20/02/2018, 11:34
—La casa trata de enfrentarnos, está jugando con nosotros, tenemos que tener esto en cuenta hasta que consigamos salir —respondió Riko—. Jin, ¿aún conservas la pieza? —concluyó, mirando al verdadero.
—Si, pero no la toquéis, las piezas están predestinadas, si tocas una que no es vuestra, os volveréis locos, como Juro en la cocina.
«"Las piezas están predestinadas..."» Meditaba Ayame, en silencio.
—Yo... también tengo una pieza. La encontré en la habitación donde desperté... —intervino Juro, y Ayame tuvo que reprimir las ganas que sentía de dar un salto de alegría, sobre todo porque el falso Jin aún estaba frente a ellos y revelar información sólo les perjudicaría. ¡Porque eso sólo significaba que les quedaban sólo dos piezas por encontrar!
—Pero... Yo soy Jin —protestó el falso Jin, ante la expectante mirada de los cuatro chicos—. Es decir, yo me siento Jin, pero no pasa nada, no os voy a obligar a creer en mí, yo sé lo que soy... Y si tengo que morir aquí, moriré.
Terminó por lanzar un profundo suspiro, Ayame supuso que cargado de dramatismo para hacerles dudar, y tras meterse las manos en los bolsillos se dio media vuelta para marcharse.
—¿Padre…? —dijo de repente el verdadero Jin.
—¿Qu...? —fue a preguntar Ayame, pero tuvo que interrumpirse a la mitad cuando todo comenzó a temblar con violencia. El suelo, las paredes, el techo... todo reverberaba como si el dios de la tierra se hubiese despertado de un largo letargo, y lo hubiese hecho con mucho hambre. Y es que parecía que la casa se iba a venir abajo en cualquier momento, los cuadros comenzaron a descolgarse y cayeron al suelo con un estrépito de cristales rotos y las puertas daban bandazos aquí y allá. Ayame, incapaz de moverse o sostenerse en pie por sí misma, se había visto obligada a agarrarse con todas sus fuerzas a la baranda de la escalera para no caer...
Tratando desesperadamente de ignorar las terroríficas carcajadas que acompañaban al estruendo y que le ponían los pelos de punta.
—!Padre¡ ¡No! —gritó Jin en algún momento, pero Ayame no supo qué estaba pasando.
Porque si no tenían ya suficiente, las luces habían vuelto a apagarse. Y Ayame se veía de nuevo a sí misma sumergida en la más profunda oscuridad.
—Otra vez... no... miedo... tengo... yo... —farfullaba como podía, entre sollozos, con la cara enterrada entre sus brazos y su cuerpo temblando sin control—. Quiero volver a casa...
Tenían que salir de allí cuanto antes. ¡Quería abandonar aquella maldita casa de una vez por todas! ¡Sólo quería volver a la seguridad de su hogar! ¡Refugiarse entre los brazos de Daruu, de su padre o de su hermano y desahogar todo el miedo que sentía! ¿Cuánto más iban a tener que pasar allí? ¿Conseguirían salir en algún momento o estarían condenados a quedarse allí para siempre...?
—Si, pero no la toquéis, las piezas están predestinadas, si tocas una que no es vuestra, os volveréis locos, como Juro en la cocina.
«"Las piezas están predestinadas..."» Meditaba Ayame, en silencio.
—Yo... también tengo una pieza. La encontré en la habitación donde desperté... —intervino Juro, y Ayame tuvo que reprimir las ganas que sentía de dar un salto de alegría, sobre todo porque el falso Jin aún estaba frente a ellos y revelar información sólo les perjudicaría. ¡Porque eso sólo significaba que les quedaban sólo dos piezas por encontrar!
—Pero... Yo soy Jin —protestó el falso Jin, ante la expectante mirada de los cuatro chicos—. Es decir, yo me siento Jin, pero no pasa nada, no os voy a obligar a creer en mí, yo sé lo que soy... Y si tengo que morir aquí, moriré.
Terminó por lanzar un profundo suspiro, Ayame supuso que cargado de dramatismo para hacerles dudar, y tras meterse las manos en los bolsillos se dio media vuelta para marcharse.
—¿Padre…? —dijo de repente el verdadero Jin.
—¿Qu...? —fue a preguntar Ayame, pero tuvo que interrumpirse a la mitad cuando todo comenzó a temblar con violencia. El suelo, las paredes, el techo... todo reverberaba como si el dios de la tierra se hubiese despertado de un largo letargo, y lo hubiese hecho con mucho hambre. Y es que parecía que la casa se iba a venir abajo en cualquier momento, los cuadros comenzaron a descolgarse y cayeron al suelo con un estrépito de cristales rotos y las puertas daban bandazos aquí y allá. Ayame, incapaz de moverse o sostenerse en pie por sí misma, se había visto obligada a agarrarse con todas sus fuerzas a la baranda de la escalera para no caer...
Tratando desesperadamente de ignorar las terroríficas carcajadas que acompañaban al estruendo y que le ponían los pelos de punta.
—!Padre¡ ¡No! —gritó Jin en algún momento, pero Ayame no supo qué estaba pasando.
Porque si no tenían ya suficiente, las luces habían vuelto a apagarse. Y Ayame se veía de nuevo a sí misma sumergida en la más profunda oscuridad.
—Otra vez... no... miedo... tengo... yo... —farfullaba como podía, entre sollozos, con la cara enterrada entre sus brazos y su cuerpo temblando sin control—. Quiero volver a casa...
Tenían que salir de allí cuanto antes. ¡Quería abandonar aquella maldita casa de una vez por todas! ¡Sólo quería volver a la seguridad de su hogar! ¡Refugiarse entre los brazos de Daruu, de su padre o de su hermano y desahogar todo el miedo que sentía! ¿Cuánto más iban a tener que pasar allí? ¿Conseguirían salir en algún momento o estarían condenados a quedarse allí para siempre...?