21/02/2018, 11:27
(Última modificación: 21/02/2018, 11:27 por Aotsuki Ayame.)
Era una casa amplia, revestida en su interior por paredes, suelos y mobiliario de madera, y decorada de manera exquisita y dedicada. Aquí y allá, múltiples cuadros de paisajes variados colgaban de las paredes y múltiples figuritas los vigilaban con ojos vacíos e inertes desde sus estanterías. Atravesaron varios pasillos siguiendo a la kunoichi, y al fin llegaron al salón.
Por mucho que le costara admitirlo, Ayame se sorprendió encontrando el lugar terriblemente acogedor. El calor del fuego, que crepitaba alegre en la chimenea de piedra, les envolvía en un cálido abrazo al que era difícil resistirse. La mujer les invitó a que se sentaran en el sillón alargado que quedaba frente a la chimenea y detrás de una bonita mesita de cristal reluciente, y ellos lo hicieron.
«Incluso los sillones son cómodos.» Pensó la muchacha.
—Sé que es difícil al principio. Pero no nos queda otra que acostumbrarnos. Al fin y al cabo, aquí se vive de lujo —dijo la kunoichi desconocida, con una sonrisa forzada estirando sus labios—. A veces, sólo hay que tener un poco de paciencia.
—¿Quién eres...? —preguntó Daruu.
—Quien yo fuese no importa ya. ¿Quién soy? ¡Una ferviente seguidora de la Diosa!
«Qué extraño...» Pensó Ayame, ladeando ligeramente la cabeza.
Y parecía que no era la única que sentía aquello. Daruu intentó enviar un mensaje mudo utilizando sus manos, pero la mujer, al darse cuenta de ello, se levantó de golpe y le revolvió el pelo.
—Esperad —dijo, y tanto su voz como la mirada de sus ojos grises fueron tan cortantes como una espada de acero. Sin embargo, aquello sólo duró un instante, y enseguida regresó a su habitual gesto amable y alegre—: ¡No os he traído nada para beber! ¿Qué queréis?
—Agua... —Ayame cerró la boca de inmediato. ¡No quería pedir nada de aquel mundo falso! ¿Entonces por qué sus labios habían actuado solos?
—Una Arashi-Remon. Fría —pidió Kōri.
—U... una hidr... —comenzó a decir Daruu, y en aquella ocasión fue Ayame quien le miró entrecerrando los ojos con dureza. ¿Acaso iba a atreverse a pedir otra hidromiel?—. Una Ame-Cola —se corrigió, y Ayame se relajó un tanto. Seguía sin hacerle gracia, pero al menos con una Amecola no terminaría emborrachándose—. ¿Tienes Ame-Colas aquí?
—¡Por supuesto! —respondió ella con una sonrisa, de nuevo, tan radiante como falsa.
—Espera, voy a ayudarte. No podrás con todo tú sola —se ofreció Ayame, levantándose para ir detrás de la mujer.
Por mucho que le costara admitirlo, Ayame se sorprendió encontrando el lugar terriblemente acogedor. El calor del fuego, que crepitaba alegre en la chimenea de piedra, les envolvía en un cálido abrazo al que era difícil resistirse. La mujer les invitó a que se sentaran en el sillón alargado que quedaba frente a la chimenea y detrás de una bonita mesita de cristal reluciente, y ellos lo hicieron.
«Incluso los sillones son cómodos.» Pensó la muchacha.
—Sé que es difícil al principio. Pero no nos queda otra que acostumbrarnos. Al fin y al cabo, aquí se vive de lujo —dijo la kunoichi desconocida, con una sonrisa forzada estirando sus labios—. A veces, sólo hay que tener un poco de paciencia.
—¿Quién eres...? —preguntó Daruu.
—Quien yo fuese no importa ya. ¿Quién soy? ¡Una ferviente seguidora de la Diosa!
«Qué extraño...» Pensó Ayame, ladeando ligeramente la cabeza.
Y parecía que no era la única que sentía aquello. Daruu intentó enviar un mensaje mudo utilizando sus manos, pero la mujer, al darse cuenta de ello, se levantó de golpe y le revolvió el pelo.
—Esperad —dijo, y tanto su voz como la mirada de sus ojos grises fueron tan cortantes como una espada de acero. Sin embargo, aquello sólo duró un instante, y enseguida regresó a su habitual gesto amable y alegre—: ¡No os he traído nada para beber! ¿Qué queréis?
—Agua... —Ayame cerró la boca de inmediato. ¡No quería pedir nada de aquel mundo falso! ¿Entonces por qué sus labios habían actuado solos?
—Una Arashi-Remon. Fría —pidió Kōri.
—U... una hidr... —comenzó a decir Daruu, y en aquella ocasión fue Ayame quien le miró entrecerrando los ojos con dureza. ¿Acaso iba a atreverse a pedir otra hidromiel?—. Una Ame-Cola —se corrigió, y Ayame se relajó un tanto. Seguía sin hacerle gracia, pero al menos con una Amecola no terminaría emborrachándose—. ¿Tienes Ame-Colas aquí?
—¡Por supuesto! —respondió ella con una sonrisa, de nuevo, tan radiante como falsa.
—Espera, voy a ayudarte. No podrás con todo tú sola —se ofreció Ayame, levantándose para ir detrás de la mujer.