repuso Kōri—. Pero me siento incómodo con esta ropa. No es mi estilo.
»Oye, chicos —sugirió, mientras se acercaban al telón—. ¿De verdad soy tan soso hablando...?