19/01/2018, 12:00
—¡Eso no puede ser! —exclamó Eri en respuesta, acercándose a ella entre largas zancadas—. Seguramente tiene que estar, a lo mejor esta no es la plaza, sino una parecida, ¡seguiremos buscando! —la alentó posando una mano en su hombro y dedicándole una sonrisa. Sin embargo, Ayame no pudo hacer otra cosa que morderse el labio inferior con infinita preocupación—. ¿Cómo es tu hermano? Así yo también buscaré por él.
Ayame respiró hondo. ¿Cómo era su hermano? Sin duda, la mejor palabra para describirlo era:
—Blan...
Como si alguien le hubiese abierto la puerta al invierno, una gélida brisa recorrió la plaza sacudiendo los cuerpos de las dos muchachas. Fue entonces cuando se materializó una sombra justo a su espalda, con una bufanda ondeando con fiereza tras su espalda. Aunque no era justo llamarla sombra cuando el color blanco de su silueta casi refulgía con luz propia. Con los brazos cruzados, los cristalinos ojos del joven albino recorrieron a las dos muchachas. La expresión de su rostro era totalmente inexpresiva, como si en lugar de cara lo que tuviera fuera una máscara forjada en hielo.
—co...
—Buenas noches, kunoichi-san —saludó a Eri, y sólo después dirigió su rostro hacia una acongojada Ayame—. Ayame, ¿dónde estabas? Te he estado buscando por toda la ciudad durante horas.
Su tono de voz era tan átono como la expresión de su rostro, pero ella le conocía lo suficiente como para saber que estaba realmente molesto con ella.
—Yo... lo siento, Kōri... —se disculpó, inclinando el torso en una marcada reverencia—. Estaba con Eri-san, y se me pasó por completo... ¡Perdón!
Ayame respiró hondo. ¿Cómo era su hermano? Sin duda, la mejor palabra para describirlo era:
—Blan...
Como si alguien le hubiese abierto la puerta al invierno, una gélida brisa recorrió la plaza sacudiendo los cuerpos de las dos muchachas. Fue entonces cuando se materializó una sombra justo a su espalda, con una bufanda ondeando con fiereza tras su espalda. Aunque no era justo llamarla sombra cuando el color blanco de su silueta casi refulgía con luz propia. Con los brazos cruzados, los cristalinos ojos del joven albino recorrieron a las dos muchachas. La expresión de su rostro era totalmente inexpresiva, como si en lugar de cara lo que tuviera fuera una máscara forjada en hielo.
—co...
—Buenas noches, kunoichi-san —saludó a Eri, y sólo después dirigió su rostro hacia una acongojada Ayame—. Ayame, ¿dónde estabas? Te he estado buscando por toda la ciudad durante horas.
Su tono de voz era tan átono como la expresión de su rostro, pero ella le conocía lo suficiente como para saber que estaba realmente molesto con ella.
—Yo... lo siento, Kōri... —se disculpó, inclinando el torso en una marcada reverencia—. Estaba con Eri-san, y se me pasó por completo... ¡Perdón!