17/08/2015, 16:26
Apenas habían pasado un par de días desde que la pequeña Sayaka se graduó en la Academia de Kusagakure y, sin embargo, le parecía una eternidad.
"Qué aburrimiento..." la chica se encontraba tumabada sobre su enorme cama de matrimonio, en medio de un inmenso dormitorio atestado de muñecas y juguetes "el abuelo me dijo que apartir de ahora sería más divertido..." se quejaba mientras dejaba caer su cabeza por el borde de la cama, fijando su mirada en la cómoda al fondo de la sala. Sobre la cual se encontraba una ponposa marioneta (casi tanto como su dueña y su querido vestido rosa, con lazos por doquier) "quiero estrenar mi nueva marioneta..." dejó escapar un bufido "quiero saber que se siente al despedazar a alguien con ella..." giró sobre sí misma, hasta quedar tumbada boca abajo antes de incorporarse de un salto —¡¡Ya no aguanto más!!— gritó llena de rabia mientras saltaba de la cama al suelo —¡Nos vamos de paseo, Kaori!— ordenó la pelirubia estendiendo su mano derecha en dirección a la marioneta, desde la punta de sus dedos se desplegaron unas finas hebras de chakra que se adherieron a la figura de madera que al mismo tiempo se lanzaba, levitando hacia donde se encontraba Sayaka.
Una vez la Kaori llegó hasta donde se encontraba la infante, esta se detuvo grácilmente, mostrándo aquella sardónica sonrisa. La chica paseo su mirada por su nuevo juguete, más que satisfecha.
"No tiene nada que ver con esa mierda que me había dejado el abuelo, esta está mucho mejor. Sin lugar a dudas" se vanaglorio la marionetista antes de ordenarle a su propiedad que se colocase a su espalda, como si de una mochila se tratase
—¡Ábreme la puerta, Fumiko!— órdeno la chica con una voz autoritaria, tan dura que apenas se podría creer que procedía de aquella niña de tan dulce confección —¡Me voy a dar una vuelta!— la puerta se abrió inmediatamente. Empujando ambas hojas a la vez, entró una señora de unos sesenta años no mucho más alta que la señorita a la que servía. La mujer, tras abrir la puerta se aparto para después inclinarse y señalarle que podía pasar —¡Dile al abuelo que no sé cuanto tardaré!— ordenó la pequeña mientras pasaba a toda prisa —¡Y ordena mi cuarto, cuando llegué lo quiero todo en su sitio!— la chica abandonó la sala a plena carrera mientras la pobre Fumiko contemplaba aquella monstruosa sala, atestada de juguetes y ninguno estaba en su sitio.
La pequeña tardó uno minutos hasta salir de aquella descomunal mansión, situada en el noroeste de la Aldea de Kusagakure. El barrio noble por así decirlo, dónde se afincaba la gente más pudiente de la villa. Una vez la chica hubo dejado atrás la verjas del jardín y se encontraba en medio de aquella calzada, rodeada de casas tradicionales japonesas y multitud de árboles. Aminoró el paso, para comenzar a caminar más lento tratando de decidir un rumbo.
"¿A dónde puedo ir...?" la chica comenzó a evaluar posibles destinos "Al campo de entrenamiento no me dejarán acercarme sin vigilancia..." se lamentó la pequeña descartando así su primera idea "Bueno, andaré un rato haber si veo algo interesante en ese nido de ratas" así era como la señorita Akaiwa se refería a la zona de la gente común, dirigiento así sus pasos a la zona residencial de Kusa
"Qué aburrimiento..." la chica se encontraba tumabada sobre su enorme cama de matrimonio, en medio de un inmenso dormitorio atestado de muñecas y juguetes "el abuelo me dijo que apartir de ahora sería más divertido..." se quejaba mientras dejaba caer su cabeza por el borde de la cama, fijando su mirada en la cómoda al fondo de la sala. Sobre la cual se encontraba una ponposa marioneta (casi tanto como su dueña y su querido vestido rosa, con lazos por doquier) "quiero estrenar mi nueva marioneta..." dejó escapar un bufido "quiero saber que se siente al despedazar a alguien con ella..." giró sobre sí misma, hasta quedar tumbada boca abajo antes de incorporarse de un salto —¡¡Ya no aguanto más!!— gritó llena de rabia mientras saltaba de la cama al suelo —¡Nos vamos de paseo, Kaori!— ordenó la pelirubia estendiendo su mano derecha en dirección a la marioneta, desde la punta de sus dedos se desplegaron unas finas hebras de chakra que se adherieron a la figura de madera que al mismo tiempo se lanzaba, levitando hacia donde se encontraba Sayaka.
Una vez la Kaori llegó hasta donde se encontraba la infante, esta se detuvo grácilmente, mostrándo aquella sardónica sonrisa. La chica paseo su mirada por su nuevo juguete, más que satisfecha.
"No tiene nada que ver con esa mierda que me había dejado el abuelo, esta está mucho mejor. Sin lugar a dudas" se vanaglorio la marionetista antes de ordenarle a su propiedad que se colocase a su espalda, como si de una mochila se tratase
—¡Ábreme la puerta, Fumiko!— órdeno la chica con una voz autoritaria, tan dura que apenas se podría creer que procedía de aquella niña de tan dulce confección —¡Me voy a dar una vuelta!— la puerta se abrió inmediatamente. Empujando ambas hojas a la vez, entró una señora de unos sesenta años no mucho más alta que la señorita a la que servía. La mujer, tras abrir la puerta se aparto para después inclinarse y señalarle que podía pasar —¡Dile al abuelo que no sé cuanto tardaré!— ordenó la pequeña mientras pasaba a toda prisa —¡Y ordena mi cuarto, cuando llegué lo quiero todo en su sitio!— la chica abandonó la sala a plena carrera mientras la pobre Fumiko contemplaba aquella monstruosa sala, atestada de juguetes y ninguno estaba en su sitio.
La pequeña tardó uno minutos hasta salir de aquella descomunal mansión, situada en el noroeste de la Aldea de Kusagakure. El barrio noble por así decirlo, dónde se afincaba la gente más pudiente de la villa. Una vez la chica hubo dejado atrás la verjas del jardín y se encontraba en medio de aquella calzada, rodeada de casas tradicionales japonesas y multitud de árboles. Aminoró el paso, para comenzar a caminar más lento tratando de decidir un rumbo.
"¿A dónde puedo ir...?" la chica comenzó a evaluar posibles destinos "Al campo de entrenamiento no me dejarán acercarme sin vigilancia..." se lamentó la pequeña descartando así su primera idea "Bueno, andaré un rato haber si veo algo interesante en ese nido de ratas" así era como la señorita Akaiwa se refería a la zona de la gente común, dirigiento así sus pasos a la zona residencial de Kusa