18/01/2018, 10:33
—No —respondió ella—. ¡Por la derecha!
Ayame derrapó ante la súbita dirección. Estuvo a punto de caerse, pero por suerte consiguió recobrar el equilibrio justo a tiempo y volvió a enderezarse rápidamente. Confiaba en Eri, pero la verdad es que se preguntaba si la de Uzushiogakure estaba realmente convencida de hacia donde iban. Para sus ojos, todas aquellas calles que pasaban junto a ellas a toda velocidad, sumidas en la suave penumbra de la noche interrumpida de forma puntual por alguna fuente de luz cercana, resultaban completamente idénticas.
Y cuando su corazón encogido comenzaba a perder toda esperanza:
—¡Ayame-san! —la llamó Eri, y cuando volvió la cabeza hacia ella vio que señalaba hacia la izquierda—. ¡Allí!
Ayame pegó un brinco. Ahí, entre los estrechos callejones que dejaban los edificios entre sí, atisbó al fin algo que le resultaba familiar.
—La fuente...
Echaron a correr hacia allí, y en cuestión de segundos llegaron al fin a la plaza. Ayame se detuvo en seco y apoyó las manos en las rodillas entre continuos resuellos para recobrar el aliento. Sin embargo, sus ojos ansiosos recorrieron todo el territorio. De no ser por la fuente, quizás no habría llegado a reconocer el lugar. Todo estaba sumido en un profundo silencio, tan sólo roto por sus jadeos, y la penumbra hacía que las cosas se vieran diferentes de como realmente eran. Además, los encargados del concurso se habían dado toda la prisa del mundo y ya habían retirado el escenario de la plaza. Y, sin embargo, por mucho que miró a su alrededor, no había rastro alguno Kōri.
—No está... —murmuró, lastimera—. ¿Y si se ha ido sin mí...?
Ayame se estremeció. Comenzaba a hacer frío.
Ayame derrapó ante la súbita dirección. Estuvo a punto de caerse, pero por suerte consiguió recobrar el equilibrio justo a tiempo y volvió a enderezarse rápidamente. Confiaba en Eri, pero la verdad es que se preguntaba si la de Uzushiogakure estaba realmente convencida de hacia donde iban. Para sus ojos, todas aquellas calles que pasaban junto a ellas a toda velocidad, sumidas en la suave penumbra de la noche interrumpida de forma puntual por alguna fuente de luz cercana, resultaban completamente idénticas.
Y cuando su corazón encogido comenzaba a perder toda esperanza:
—¡Ayame-san! —la llamó Eri, y cuando volvió la cabeza hacia ella vio que señalaba hacia la izquierda—. ¡Allí!
Ayame pegó un brinco. Ahí, entre los estrechos callejones que dejaban los edificios entre sí, atisbó al fin algo que le resultaba familiar.
—La fuente...
Echaron a correr hacia allí, y en cuestión de segundos llegaron al fin a la plaza. Ayame se detuvo en seco y apoyó las manos en las rodillas entre continuos resuellos para recobrar el aliento. Sin embargo, sus ojos ansiosos recorrieron todo el territorio. De no ser por la fuente, quizás no habría llegado a reconocer el lugar. Todo estaba sumido en un profundo silencio, tan sólo roto por sus jadeos, y la penumbra hacía que las cosas se vieran diferentes de como realmente eran. Además, los encargados del concurso se habían dado toda la prisa del mundo y ya habían retirado el escenario de la plaza. Y, sin embargo, por mucho que miró a su alrededor, no había rastro alguno Kōri.
—No está... —murmuró, lastimera—. ¿Y si se ha ido sin mí...?
Ayame se estremeció. Comenzaba a hacer frío.