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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#22
Correcto... —afirmó el muchacho con toda la decisión que pudo amasar. No fue demasiada.

«El hecho de que sea tan convincente es lo que más me perturba del asunto...». Torció el gesto. La "pareja" de jóvenes comenzó a caminar hasta la ciudad. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, el Uchiha inhaló todo el aire que pudo y, sin pensar, tomó a Kagetsuna de la mano. Estaba tan nervioso que la cantidad de sudor en la palma de su mano debía de ser obvia para el contrario.

El moreno avanzó apresuradamente, esquivando a la gente y prácticamente arrastrando a su compañero de misión. Nadie les hizo caso, demasiado ocupados con sus propios asuntos. El joven no paró hasta estar frente a las puertas de la Madriguera del Conejo. El hotel disponía de dos pisos. La fachada del edificio estaba construida en madera y piedra, pintada con colores llamativos. Desprendía un aura de opulencia palpable.

Ralexion entró, topándose de bruces con la recepción. Se trataba de una sala cuadrada de dos metros de alto y dos metros de ancho. A mano derecha habían varios asientos forrados en cuero, al fondo estaba el mostrador, mientras que a la izquierda discurría un pasillo que debía de llevar a las habitaciones. Una mujer de buen ver, cabellos azules, vestida con un kimono de lujo, esperaba tras el mostrador. También había un tipo de pie, con los brazos cruzados, ataviado con una camiseta negra de tirantes y unos pantalones largos de color arena, rematado con unas sandalias; llevaba su cabello moreno rapado al raso. Sus brazos estaban tatuados de principio a fin. Enarbolaba una cara de pocos amigos que dirigió al dúo tan pronto entraron. «Seguridad», pensó Ralexion.

El pelinegro se plantó frente al mostrador. La mujer los saludó llevando a cabo una reverencia.

Bienvenidos a La madriguera del conejo. ¿En qué puedo ayudarles?

Hola, necesitamos habitación para esta noche.

Por supuesto, señores clientes. ¿Cuánto se van a quedar? —preguntó, sonriente.

Todavía no lo sabemos. ¿Podemos pagar noche a noche?

No hay ningún problema. El precio por noche es de 50 ryōs. Deberán anunciar su marcha del hotel antes de las 11 de la mañana del día en cuestión, o me temo que tendrán que abonarlo —el "guarda" rió por lo bajo.

Ralexion le dedicó una mirada furtiva, de reojo. «Sí, estoy seguro de que te ocupas de que la gente pague...».

Vale, pues aquí tienes los 50 ryōs de esta noche —anunció.

Sacó del interior de su chaqueta un par de monedas y se las tendió a la mujer, que las tomó y las guardó en un lugar indeterminado tras el mostrador. De ese mismo lugar tomó una llave que llevaba atada a sí, usando un cordel rojizo, un pequeño trozo de madera que llevaba el número 21 pintado sobre este.

Muchas gracias, señores clientes. Mi compañero, Jinkuro, les llevará hasta su habitación, está en el segundo piso —les dedicó otra reverencia.

El hombre, sin mediar palabra, echó a andar. Ralexion lo siguió a través del pasillo, dejando atrás varias puertas con números inscritos en ellas. Al final del corredor habían unas escaleras que, tras subirlas, los llevó hasta el segundo piso. El llamado Jinkuro, perfecto arqueotipo de yakuza, se detuvo en la segunda.

Nada de hacer más ruido de la cuenta ni dañar las instalaciones —les dijo a los dos muchachos, mirándolos fijamente—. No queremos problemas y vosotros tampoco.

Sin añadir nada más, se fue por donde había venido, de vuelta a la recepción. El dúo se quedó solo. Ralexion suspiró y se dispuso a abrir la puerta. La "suite" no estaba nada mal, tal y como testificó su expresión al poner un pie dentro de ella. Gozaba de una cama de matrimonio enorme de aspecto más que cómodo, un cuarto de baño con una bañera en la que podían caber dos personas, una mesa de comedor con cuatro sillas y un balcón que daba a una de las concurridas calles de Takemikazuchi.

¡Vaya! Casi es una pena que no estemos en una escapada romántica de verdad, ¿eh? —bromeó.

Ya hacía un rato que había soltado a Kagetsuna —al ponerse a hablar con la recepcionista— y había vuelto a la normalidad.

Fue hasta al balcón y se apoyó en la barandilla. Su mirada no tardó en perderse entre el ejército de luces que cubría la calle. «Si no fuese por lo podrida que está esta ciudad, sería hasta bonita...», se dijo, poético. Nunca había visto nada semejante, y la verdad era que le gustaba. Pero vivir en un ambiente atestado de crímenes y criminales... eso ya no le agradaba tanto.

¿Por dónde deberíamos de empezar a buscar al objetivo, Isa-san? —preguntó en alto con semblante distraído.

***

La actitud de Karamaru había levantado alguna mirada curiosa, pero por el momento nadie se había interpuesto en su camino. Cuando le preguntó al dueño del puesto, un hombre larguiducho con un mostacho alargado, sudoroso y mal vestido, este le miró como si hubiera pedido algo extremadamente extraño.

¿Material escolar? ¿Estás drogado, chico? —rió entre dientes— Quizás en la tienda general de Magero... pero no estoy seguro. Ahora, si no vas a comprar nada, ¡vete!

En una ciudad cualquiera sería impensable preguntar tan abiertamente por algo como sustancias estupefancientes, sin embargo, en esta los roles se veían invertidos y a sus residentes se les hacía inesperado que un extranjero viniese buscando algo tan trivial como papel y lapiz.

Karamaru podría encontrar la tienda en su mapa sin mayores dificultades. Se encontraría un establecimiento extremadamente humilde, que destacaba entre las otras edificaciones más modernas debido precisamente a ello. En el interior pudo encontrar, casi literalmente, de todo. La tienda estaba dispuesta en dos pasillos, y tanto a la izquierda como a la derecha de cada uno de estos habían estanterías y más estanterías, plagadas de objetos de todo tipo. Estos dos pasajes finalizaban casi en la pared de la tienda contraria a la entrada, frente a la que había un pequeño mostrador. El dueño aguardaba tras este, un hombre bien entrado en edad que usaba lentes de culo de botella y vestía con una toga de color verde apagado.

Todavía no se había percatado de la presencia del calvo y seguía sentado tras el mueble de madera, leyendo un tomo más grueso que su brazo.
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