6/02/2018, 14:36
Pero tan pronto sus dedos de nieve rozaron la primer página, el sello de la página izquierda brilló con tal fuerza que parecía una estrella en miniatura.
—¡CUIDADO! —gritó Ayame, con voz estrangulada por el terror.
—¡La habitación está llena de chakra! —advirtió Daruu—. ¡Se mete den...! ¡Es un Genjutsu, mierda, mierda, cuidado!
Los dos genin juntaron al unísono las manos en el sello que les permitiría liberarse de la ilusión, pero ninguno de los dos estaba tan versado en el arte del Genjutsu como para combatir la técnica de una mujer que había demostrado ser una experta no sólo en el arte del sellado. Y mucho menos El Hielo, que era tan negado para el Genjutsu como su hermana lo era para el Fūinjutsu. Todo se oscureció alrededor, y así, los tres shinobi cayeron al suelo para acompañar a los que, como ellos, osaron una vez entrar en aquella casa.
Donde dormirían para siempre...
La arena amortiguó su caída, pero se le metió por la ropa y sintió cierto regusto crujiente en la boca. Ayame se reincorporó rápidamente, quitándose el grueso de polvo de encima, y se sorprendió al ver las olas del mar acariciando sus pies.
—¿Qué...? —se preguntó, mirando a su alrededor.
Ya no estaban en el despacho. De hecho, ni siquiera estaban en el interior de una casa. Estaban en una playa, la playa de una pequeña isla que no debía medir más de cien metros de punta a punta de la playa. Más allá, todo era océano.
—Mierda, mierda, ¿dónde estamos? —escuchó la voz de Daruu cerca de ella. Tanto él como Kōri también habían aparecido allí, pero, aunque más aliviada al no verse sola, eso no terminaba de calmarla—. ¡Oh, no! ¡Los esqueletos! ¡Ellos también cayeron en este Genjutsu! ¡Vamos a acabar como ellos!
Sus palabras cayeron sobre ella como un balde de agua congelada. Pálida como la cera, Ayame volvió a juntar las manos.
—¡KAI! ¡KAI! —gritaba, una y otra vez, intentando de forma desesperada deshacer el embrujo en el que habían caído. Tenía que hacerlo, tenía que esforzarse al máximo y deshacer aquella ilusión. Sólo así podría salir y liberar a su hermano y a su pareja—. ¡No quiero! ¡No quiero ser un esqueleto! ¡No voy a ser un esqueleto! ¡KAI!
Pero todo era inútil. Luchar contra aquella ilusión era como intentar luchar contra la gravedad. Y la desesperanza la invadió. Una mano de hielo agarró su hombro.
—Basta, Ayame. No conseguiremos nada así —dijo Kōri, tratando de enfriar con su voz los sentimientos de la muchacha que lloraba desconsolada—. Buscaremos otra manera de salir.
—¿Cómo? —gimoteó ella—. ¡Estamos en una isla diminuta en mitad de la nada!
Kōri se volvió hacia Daruu, solicitante.
—¿Qué ven tus ojos, Daruu-kun?
—¡CUIDADO! —gritó Ayame, con voz estrangulada por el terror.
—¡La habitación está llena de chakra! —advirtió Daruu—. ¡Se mete den...! ¡Es un Genjutsu, mierda, mierda, cuidado!
Los dos genin juntaron al unísono las manos en el sello que les permitiría liberarse de la ilusión, pero ninguno de los dos estaba tan versado en el arte del Genjutsu como para combatir la técnica de una mujer que había demostrado ser una experta no sólo en el arte del sellado. Y mucho menos El Hielo, que era tan negado para el Genjutsu como su hermana lo era para el Fūinjutsu. Todo se oscureció alrededor, y así, los tres shinobi cayeron al suelo para acompañar a los que, como ellos, osaron una vez entrar en aquella casa.
Donde dormirían para siempre...
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La arena amortiguó su caída, pero se le metió por la ropa y sintió cierto regusto crujiente en la boca. Ayame se reincorporó rápidamente, quitándose el grueso de polvo de encima, y se sorprendió al ver las olas del mar acariciando sus pies.
—¿Qué...? —se preguntó, mirando a su alrededor.
Ya no estaban en el despacho. De hecho, ni siquiera estaban en el interior de una casa. Estaban en una playa, la playa de una pequeña isla que no debía medir más de cien metros de punta a punta de la playa. Más allá, todo era océano.
—Mierda, mierda, ¿dónde estamos? —escuchó la voz de Daruu cerca de ella. Tanto él como Kōri también habían aparecido allí, pero, aunque más aliviada al no verse sola, eso no terminaba de calmarla—. ¡Oh, no! ¡Los esqueletos! ¡Ellos también cayeron en este Genjutsu! ¡Vamos a acabar como ellos!
Sus palabras cayeron sobre ella como un balde de agua congelada. Pálida como la cera, Ayame volvió a juntar las manos.
—¡KAI! ¡KAI! —gritaba, una y otra vez, intentando de forma desesperada deshacer el embrujo en el que habían caído. Tenía que hacerlo, tenía que esforzarse al máximo y deshacer aquella ilusión. Sólo así podría salir y liberar a su hermano y a su pareja—. ¡No quiero! ¡No quiero ser un esqueleto! ¡No voy a ser un esqueleto! ¡KAI!
Pero todo era inútil. Luchar contra aquella ilusión era como intentar luchar contra la gravedad. Y la desesperanza la invadió. Una mano de hielo agarró su hombro.
—Basta, Ayame. No conseguiremos nada así —dijo Kōri, tratando de enfriar con su voz los sentimientos de la muchacha que lloraba desconsolada—. Buscaremos otra manera de salir.
—¿Cómo? —gimoteó ella—. ¡Estamos en una isla diminuta en mitad de la nada!
Kōri se volvió hacia Daruu, solicitante.
—¿Qué ven tus ojos, Daruu-kun?