6/02/2018, 12:10
—Chicos, ¿no creéis que si le hubiese hecho algo a Juro, no se lo habría hecho ya? Está indefenso, como nosotros —intervino Jin—. Aunque Ayame tiene su punto, por eso podemos ir despacio, pero aprovechando cada segundo, somos cuatro contra uno, al fin y al cabo.
—Eso si es que es Juro-san el que está arriba... —replicó Ayame, hundiendo los hombros—. También existe la posibilidad de que ambos sean enemigos.
Fuera como fuese, al final el grupo salió de la habitación con Jin a la cabeza. Con paso lento y premeditado, pero no por ello pausado, los tres subieron las escaleras con todo el cuidado del mundo para hacer el menor ruido posible. Ayame, por su parte, trataba de afinar el oído, concentrándose en las voces que cada vez se escuchaban más y más cerca.
«Qué extraño...» Pensó, frunciendo ligeramente el ceño. Cada vez estaba más convencida de que Juro era uno de los interlocutores, hecho que la aliviaba, pero el eco de la segunda voz también le resultaba terriblemente familiar, y eso sólo acrecentaba su inquietud.
Fuera como fuese, nada podría haberla preparado para lo que vino a continuación. Efectivamente, Juro estaba allí, pero quien estaba con él no era otro que...
—¿Jin? —preguntaron Riko y Ayame a la vez, ambos igual de estupefactos.
Efectivamente, el mismo chico que estaba caminando junto a ellos y había estado ayudándoles escaleras abajo. Como activada por un resorte, Ayame giró sobre sus talones, separándose del Jin que los acompañaba y se pegó a la pared. Sus ojos, confundidos y temerosos, oscilaban entre los dos Jin buscando cualquier mínima pista que le permitiera encontrar una diferencia, por sutil que fuera, entre ambos. Pero era inútil, era como contemplar un espejo y tratar de discernir quién era el original y quién el reflejo.
—No voy a tratar de convenceros de nada, yo soy el falso Jin —habló el segundo Jin, extrañamente abatido, y para desgracia de todos su voz también sonaba idéntica a la de su hermano gemelo—. Dejadme en paz, por favor, solo dejadme en paz de una vez.
—No... no entiendo nada... —murmuró Ayame.
El segundo Jin pasó de largo ante ellos e intentó marcharse escaleras abajo, pero Riko le retuvo antes de que tuviera la ocasión de alejarse.
—Tú no te vas, al menos hasta que aclaremos esto.
— ¡Ayame-san! ¡Riko-san! —la voz de Juro sobresaltó a Ayame. Con la sorpresa de los dos Jin, se había olvidado momentáneamente de su compañero, pero al verle, aparentemente ileso y a salvo, el alivio la invadió. Pero ese sentimiento se vio enseguida eclipsado por la duda. ¿De verdad era él? ¿O sería otra réplica y el verdadero Juro se encontraba en otra parte de la casa, solo y en peligro? ¿Acaso habría una réplica por cada uno de ellos? ¿Existiría una réplica suya? Sea como fuere, él parecía tan confundido como todos ellos...—. ¡Estais bien! ¿Q-Quién es ese? No puede ser...
—Tenemos que averiguar quién es el verdadero, y no nos sobra el tiempo —intervino Riko.
«Pero tenemos un problema: no conocemos de nada a Jin... Así que no podemos hacerle una pregunta que sólo el verdadero conozca...» Meditó Ayame, llevándose una mano al mentón tratando de ignorar los alocados latidos de su corazón.
Allí estaban, juntos y a la vez separados por la discordia. Con el tiempo escurriéndose entre sus dedos. Como los granos de arena de un reloj de arena... Como las afiladas agujas de un reloj de péndulo que segara cada minuto de su vida. Se les escapaba el tiempo, y si no hacían nada terminarían encerrados en aquella casa maldita para siempre.
Fue entonces cuando reparó en la bandana que llevaba Jin al cuello. Amegakure.
Jin era de su misma aldea.
Entonces...
—Jin-san —habló, mirando a los dos, y tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que atenazaba su garganta—. ¿Cómo celebramos el otoño en Amegakure?
—Eso si es que es Juro-san el que está arriba... —replicó Ayame, hundiendo los hombros—. También existe la posibilidad de que ambos sean enemigos.
Fuera como fuese, al final el grupo salió de la habitación con Jin a la cabeza. Con paso lento y premeditado, pero no por ello pausado, los tres subieron las escaleras con todo el cuidado del mundo para hacer el menor ruido posible. Ayame, por su parte, trataba de afinar el oído, concentrándose en las voces que cada vez se escuchaban más y más cerca.
«Qué extraño...» Pensó, frunciendo ligeramente el ceño. Cada vez estaba más convencida de que Juro era uno de los interlocutores, hecho que la aliviaba, pero el eco de la segunda voz también le resultaba terriblemente familiar, y eso sólo acrecentaba su inquietud.
Fuera como fuese, nada podría haberla preparado para lo que vino a continuación. Efectivamente, Juro estaba allí, pero quien estaba con él no era otro que...
—¿Jin? —preguntaron Riko y Ayame a la vez, ambos igual de estupefactos.
Efectivamente, el mismo chico que estaba caminando junto a ellos y había estado ayudándoles escaleras abajo. Como activada por un resorte, Ayame giró sobre sus talones, separándose del Jin que los acompañaba y se pegó a la pared. Sus ojos, confundidos y temerosos, oscilaban entre los dos Jin buscando cualquier mínima pista que le permitiera encontrar una diferencia, por sutil que fuera, entre ambos. Pero era inútil, era como contemplar un espejo y tratar de discernir quién era el original y quién el reflejo.
—No voy a tratar de convenceros de nada, yo soy el falso Jin —habló el segundo Jin, extrañamente abatido, y para desgracia de todos su voz también sonaba idéntica a la de su hermano gemelo—. Dejadme en paz, por favor, solo dejadme en paz de una vez.
—No... no entiendo nada... —murmuró Ayame.
El segundo Jin pasó de largo ante ellos e intentó marcharse escaleras abajo, pero Riko le retuvo antes de que tuviera la ocasión de alejarse.
—Tú no te vas, al menos hasta que aclaremos esto.
— ¡Ayame-san! ¡Riko-san! —la voz de Juro sobresaltó a Ayame. Con la sorpresa de los dos Jin, se había olvidado momentáneamente de su compañero, pero al verle, aparentemente ileso y a salvo, el alivio la invadió. Pero ese sentimiento se vio enseguida eclipsado por la duda. ¿De verdad era él? ¿O sería otra réplica y el verdadero Juro se encontraba en otra parte de la casa, solo y en peligro? ¿Acaso habría una réplica por cada uno de ellos? ¿Existiría una réplica suya? Sea como fuere, él parecía tan confundido como todos ellos...—. ¡Estais bien! ¿Q-Quién es ese? No puede ser...
—Tenemos que averiguar quién es el verdadero, y no nos sobra el tiempo —intervino Riko.
«Pero tenemos un problema: no conocemos de nada a Jin... Así que no podemos hacerle una pregunta que sólo el verdadero conozca...» Meditó Ayame, llevándose una mano al mentón tratando de ignorar los alocados latidos de su corazón.
Allí estaban, juntos y a la vez separados por la discordia. Con el tiempo escurriéndose entre sus dedos. Como los granos de arena de un reloj de arena... Como las afiladas agujas de un reloj de péndulo que segara cada minuto de su vida. Se les escapaba el tiempo, y si no hacían nada terminarían encerrados en aquella casa maldita para siempre.
Fue entonces cuando reparó en la bandana que llevaba Jin al cuello. Amegakure.
Jin era de su misma aldea.
Entonces...
—Jin-san —habló, mirando a los dos, y tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que atenazaba su garganta—. ¿Cómo celebramos el otoño en Amegakure?