19/01/2018, 19:10
Una vez más, la kunoichi estuvo a punto de irse en una dirección completamente errada y por suerte su compañero la advirtió a tiempo para regresarse sobre sus pasos.
Seguía igual de enferma, tosía y también estornudaba bastante seguido mientras los mocos le colgaban y los ojos se le cerraban continuamente dejando en claro lo cansada que se sentía. No quería seguir con aquello, prefería abandonar e internarse en su habitación a agonizar hasta que se le pasara el resfriado, pero como fallasen aquel encargo tan sencillo, Raiden les daría una paliza como mínimo.
La chica prácticamente se movía por inercia, no estaba pensando y la mayoría del tiempo se la pasaba con los ojos prácticamente cerrados, de vez en cuando los abría para asegurarse de que no se iba a tropezar con nada y apenas si notó que la lluvia estaba cediendo al fin. Pero poco importaba, la peste ya se le había pegado.
Finalmente llegaron al segundo santuario, sí, apenas era el segundo de cuatro. Donde se les apareció un curioso individuo con el que el azabache entablaría conversación rápidamente, ahorrándole todo tipo de esfuerzo a la pelirroja por abandonar su naturaleza introvertida.
«Parece que esta vez será limpiar y ya »se dijo a sí misma al ver que la estructura no parecía dañada.
Si nada se interponía en su camino, mientras su compañero se encargaba de hablar con el campesino, ella se pondría a trabajar en la limpieza del santuario, comenzando por las tejas.
Seguía igual de enferma, tosía y también estornudaba bastante seguido mientras los mocos le colgaban y los ojos se le cerraban continuamente dejando en claro lo cansada que se sentía. No quería seguir con aquello, prefería abandonar e internarse en su habitación a agonizar hasta que se le pasara el resfriado, pero como fallasen aquel encargo tan sencillo, Raiden les daría una paliza como mínimo.
La chica prácticamente se movía por inercia, no estaba pensando y la mayoría del tiempo se la pasaba con los ojos prácticamente cerrados, de vez en cuando los abría para asegurarse de que no se iba a tropezar con nada y apenas si notó que la lluvia estaba cediendo al fin. Pero poco importaba, la peste ya se le había pegado.
Finalmente llegaron al segundo santuario, sí, apenas era el segundo de cuatro. Donde se les apareció un curioso individuo con el que el azabache entablaría conversación rápidamente, ahorrándole todo tipo de esfuerzo a la pelirroja por abandonar su naturaleza introvertida.
«Parece que esta vez será limpiar y ya »se dijo a sí misma al ver que la estructura no parecía dañada.
Si nada se interponía en su camino, mientras su compañero se encargaba de hablar con el campesino, ella se pondría a trabajar en la limpieza del santuario, comenzando por las tejas.