23/01/2018, 22:48
La reacción de los genin de Kusa ante aquella peculiar situación fue, cuanto menos, dispar.
Ritsuko ignoró deliberadamente al afligido campesino y se acercó al santuario. Pudo comprobar que las tejas tenían restos de una sustancia pegajosa y maloliente que también estaba presente manchando el interior del cubículo de ofrendas. Pese a que tenía a su disposición un par de trapos limpios y un balde con agua, la kunoichi —por razones que, probablemente, escapaban al entendimiento de los otros presentes— empezó a limpiar el lugar sagrado utilizando sus propias manos. Fue inevitable entonces que acabase pringada hasta las muñecas de aquella melaza marrón y apestosa. Empleando aquel método tardaría el doble, o el triple, de tiempo en limpiar el tejado del santuario. Seguramente sería más eficiente utilizar las herramientas que le habían sido proporcionadas para este cometido.
Por su parte, Ralexion se acercó al campesino, que gimoteaba amargamente. Ante la pregunta del kusajin, el hombre alzó la vista —aun sin ponerse en pie— y respondió de forma lastimera.
—¡Loh dioze me han abandonado! —argumentó—. Y tó poque alguien za robado mih ofrendah... Zin la ayuda de loh dioze mis hombroh jamáh podrán encontrar la fuerza necezaria pa trabajá... —ahogó un grito—. ¡Y zin trabajo, no hay dinero! ¡Mi familia va a morí de hambre!
Ritsuko ignoró deliberadamente al afligido campesino y se acercó al santuario. Pudo comprobar que las tejas tenían restos de una sustancia pegajosa y maloliente que también estaba presente manchando el interior del cubículo de ofrendas. Pese a que tenía a su disposición un par de trapos limpios y un balde con agua, la kunoichi —por razones que, probablemente, escapaban al entendimiento de los otros presentes— empezó a limpiar el lugar sagrado utilizando sus propias manos. Fue inevitable entonces que acabase pringada hasta las muñecas de aquella melaza marrón y apestosa. Empleando aquel método tardaría el doble, o el triple, de tiempo en limpiar el tejado del santuario. Seguramente sería más eficiente utilizar las herramientas que le habían sido proporcionadas para este cometido.
Por su parte, Ralexion se acercó al campesino, que gimoteaba amargamente. Ante la pregunta del kusajin, el hombre alzó la vista —aun sin ponerse en pie— y respondió de forma lastimera.
—¡Loh dioze me han abandonado! —argumentó—. Y tó poque alguien za robado mih ofrendah... Zin la ayuda de loh dioze mis hombroh jamáh podrán encontrar la fuerza necezaria pa trabajá... —ahogó un grito—. ¡Y zin trabajo, no hay dinero! ¡Mi familia va a morí de hambre!