15/01/2018, 22:25
—Entendido —respondió una única palabra que sería válida para las dos frases de la muchacha.
Su voz sonó ronca, denotando una rasposidad que dejaba claro que su garganta estaba sintiendo el azote de la enfermedad incipiente. Ralexion quiso ignorarlo, optando por ponerse manos a la obra. Ritsuko no parecía encontrarse en un estado mucho mejor que el suyo. Era ridículo si uno se paraba a pensar en ello; parecían dos sintecho, esclavizados por algún usurero que les obligaba a trabajar en harapos bajo la inclemente furia de tal temporal con el único objetivo de tener un mendrugo mohoso de pan que llevarse a la boca aquella noche. «Nada más lejos de la realidad... somos dos genins idiotas cegados por nuestro propio orgullo... no me gustaría saber lo que Raiden nos diría si nos viese ahora mismo.».
Pero el pelinegro se entretuvo poco con aquellas cavilaciones derrotistas que no le llevarían a ningún puerto, ya fuese malo o fuese bueno. Su amor platónico le había delegado la tarea de ocuparse del cartel, así que el Uchiha debía dar con un método que le permitiese escribir bajo la lluvia y le otorgase a la tinta una oportunidad para secarse y unirse a la posteridad.
No optó por nada descabellado: se aproximó al set de herramientas y materiales protegido de la lluvia gracias al toldo. Allí buscó el trozo de madera que más se asemejase al cartel del templo; en caso de necesitarlo lo cortaría con uno de los serruchos él mismo. Acto seguido abrió el bote de tinta y mojó el pincel en él, para entonces escribir "Jizō" en la superficie, un nombre asociado con las deidades protectoras de los viajeros y los infantes. Temblaba como un flan atrapado en un huracán, lo cual le fastidiaba el pulso, pero el joven mostró diligencia para con su trabajo e hizo en pos de cortar y escribir con la mayor firmeza que logró.
Todo esto lo hizo sin retirar el tablero de la protección del todo, sentado de rodillas frente a la reunión de herramientas. Contaba con que el líquido pudiese fijarse sin problemas gracias a este auspicio.
Su voz sonó ronca, denotando una rasposidad que dejaba claro que su garganta estaba sintiendo el azote de la enfermedad incipiente. Ralexion quiso ignorarlo, optando por ponerse manos a la obra. Ritsuko no parecía encontrarse en un estado mucho mejor que el suyo. Era ridículo si uno se paraba a pensar en ello; parecían dos sintecho, esclavizados por algún usurero que les obligaba a trabajar en harapos bajo la inclemente furia de tal temporal con el único objetivo de tener un mendrugo mohoso de pan que llevarse a la boca aquella noche. «Nada más lejos de la realidad... somos dos genins idiotas cegados por nuestro propio orgullo... no me gustaría saber lo que Raiden nos diría si nos viese ahora mismo.».
Pero el pelinegro se entretuvo poco con aquellas cavilaciones derrotistas que no le llevarían a ningún puerto, ya fuese malo o fuese bueno. Su amor platónico le había delegado la tarea de ocuparse del cartel, así que el Uchiha debía dar con un método que le permitiese escribir bajo la lluvia y le otorgase a la tinta una oportunidad para secarse y unirse a la posteridad.
No optó por nada descabellado: se aproximó al set de herramientas y materiales protegido de la lluvia gracias al toldo. Allí buscó el trozo de madera que más se asemejase al cartel del templo; en caso de necesitarlo lo cortaría con uno de los serruchos él mismo. Acto seguido abrió el bote de tinta y mojó el pincel en él, para entonces escribir "Jizō" en la superficie, un nombre asociado con las deidades protectoras de los viajeros y los infantes. Temblaba como un flan atrapado en un huracán, lo cual le fastidiaba el pulso, pero el joven mostró diligencia para con su trabajo e hizo en pos de cortar y escribir con la mayor firmeza que logró.
Todo esto lo hizo sin retirar el tablero de la protección del todo, sentado de rodillas frente a la reunión de herramientas. Contaba con que el líquido pudiese fijarse sin problemas gracias a este auspicio.