4/02/2018, 23:45
El rapado preguntó al hombre si bien esperaba hasta que regresasen, o bien les acompañaba. Antes de esperar una respuesta, añadió que de ser presentados por él, ganarían algo de atención. Razón no les faltaba, la gente de pueblo tienden a ser bastante cerradas con los extranjeros, no hacía falta que lo jurasen. El hombre bajó también de su caballo, como el resto había hecho.
—Si, iré con vosotros.
Antes de dejar sueltas las riendas a la merced del equino, el hombre tomó las tres riendas, y amarró a los animales a un poste cercano. De allí no escaparían los caballos, al menos no sin derribar el tocón de madera. Para ese entonces, la chica soltó la pregunta que carcomía su cabeza.
—Si te fijas bien, los padres o madres de éstos niños están al acecho. Vigilan desde la casa, por si cualquier cosa pasase. No están a merced de un secuestro... seguro que si alguien se acerca a un niño, no sale con vida del pueblo —aseguró el hombre.
Tras ello, éste —acompañado de los chicos— avanzó hasta el gran portalón que daba entrada a la escuela. Sin mas, golpeó la madera un par de veces, en un sonoro saludo. Pasaron unos cuantos segundos en pleno silencio, y de pronto se empezó a escuchar el inconfundible sonido de un centenar de llaves golpeando las unas contra las otras. Típico, un llavero que tenía tanto tiempo como esas puertas.
—Voy, vooooy —anunció a compás la arrugada voz de un anciano.
Poco después, el hombre que había tras las puertas encajó la llave en la cerradura, y terminó por abrir la misma. Abrió con mesura la puerta, aunque no del todo, y asomó para ver de quién se trataba. El hombre quedó un poco extrañado ante la presencia de los dos extranjeros, y arqueó la ceja al ver al hombre que acompañaba a los extranjeros.
—Buenas noches, Satofu. Vengo desde Nokoto, éstos chicos son familiares de la chica que ha desaparecido, y querían hacerte unas preguntas —anunció el hombre —¿les puedes dedicar un momentillo, por favor?
El hombre, de barba poblada, surcó con su diestra la peliblanca barba, y dejó escapar un leve suspiro. —Está bien, pero que sea breve. Están echando salsa shinobi en la televisión, y no quiero perdérmelo.
»¿En qué puedo ayudaros, jóvenes?
—Si, iré con vosotros.
Antes de dejar sueltas las riendas a la merced del equino, el hombre tomó las tres riendas, y amarró a los animales a un poste cercano. De allí no escaparían los caballos, al menos no sin derribar el tocón de madera. Para ese entonces, la chica soltó la pregunta que carcomía su cabeza.
—Si te fijas bien, los padres o madres de éstos niños están al acecho. Vigilan desde la casa, por si cualquier cosa pasase. No están a merced de un secuestro... seguro que si alguien se acerca a un niño, no sale con vida del pueblo —aseguró el hombre.
Tras ello, éste —acompañado de los chicos— avanzó hasta el gran portalón que daba entrada a la escuela. Sin mas, golpeó la madera un par de veces, en un sonoro saludo. Pasaron unos cuantos segundos en pleno silencio, y de pronto se empezó a escuchar el inconfundible sonido de un centenar de llaves golpeando las unas contra las otras. Típico, un llavero que tenía tanto tiempo como esas puertas.
—Voy, vooooy —anunció a compás la arrugada voz de un anciano.
Poco después, el hombre que había tras las puertas encajó la llave en la cerradura, y terminó por abrir la misma. Abrió con mesura la puerta, aunque no del todo, y asomó para ver de quién se trataba. El hombre quedó un poco extrañado ante la presencia de los dos extranjeros, y arqueó la ceja al ver al hombre que acompañaba a los extranjeros.
—Buenas noches, Satofu. Vengo desde Nokoto, éstos chicos son familiares de la chica que ha desaparecido, y querían hacerte unas preguntas —anunció el hombre —¿les puedes dedicar un momentillo, por favor?
El hombre, de barba poblada, surcó con su diestra la peliblanca barba, y dejó escapar un leve suspiro. —Está bien, pero que sea breve. Están echando salsa shinobi en la televisión, y no quiero perdérmelo.
»¿En qué puedo ayudaros, jóvenes?