7/02/2018, 11:19
(Última modificación: 7/02/2018, 11:20 por Aotsuki Ayame.)
—Mis ojos no servirían de nada en una situación como esta, sólo para confirmar que seguimos dentro del Genjutsu —explicó, negando con la cabeza, y Ayame dejó caer los hombros con abatimiento. Hasta el momento, los ojos de Daruu les habían servido casi para cualquier cosa, habían sido su llave de salvación en más de una ocasión. Si ni siquiera él era capaz de ver nada ahí dentro, eso quería decir que estaban perdidos en una isla desierta, sin vegetación ni agua potable que pudieran beber. Ayame llevaba consigo su enorme mochila, pero por mucha comida que hubiese podido meter dentro tampoco les duraría para siempre—. Dentro de una ilusión, o el autor de la misma se inventa el funcionamiento de mi técnica y me muestra lo que él quiere, o sería inútil. Pero por falta de una alternativa mejor, voy a probar.
El Hyūga volvió a activar su Byakugan y echo un vistazo a su alrededor mientras Ayame y Kōri aguardaban expectantes. Y, al cabo de varios minutos, la terrible verdad se abrió paso:
—Este Genjutsu es tan fuerte que hace que parezca todo real, incluso mi vista aumentada —confirmó—. Veo nuestros flujos del chakra de forma totalmente normal. De hecho, sospecho que si utilizásemos una técnica de Genjutsu... aquí. Funcionaría. Es decir, el Genjutsu funcionaría y yo vería la perturbación en el chakra. A no ser que esto en verdad no sea un Genjutsu, lo cual me parecería sumamente extraño... porque se parece a un Genjutsu.
Kōri clavó la mirada en el suelo, pensativo.
—Es posible que...
—¡Ah! ¡Allí! —exclamó Ayame súbitamente, interrumpiendo las palabras del Jōnin.
Pálida como la luna, señalaba con el dedo índice hacia el mar. Allí, suspendida sobre el agua, una mujer alta y espigada, de belleza misteriosa e imponente, les observaba en silencio. Tenía los cabellos oscuros y rizados y sus ojos se refugiaban tras los cristales de unas gafas cuadradas. Vestía una túnica larga, negra como la noche, y sus pies estaban desprovistos de cualquier tipo de calzado. Un cinturon marrón sujetaba una kusarigama a su cintura.
«Es la Muerte. Ha venido a por nosotros.» No pudo evitar pensar.
—Así que al final, los entrometidos de Amegakure vienen a llevarse mi libro —dijo—. Lo siento, pero eso es algo que no puedo permitir.
Ayame parpadeó, completamente confundida.
—Es... S... ¿Shiruuba-san? —preguntó, intercambiando una mirada con sus dos compañeros, esperando ver cualquier tipo de reacción en sus rostros. Daruu parecía igual de atónito que ella, pero Kōri mantenía inalterable aquella máscara de hielo que siempre esgrimía.
¿Pero cómo era posible? La señora Shiruuba era una anciana, ¡y aquella mujer parecía estar en la flor de la vida! Además... Algo pintaba muy mal en todo aquello, y no iban a tardar mucho en descubrirlo.
—Pero no temáis. Ahora sois libres —continuó hablando—. Aquí podéis ser lo que queráis ser. Llevar la vida que siempre habéis querido tener. Aquí no hay guerras, ni hambre. Simplemente desead, y tendréis lo que queráis.
Ayame tardó unos segundos en comprender el significado de aquellas palabras, pero cuando lo hizo se sintió hundirse en la desesperación.
—¡¿Qué?! ¡NO! ¡No quiero quedarme aquí! ¡Quiero vol...!
En aquella ocasión fue Kōri el que la interrumpió. Había avanzado hasta quedar de nuevo frente a los dos genin, y ahora esgrimía un pergamino enrollado que tendía hacia la mujer.
—Shiruuba-san, venimos por orden de Yui-sama —habló, y su voz sonó tan calmada y tan falta de cualquier tipo de sentimiento que Ayame sintió un escalofrío. ¿Cómo era capaz de mantener la compostura en una situación como aquella? Definitivamente, era el Rey del Hielo—. Según lo estipulado en el contrato que firmasteis con la Arashikage, ese libro pasaría a ser parte de la Biblioteca de Amegakure tras vuestra defunción.
El Hyūga volvió a activar su Byakugan y echo un vistazo a su alrededor mientras Ayame y Kōri aguardaban expectantes. Y, al cabo de varios minutos, la terrible verdad se abrió paso:
—Este Genjutsu es tan fuerte que hace que parezca todo real, incluso mi vista aumentada —confirmó—. Veo nuestros flujos del chakra de forma totalmente normal. De hecho, sospecho que si utilizásemos una técnica de Genjutsu... aquí. Funcionaría. Es decir, el Genjutsu funcionaría y yo vería la perturbación en el chakra. A no ser que esto en verdad no sea un Genjutsu, lo cual me parecería sumamente extraño... porque se parece a un Genjutsu.
Kōri clavó la mirada en el suelo, pensativo.
—Es posible que...
—¡Ah! ¡Allí! —exclamó Ayame súbitamente, interrumpiendo las palabras del Jōnin.
Pálida como la luna, señalaba con el dedo índice hacia el mar. Allí, suspendida sobre el agua, una mujer alta y espigada, de belleza misteriosa e imponente, les observaba en silencio. Tenía los cabellos oscuros y rizados y sus ojos se refugiaban tras los cristales de unas gafas cuadradas. Vestía una túnica larga, negra como la noche, y sus pies estaban desprovistos de cualquier tipo de calzado. Un cinturon marrón sujetaba una kusarigama a su cintura.
«Es la Muerte. Ha venido a por nosotros.» No pudo evitar pensar.
—Así que al final, los entrometidos de Amegakure vienen a llevarse mi libro —dijo—. Lo siento, pero eso es algo que no puedo permitir.
Ayame parpadeó, completamente confundida.
—Es... S... ¿Shiruuba-san? —preguntó, intercambiando una mirada con sus dos compañeros, esperando ver cualquier tipo de reacción en sus rostros. Daruu parecía igual de atónito que ella, pero Kōri mantenía inalterable aquella máscara de hielo que siempre esgrimía.
¿Pero cómo era posible? La señora Shiruuba era una anciana, ¡y aquella mujer parecía estar en la flor de la vida! Además... Algo pintaba muy mal en todo aquello, y no iban a tardar mucho en descubrirlo.
—Pero no temáis. Ahora sois libres —continuó hablando—. Aquí podéis ser lo que queráis ser. Llevar la vida que siempre habéis querido tener. Aquí no hay guerras, ni hambre. Simplemente desead, y tendréis lo que queráis.
Ayame tardó unos segundos en comprender el significado de aquellas palabras, pero cuando lo hizo se sintió hundirse en la desesperación.
—¡¿Qué?! ¡NO! ¡No quiero quedarme aquí! ¡Quiero vol...!
En aquella ocasión fue Kōri el que la interrumpió. Había avanzado hasta quedar de nuevo frente a los dos genin, y ahora esgrimía un pergamino enrollado que tendía hacia la mujer.
—Shiruuba-san, venimos por orden de Yui-sama —habló, y su voz sonó tan calmada y tan falta de cualquier tipo de sentimiento que Ayame sintió un escalofrío. ¿Cómo era capaz de mantener la compostura en una situación como aquella? Definitivamente, era el Rey del Hielo—. Según lo estipulado en el contrato que firmasteis con la Arashikage, ese libro pasaría a ser parte de la Biblioteca de Amegakure tras vuestra defunción.