18/08/2015, 11:29
Apenas hacía un par de días que se había graduado como shinobi, y ahora la placa de Amegakure descansaba orgullosa atornillada a una cinta de tela negra en su frente. Daruu sonreía como un tonto, apoyado en una barandilla de un piso muy alto, de una torre muy alta que le había estado acompañando durante unos años de la vida que se le habían hecho agridulces, pero que al fin y al cabo configuraban lo que ahora era. Un ninja. Como papá había querido.
Por eso sonreía como un tonto, y por eso se dejaba acariciar por la lluvia mientras observaba la Villa Oculta como si el mero hecho de vigilarla desde cierta altura la hiciera más suya. Sólo era un genin, pero al fin y al cabo ahora estaba a cargo de proteger aquél enorme amasijo de calles y luces de neón que llamaba hogar, y a toda la gente que quería —y que no quería tanto— que vivía allí. Se sorprendió imaginando cada pequeña historia, cada pequeño relato que debía de poseer en su interior cada habitante. Sintió un repentino mareo: demasiada conjetura, demasiado perdido.
Se perdía. Solía perderse en sus cavilaciones cada vez más, encerrado en un pequeño mundo que había construido para evadirse de otros pensamientos más oscuros, nefastos e improductivos del pasado. En una ocasión, casi se le quema la pizza en el horno por perderse demasiado hacia dentro. Y eso, viniendo de Daruu, casi fue un sacrilegio.
Suspiró y dejó caer su peso sobre la baranda. Entonces empezó a silbar una cancioncilla que no sabía dónde había oído.
Por eso sonreía como un tonto, y por eso se dejaba acariciar por la lluvia mientras observaba la Villa Oculta como si el mero hecho de vigilarla desde cierta altura la hiciera más suya. Sólo era un genin, pero al fin y al cabo ahora estaba a cargo de proteger aquél enorme amasijo de calles y luces de neón que llamaba hogar, y a toda la gente que quería —y que no quería tanto— que vivía allí. Se sorprendió imaginando cada pequeña historia, cada pequeño relato que debía de poseer en su interior cada habitante. Sintió un repentino mareo: demasiada conjetura, demasiado perdido.
Se perdía. Solía perderse en sus cavilaciones cada vez más, encerrado en un pequeño mundo que había construido para evadirse de otros pensamientos más oscuros, nefastos e improductivos del pasado. En una ocasión, casi se le quema la pizza en el horno por perderse demasiado hacia dentro. Y eso, viniendo de Daruu, casi fue un sacrilegio.
Suspiró y dejó caer su peso sobre la baranda. Entonces empezó a silbar una cancioncilla que no sabía dónde había oído.