27/01/2018, 22:36
Debía reconocer que Nabi tenía su punto de razón, pero ya llevaban incontables años allí asentados como para pensar que su tatarabuelo podría ser el padre de la recepcionista del edificio del Uzukage. ¿Y si era su tía lejana? Nunca conoció a la familia de su padre, así que por poder, podía ser. Tampoco es que su madre le hubiese hablado de la vida de su padre.
Tampoco le habló de la familia en general.
— Mejor, pregunta tú, que yo no suelo caerle bien a la gente.
Cuando escuchó eso, la joven kunoichi salió de su trance y asintió, tampoco le importaba preguntar a ella. Miró hacia ambos lados de la calle, la cual estaba bastante desierta, hasta que encontró a un hombre que estaba saliendo de su casa. Más que un hombre era un anciano totalmente calvo y con barba ya crecida, de color blanco. Iba cubierto por una gabardina de color marrón y una bufanda de un tono más claro.
—¡Disculpe, señor! —exclamó la joven, acercándose al anciano —¿Sabe...?
—¡Oh sí, muchacha, el viejo Goro sabe, sabe de todo! —dijo el hombre seguido de una sonora risa —. ¿Qué quieres, qué quieres?
—Esto... —murmuró, buscando su pergamino. Cuando lo tuvo en la mano le señaló el lugar fijado en el papel —. ¿Sabe dónde queda este lugar? Estamos un poco perdidos mi compañero y yo...
Cuando el amable anciano, con la sonrisa ya pintada en su rostro, levantó la mirada para encarar a Eri y, por ende, a Nabi, éste se fijó en el perro que lo acompañaba y rápidamente cambió su semblante.
—¡No, no, no! ¡Ese chucho se orinó en mis plantas! —exclamó, horrirozado —¡Ni en sueños os ayudo! ¡Esta juventud de hoy día, vergüenza... —y el anciano se fue, despotricando sin dar cuartelillo a Nabi.
Eri se quedó confusa, ¿qué acababa de pasar?
Tampoco le habló de la familia en general.
— Mejor, pregunta tú, que yo no suelo caerle bien a la gente.
Cuando escuchó eso, la joven kunoichi salió de su trance y asintió, tampoco le importaba preguntar a ella. Miró hacia ambos lados de la calle, la cual estaba bastante desierta, hasta que encontró a un hombre que estaba saliendo de su casa. Más que un hombre era un anciano totalmente calvo y con barba ya crecida, de color blanco. Iba cubierto por una gabardina de color marrón y una bufanda de un tono más claro.
—¡Disculpe, señor! —exclamó la joven, acercándose al anciano —¿Sabe...?
—¡Oh sí, muchacha, el viejo Goro sabe, sabe de todo! —dijo el hombre seguido de una sonora risa —. ¿Qué quieres, qué quieres?
—Esto... —murmuró, buscando su pergamino. Cuando lo tuvo en la mano le señaló el lugar fijado en el papel —. ¿Sabe dónde queda este lugar? Estamos un poco perdidos mi compañero y yo...
Cuando el amable anciano, con la sonrisa ya pintada en su rostro, levantó la mirada para encarar a Eri y, por ende, a Nabi, éste se fijó en el perro que lo acompañaba y rápidamente cambió su semblante.
—¡No, no, no! ¡Ese chucho se orinó en mis plantas! —exclamó, horrirozado —¡Ni en sueños os ayudo! ¡Esta juventud de hoy día, vergüenza... —y el anciano se fue, despotricando sin dar cuartelillo a Nabi.
Eri se quedó confusa, ¿qué acababa de pasar?