27/01/2018, 23:27
(Última modificación: 27/01/2018, 23:31 por Inuzuka Nabi.)
Como no, al ser Eri y no yo, el primer viejo que pasó resultó ser un viejo amable. Eso es puro especismo, vamos, que me odian solo por ser Inuzuka y ser guay, no como ellos, que son unos humanos normales y corrientes con sus vidas de humanos normales y corrientes. ¡Envidia! es lo que me tienen.
Eri estaba a una pregunta de conseguir que ese amable anciano sacado de cuento de hadas le indicase como llegar a nuestro destino. Destino de lugar, eh, no de realización personal ni de acabar casados y con tres hijos y cuatro perros. Sin embargo, cuando miró a Stuffy y Stuffy le miró, todo acabó.
Empezó a despotricar de él y se marchó por donde había venido, con la consiguiente mirada de Eri pidiendo explicaciones. Me masajee los parpados lentamente, antes de dejar que un acceso de rabia se apoderase de mi. Agarré a Stuffy y lo levanté, zarandeandolo en el proceso.
— ¡Pero, quieres, dejar, de poner, a toda, la villa, en nuestra contra!
El can gruñía y ladraba al son de los zarandeos quejandose de que no era culpa suya que la gente dejase las plantas a alturas meables. Lo dejé en el suelo, suspirando pesadamente y repetidamente, varias veces y con inquina.
— ¡Al menos que no te pillen! ¿Ahora qué hacemos?
Eri estaba a una pregunta de conseguir que ese amable anciano sacado de cuento de hadas le indicase como llegar a nuestro destino. Destino de lugar, eh, no de realización personal ni de acabar casados y con tres hijos y cuatro perros. Sin embargo, cuando miró a Stuffy y Stuffy le miró, todo acabó.
Empezó a despotricar de él y se marchó por donde había venido, con la consiguiente mirada de Eri pidiendo explicaciones. Me masajee los parpados lentamente, antes de dejar que un acceso de rabia se apoderase de mi. Agarré a Stuffy y lo levanté, zarandeandolo en el proceso.
— ¡Pero, quieres, dejar, de poner, a toda, la villa, en nuestra contra!
El can gruñía y ladraba al son de los zarandeos quejandose de que no era culpa suya que la gente dejase las plantas a alturas meables. Lo dejé en el suelo, suspirando pesadamente y repetidamente, varias veces y con inquina.
— ¡Al menos que no te pillen! ¿Ahora qué hacemos?
—Nabi—