12/02/2018, 12:24
Daruu y Ayame trataban de resistirse al influjo del buen olor y a la promesa de una silla en un lugar cálido, quizás incluso a la promesa de una cama caliente.
Kōri opinó que necesitaban un descanso, pero luego, en voz baja, añadió que sería buena idea averiguar la clase de lugar dónde se encontraban. Daruu asintió con gesto grave y acompañó al Hielo hacia el interior de la taberna.
Era un lugar amplio, inmaculadamente pulcro y bien iluminado. Vamos, todo lo contrario a lo que podría haber sido cualquier tugurio de mala muerte de Shinogi-To. El camarero, un hombre orondo de pelo castaño y bigote, vestido con un uniforme negro y arremangado y un delantal blanco, les miró con los ojos abiertos como platos. Parecía que no sabía cómo saludarles, o más bien que hacía mucho tiempo que no saludaba a alguien...
—Ho-hola. ¡Hola! ¡Bienvenidos! —dijo, con una amplia sonrisa—. ¿Son nuevos por aquí? ¡Hacía tiempo que no venía algún alma perdida más al pueblo!
»Por favor, tomen asiento, ¡tómenlo!
Daruu dibujó una sonrisa falsa y se acercó a una de las mesas más cerca de la chimenea, donde agradeció el falso calor del fuego. Retiró una silla y tomó asiento, apoyando un brazo en el respaldo y dejando una pierna colgando. Suspiró, se quitó la capa de viaje, y dejó la mochila a un lado.
—Deben de estar confusos —dijo el dueño—. No se preocupen. Todos tienen la misma cara que ustedes, cuando se mudan. Pero este pueblo es todo lo que podríamos soñar. Tranquilo. Sin crimen. Con toda la comida y el agua que puedan pedir. Sin tener que preocuparse por el dinero...
Kōri opinó que necesitaban un descanso, pero luego, en voz baja, añadió que sería buena idea averiguar la clase de lugar dónde se encontraban. Daruu asintió con gesto grave y acompañó al Hielo hacia el interior de la taberna.
Era un lugar amplio, inmaculadamente pulcro y bien iluminado. Vamos, todo lo contrario a lo que podría haber sido cualquier tugurio de mala muerte de Shinogi-To. El camarero, un hombre orondo de pelo castaño y bigote, vestido con un uniforme negro y arremangado y un delantal blanco, les miró con los ojos abiertos como platos. Parecía que no sabía cómo saludarles, o más bien que hacía mucho tiempo que no saludaba a alguien...
—Ho-hola. ¡Hola! ¡Bienvenidos! —dijo, con una amplia sonrisa—. ¿Son nuevos por aquí? ¡Hacía tiempo que no venía algún alma perdida más al pueblo!
»Por favor, tomen asiento, ¡tómenlo!
Daruu dibujó una sonrisa falsa y se acercó a una de las mesas más cerca de la chimenea, donde agradeció el falso calor del fuego. Retiró una silla y tomó asiento, apoyando un brazo en el respaldo y dejando una pierna colgando. Suspiró, se quitó la capa de viaje, y dejó la mochila a un lado.
—Deben de estar confusos —dijo el dueño—. No se preocupen. Todos tienen la misma cara que ustedes, cuando se mudan. Pero este pueblo es todo lo que podríamos soñar. Tranquilo. Sin crimen. Con toda la comida y el agua que puedan pedir. Sin tener que preocuparse por el dinero...