2/02/2018, 01:19
El panorama llevó al moreno a juntar las palmas de sus manos, inspirar con fuerza y acto seguido expulsar el aire acumulado. Su expresión era antinaturalmente neutral, casi como si no estuviese allí. Su paciencia se agotaba más rápido que la mecha que discurría, encendida y a toda velocidad, hasta llegar al receptáculo que contenía la pólvora.
—Chico...
El muchacho alzó el dedo índice derecho y lo meneó varias veces. Se preparaba para disparar la réplica más contundente jamás vista en el mundo de la retórica. Al fin y al cabo, había demostrado en varias ocasiones que el don de la palabra era tan suyo como la sangre Uchiha que le permitía manifestar el Sharingan.
—Está bien, está bien... entiendo vuestro punto de vista, de verdad, yo a menudo me siento como un zángano a merced de mis superiores... —empleó un tono pacífico, conciliador— Pero deberíais de tener en cuenta esto...
Ralexion empezó a hacer sellos a una velocidad que probablemente resultaría vertiginosa para los aprendices de filósofo. Se trataba de la serie empleada para el Gōkakyū no Jutsu. Instantes más tarde arqueó su espalda hacia atrás e hinchó los pulmones, a lo que escupió un torrente de fuego dirigido hacia arriba, al aire. Era una advertencia, una técnica de fogueo, literalmente, pero la distancia que los separaba debía de ser suficiente como para que los más posicionados en la vanguardia del grupo sintiese la subida de temperatura.
Al terminar, el genin bajó la mirada de inmediato.
—¡O DEJÁIS LOS SANTUARIOS EN PAZ U OS CHAMUSCO A TODOS, ME CAGO EN LA PUTA! ¡CORRED, NIÑATOS, HE TENIDO UN DÍA MALO DE COJONES!
No tenía intención alguna de cumplir sus amenazas, pero esperaba que aquello fuese suficiente para espantar a la jauría de eruditos. «Que hagan lo que quieran y defiendan lo que quieran, sus ideas son buenas, ¡pero que no jodan la propiedad ajena en el proceso!», sentenció, a pesar de que nadie más podía escucharle.