22/01/2018, 00:43
La psique del Uchiha estaba envuelta casi en su totalidad en el enigma de la puerta. El tiempo de reacción de Ritsuko se le estaba haciendo endemoniadamente lento, ¡tan solo era cuestión de apartarse un poco! Mas el kusajin no quiso meterle prisa, conocedor de los extraños estados de ánimo de la fémina. Sin embargo, no se trataba de algo así, como pronto comprobaría...
La chica tenía otros planes. El joven nunca lo vio venir. Quizás con el Sharingan lo habría hecho.
Ella se abalanzó sobre él y lo besó de improvisto, de sopetón, sin dejarlo escapar. Los ojos de Ralexion se abrieron como si fueran un resorte liberado y con tanta amplitud que parecían platos. Exhaló unos sonidos ahogados, producto de la sorpresa, pero no tardó en agradecer lo que estaba pasando. Fue entonces que los cerró.
Ritsuko quedó quieta como una estatua, sin separar los labios de los ajenos. Era como si no supiera lo que hacer. El Uchiha tampoco lo tenía claro, realmente, así que se dejó llevar. La tomó de la cintura y la acercó más a sí, reafirmando lo que ya les unía. «¿Qué...?».
Pasaron minutos que para el pelinegro fueron eternidades. Cuando ya notó que le faltaba el aire se separó de la fémina con ligereza, mirada algo perdida, pero fijada sobre las facciones de la pelirroja. No sabía muy bien cómo, cuándo ni porqué, pero tenía claro que había sido sorprendentemente agradable.
—¿Ritsuko, qué...? —atinó a decir.
La chica tenía otros planes. El joven nunca lo vio venir. Quizás con el Sharingan lo habría hecho.
Ella se abalanzó sobre él y lo besó de improvisto, de sopetón, sin dejarlo escapar. Los ojos de Ralexion se abrieron como si fueran un resorte liberado y con tanta amplitud que parecían platos. Exhaló unos sonidos ahogados, producto de la sorpresa, pero no tardó en agradecer lo que estaba pasando. Fue entonces que los cerró.
Ritsuko quedó quieta como una estatua, sin separar los labios de los ajenos. Era como si no supiera lo que hacer. El Uchiha tampoco lo tenía claro, realmente, así que se dejó llevar. La tomó de la cintura y la acercó más a sí, reafirmando lo que ya les unía. «¿Qué...?».
Pasaron minutos que para el pelinegro fueron eternidades. Cuando ya notó que le faltaba el aire se separó de la fémina con ligereza, mirada algo perdida, pero fijada sobre las facciones de la pelirroja. No sabía muy bien cómo, cuándo ni porqué, pero tenía claro que había sido sorprendentemente agradable.
—¿Ritsuko, qué...? —atinó a decir.