17/01/2018, 01:22
Daruu aguantó el chaparrón como si de auténtica lluvia de su país natal se tratase. Por dentro, una llama ardía, furiosa. Por fuera, lo único que ardía era el té que, contra lo que cualquier persona que se hubiera bebido un té pudiera aconsejar, se bebió de golpe en cuanto el uzureño salió del local. Se quemó la lengua, pero arrugó el morro y apretó los dientes y le dio un poco igual. Se levantó de la silla y se abalanzó hacia la puerta a zancadas.
Abrió y salió cuando el otro se había alejado unos metros.
—¡Eh, tú! —llamó su atención, y escupió a un lado—. Tienes la lengua muy suelta. ¿Tratas a todo el mundo que no es de tu país igual? Sois muy acogedores y amables, los ninjas de Uzushio.
»Mira, he tenido problemas con gente de tu aldea en otras ocasiones, y no me importaría que volviese a pasar. Si quieres pelea, la vas a tener, ¿eh?
Kōri diría "contrólate".
Pero Kōri no estaba allí.
Y las voces en su cabeza decían "me cago en tu puta madre, hijo de una hiena".
Abrió y salió cuando el otro se había alejado unos metros.
—¡Eh, tú! —llamó su atención, y escupió a un lado—. Tienes la lengua muy suelta. ¿Tratas a todo el mundo que no es de tu país igual? Sois muy acogedores y amables, los ninjas de Uzushio.
»Mira, he tenido problemas con gente de tu aldea en otras ocasiones, y no me importaría que volviese a pasar. Si quieres pelea, la vas a tener, ¿eh?
Kōri diría "contrólate".
Pero Kōri no estaba allí.
Y las voces en su cabeza decían "me cago en tu puta madre, hijo de una hiena".