12/02/2018, 12:53
Y aunque no debería haberse sorprendido después de lo que habían vivido hasta el momento en aquel reflejo de mundo, Ayame se sorprendió.
La taberna era como cualquier otra que podría haber encontrado en el mundo real, y desde luego mucho más limpia y pulcra de lo que muchos establecimientos de Shinogi-To eran. Era un lugar amplio, bien iluminado y cuidado con un mimo extremo. Detrás de la barra, el camarero les miraba como quien hubiera visto a un fantasma. Era un hombre voluminoso, de pelo castaño y con bigote, y que vestía un uniforme negro por debajo de un delantal blanco.
«Aunque en realidad somos nosotros los que estamos viendo a uno.» No pudo evitar pensar Ayame, sombría, y hundió la mirada en el suelo para no tener que mirarle a la cara a aquel hombre que, en el mundo real, ya estaba muerto.
—Ho-hola. ¡Hola! ¡Bienvenidos! —les saludó, y una amplia sonrisa curvó su bigote—. ¿Son nuevos por aquí? ¡Hacía tiempo que no venía algún alma perdida más al pueblo!
«Almas perdidas... eso es lo que somos...»
—Por favor, tomen asiento, ¡tómenlo!
—Muchas gracias —respondió Kōri, inclinando la cabeza con respeto, pero los dos chicos que le acompañaban parecían haber enmudecido.
Se acercaron a una de las mesas más cercanas. Ayame, después de dejar su voluminosa mochila en el suelo y quitarse la capa de viaje, había tomado la silla que quedaba más cerca de la puerta en un acto tan estúpido como inconsciente, y seguía con la mirada clavada en la mesa como si no hubiera nada más interesante en el mundo.
El hombre debía de comprender aquella situación, ya que enseguida acompañó la conversación
—Deben de estar confusos —dijo el dueño—. No se preocupen. Todos tienen la misma cara que ustedes, cuando se mudan. Pero este pueblo es todo lo que podríamos soñar. Tranquilo. Sin crimen. Con toda la comida y el agua que puedan pedir. Sin tener que preocuparse por el dinero...
«¿Sin dinero? ¿Y de dónde sacan...?»
—Lo siento, señor. La situación nos ha... pillado desprevenidos y los tres estamos terriblemente asustados y cansados. Especialmente mi hermana pequeña —añadió Kōri, señalando directamente a Ayame con un gesto de su cabeza. Ella enrojeció rápidamente al ver la atención recayendo sobre ella como un jarro de agua fría—. ¿Ha pasado mucha gente por aquí?
La taberna era como cualquier otra que podría haber encontrado en el mundo real, y desde luego mucho más limpia y pulcra de lo que muchos establecimientos de Shinogi-To eran. Era un lugar amplio, bien iluminado y cuidado con un mimo extremo. Detrás de la barra, el camarero les miraba como quien hubiera visto a un fantasma. Era un hombre voluminoso, de pelo castaño y con bigote, y que vestía un uniforme negro por debajo de un delantal blanco.
«Aunque en realidad somos nosotros los que estamos viendo a uno.» No pudo evitar pensar Ayame, sombría, y hundió la mirada en el suelo para no tener que mirarle a la cara a aquel hombre que, en el mundo real, ya estaba muerto.
—Ho-hola. ¡Hola! ¡Bienvenidos! —les saludó, y una amplia sonrisa curvó su bigote—. ¿Son nuevos por aquí? ¡Hacía tiempo que no venía algún alma perdida más al pueblo!
«Almas perdidas... eso es lo que somos...»
—Por favor, tomen asiento, ¡tómenlo!
—Muchas gracias —respondió Kōri, inclinando la cabeza con respeto, pero los dos chicos que le acompañaban parecían haber enmudecido.
Se acercaron a una de las mesas más cercanas. Ayame, después de dejar su voluminosa mochila en el suelo y quitarse la capa de viaje, había tomado la silla que quedaba más cerca de la puerta en un acto tan estúpido como inconsciente, y seguía con la mirada clavada en la mesa como si no hubiera nada más interesante en el mundo.
El hombre debía de comprender aquella situación, ya que enseguida acompañó la conversación
—Deben de estar confusos —dijo el dueño—. No se preocupen. Todos tienen la misma cara que ustedes, cuando se mudan. Pero este pueblo es todo lo que podríamos soñar. Tranquilo. Sin crimen. Con toda la comida y el agua que puedan pedir. Sin tener que preocuparse por el dinero...
«¿Sin dinero? ¿Y de dónde sacan...?»
—Lo siento, señor. La situación nos ha... pillado desprevenidos y los tres estamos terriblemente asustados y cansados. Especialmente mi hermana pequeña —añadió Kōri, señalando directamente a Ayame con un gesto de su cabeza. Ella enrojeció rápidamente al ver la atención recayendo sobre ella como un jarro de agua fría—. ¿Ha pasado mucha gente por aquí?