19/01/2018, 13:45
De una segunda tarascada el Uchiha dio punto y final a las sobras del primer filete. Ni corto ni perezoso puso la segunda víctima a la parilla, apresurado. La bestia había despertado. El muchacho era muy asiduo a comer y cuando algo de su agrado hacía las delicias de sus papilas gustativas, sus fauces se volvían insaciables, alimentadas por la más primigenia gula.
—¿Hmm? —emitió el joven, que andaba tan centrado en su frenesí alimenticio que casi había abandonado la realidad en su totalidad— Oh. Sí, a veces. Ya sabes, cuando el sueldo lo permite.
Tras su breve respuesta continuó degustando como si le fuese la vida en ello. Mientras la carne cruda se cocinaba, él bebía. Cuando la ternera había terminado de prepararse, comía. Se trataba de un ciclo sin fin —hasta que los alimentos se agotasen—.
Su protocolo de mesa no era deficiente, a pesar de haber sido criado entre campesinos. Para toda su ansiedad y presteza, el kusajin era educado y no dejaba escapar sonidos desagradables.
Ralexion no era dado a grandes lujos; tampoco los había conocido, al fin y al cabo. Entre su infancia en una nimia aldea en mitad de la nada y ahora un presente como shinobi de bajo rango, le había resultado imposible. No obstante, si había algo que al pelinegro le gustaba consentirse hasta la saciedad era aquello: comer y beber. Su único y mayor capricho.
Ritsuko podía ser testigo de como la carne iba desapareciendo y el sake del recipiente menguando a una velocidad insana.
—¿Te vas a comer eso? —le preguntó, señalando con sus palillos a una triza de carne perteneciente a la pelirroja.
—¿Hmm? —emitió el joven, que andaba tan centrado en su frenesí alimenticio que casi había abandonado la realidad en su totalidad— Oh. Sí, a veces. Ya sabes, cuando el sueldo lo permite.
Tras su breve respuesta continuó degustando como si le fuese la vida en ello. Mientras la carne cruda se cocinaba, él bebía. Cuando la ternera había terminado de prepararse, comía. Se trataba de un ciclo sin fin —hasta que los alimentos se agotasen—.
Su protocolo de mesa no era deficiente, a pesar de haber sido criado entre campesinos. Para toda su ansiedad y presteza, el kusajin era educado y no dejaba escapar sonidos desagradables.
Ralexion no era dado a grandes lujos; tampoco los había conocido, al fin y al cabo. Entre su infancia en una nimia aldea en mitad de la nada y ahora un presente como shinobi de bajo rango, le había resultado imposible. No obstante, si había algo que al pelinegro le gustaba consentirse hasta la saciedad era aquello: comer y beber. Su único y mayor capricho.
Ritsuko podía ser testigo de como la carne iba desapareciendo y el sake del recipiente menguando a una velocidad insana.
—¿Te vas a comer eso? —le preguntó, señalando con sus palillos a una triza de carne perteneciente a la pelirroja.