17/01/2018, 15:20
Pese a que Ayame había dicho que era su culpa, Eri no iba a dejarse convencer fácilmente, pues a cabezona no le ganaba nadie. Por ello y después de apurarse todo el batido de una sentada —el cual sabía que más tarde le empezaría a hacer daño en el estómago— arrastró a Ayame fuera del local.
Sonrojada por el espectáculo que acababa de dar.
Ambas kunoichis corrían por las calles de aquella ciudad buscando desesperadamente la plaza donde había quedado Ayame con su hermano mayor, pero iban con desventaja pues, al no conocer el lugar, no sabrían con exactitud el lugar en el que se encontraba dicha plaza donde habían acordado verse.
—Oye, Eri-san, ¿crees que queda muy lejos la plaza?
—No —contestó la joven, mirando hacia los lados con un rápido movimiento de cabeza —. ¡Por la derecha! —dijo y siguió por allí.
En verdad deberían haber vuelto sobre sus pasos nada más salir del recinto, pero iban con tanta prisa y las calles habían cambiado a unas menos concurridas e iluminadas que Eri juró estar en otro sitio diferente. Volvió a mirar hacia las dos calles que se les presentaban, a la izquierda había algo que le resultaba familiar.
—¡Ayame-san! —llamó, presa de la alegría —. ¡Allí! —exclamó, tomando aquella dirección.
Sonrojada por el espectáculo que acababa de dar.
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Ambas kunoichis corrían por las calles de aquella ciudad buscando desesperadamente la plaza donde había quedado Ayame con su hermano mayor, pero iban con desventaja pues, al no conocer el lugar, no sabrían con exactitud el lugar en el que se encontraba dicha plaza donde habían acordado verse.
—Oye, Eri-san, ¿crees que queda muy lejos la plaza?
—No —contestó la joven, mirando hacia los lados con un rápido movimiento de cabeza —. ¡Por la derecha! —dijo y siguió por allí.
En verdad deberían haber vuelto sobre sus pasos nada más salir del recinto, pero iban con tanta prisa y las calles habían cambiado a unas menos concurridas e iluminadas que Eri juró estar en otro sitio diferente. Volvió a mirar hacia las dos calles que se les presentaban, a la izquierda había algo que le resultaba familiar.
—¡Ayame-san! —llamó, presa de la alegría —. ¡Allí! —exclamó, tomando aquella dirección.