13/01/2018, 19:08
Afortunadamente, sus palabras no parecieron hacer mella en la impenetrable armadura de hielo de su hermano. De hecho, terminó por encogerse de hombros y les puso una mano en los hombros a cada uno.
—En cierta manera, me alegro de que mi entrenamiento haya tenido tanto éxito. Han sido muchos años de autocontrol y mucha disciplina —respondió, tan imperturbable como siempre. Aotsuki Zetsuo era el hombre que se había encargado de esa disciplina. Tras la muerte de su mujer, y comprobar que los sentimientos eran una debilidad, entrenó duramente al muchacho para forjar aquella personalidad suya: gélida como un iceberg. Sin embargo, era más que evidente que con Ayame no había tenido la misma suerte que con él—. Bueno, vamos a cambiarnos y a cobrar la recompensa. Habéis hecho un gran trabajo.
Ayame sonrió, satisfecha.
—¡Gracias!
—G-gracias.
—Nos vamos a tomar unas semanas como tiempo libre —añadió el Jōnin, y Ayame le miró con cierta extrañeza. Sin embargo, aquella perplejidad pronto se convirtió en sorpresa—: Y después, empezaremos con las misiones de más rango. ¿Qué os parece?
—D... ¿De más rango...? —repitió la muchacha, entre asustada y emocionada.
¿Al fin los consideraba dignos de poder realizar misiones de rango superior? ¿Pero serían capaces de hacerlo? ¡Pero estaba deseando demostrar lo que podía hacer? ¿Pero y si fallaba estrepitosamente? Pero... Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un exaltado Daruu saltó sobre ella de repente, abrazándola con fuerza.
—¡¡SIIIIÍ!! ¡BIEN!
Se había olvidado de que aún se encontraban frente a Kōri, que los observaba con fijeza con aquella permanente máscara de inexpresividad. Rojos como dos tomates, los muchachos se apresuraron a separarse.
El trío continuó su camino de vuelta, con la satisfacción del trabajo debidamente cumplido. Ahora sólo quedaba la expectación y la emoción de ver qué tipos de tareas les encomendarían en adelante. Pero lo que ninguno de los tres podía sospechar, era el vuelco que estaba a punto de dar sus vidas a manos de un grupo de personas que maquinaban entre las sombras del fondo del océano...
—En cierta manera, me alegro de que mi entrenamiento haya tenido tanto éxito. Han sido muchos años de autocontrol y mucha disciplina —respondió, tan imperturbable como siempre. Aotsuki Zetsuo era el hombre que se había encargado de esa disciplina. Tras la muerte de su mujer, y comprobar que los sentimientos eran una debilidad, entrenó duramente al muchacho para forjar aquella personalidad suya: gélida como un iceberg. Sin embargo, era más que evidente que con Ayame no había tenido la misma suerte que con él—. Bueno, vamos a cambiarnos y a cobrar la recompensa. Habéis hecho un gran trabajo.
Ayame sonrió, satisfecha.
—¡Gracias!
—G-gracias.
—Nos vamos a tomar unas semanas como tiempo libre —añadió el Jōnin, y Ayame le miró con cierta extrañeza. Sin embargo, aquella perplejidad pronto se convirtió en sorpresa—: Y después, empezaremos con las misiones de más rango. ¿Qué os parece?
—D... ¿De más rango...? —repitió la muchacha, entre asustada y emocionada.
¿Al fin los consideraba dignos de poder realizar misiones de rango superior? ¿Pero serían capaces de hacerlo? ¡Pero estaba deseando demostrar lo que podía hacer? ¿Pero y si fallaba estrepitosamente? Pero... Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un exaltado Daruu saltó sobre ella de repente, abrazándola con fuerza.
—¡¡SIIIIÍ!! ¡BIEN!
Se había olvidado de que aún se encontraban frente a Kōri, que los observaba con fijeza con aquella permanente máscara de inexpresividad. Rojos como dos tomates, los muchachos se apresuraron a separarse.
El trío continuó su camino de vuelta, con la satisfacción del trabajo debidamente cumplido. Ahora sólo quedaba la expectación y la emoción de ver qué tipos de tareas les encomendarían en adelante. Pero lo que ninguno de los tres podía sospechar, era el vuelco que estaba a punto de dar sus vidas a manos de un grupo de personas que maquinaban entre las sombras del fondo del océano...