22/02/2018, 12:31
Mogura la miró con fijeza, mientras ella mantenía su súplica con ojos de cachorrito. Después volvió sus ojos hacia la lluvia y dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Solo si luego de que terminemos con esto regresas a tu hogar.
—¡Sí, sí! —exclamó ella, asintiendo con vehemencia varias veces—. ¡Entonces vamos!
Ayame miró a su alrededor varias veces, asegurándose de que no hubiera nadie en las cercanías que pudiera verles (aunque bajo aquella tempestad era muy raro que alguien que no estuviera tan loco como ellos dos se atreviera a salir a la interperie). Después, con un ágil movimiento, se pegó a la pared del muro que rodeaba la torre y saltó por encima sin demasiados problemas. El chof de la hierba y tierra mojada la recibió al caer, pero ella no le dio demasiada importancia. Tras asegurarse de que Mogura seguía sus pasos se acercó a la puerta de entrada. Intentó abrirla, pero dadas las horas que eran, era obvio que estaba cerrada con llave.
Pero ella venía perfectamente preparada para la ocasión. No en vano había estado pensando en aquel plan durante varios días, desde que empezó a escuchar los rumores.
Dejó el paraguas a un lado, sin mayores reparos por mojarse, y sacó de su portaobjetos un pequeño alambre rígido, modificado a modo de ganzúa, y, con el corazón a toda máquina, se empeñó con la cerradura.
—La verdad es que nunca he hecho algo así. Bueno, no en serio, claro —comentó, recordando los múltiples entrenamientos de la academia, donde les habían enseñado los fundamentos de trucos como aquellos. Obviamente, aquella cerradura no tenía nada que ver con las que habían abierto como estudiantes, y Ayame estuvo varios largos segundos forcejeando con ella—. ¡Ya está! —exclamó, en un susurro.
La puerta se abrió con un ligero chasquido. Y ante los dos shinobi quedó a la vista una amplia recepción, completamente a oscuras. Ayame torció el gesto, con los pelos de punta, pero también había previsto algo así.
—Menos mal que vengo preparada... —murmuró, mientras rebuscaba en la bolsa que llevaba tras la espalda.
Sacó una linterna y la encendió. El foco de luz era bastante intenso y amplio pese a su tamaño, por lo que gran parte de la estancia quedaba perfectamente iluminada. Entró en la recepción con Mogura, y cerró la puerta detrás de sí con cuidado.
—Vale. Lo difícil ya está hecho. Ya estamos dentro. Ahora debemos ir al tercer piso —comentaba, terriblemente nerviosa.
Y lo peor era no saber por qué estaba más nerviosa, si por la expectación de ver si los rumores de los fantasmas eran ciertos o por saber que estaban entrando en un edificio público de manera... poco legal.
—Solo si luego de que terminemos con esto regresas a tu hogar.
—¡Sí, sí! —exclamó ella, asintiendo con vehemencia varias veces—. ¡Entonces vamos!
Ayame miró a su alrededor varias veces, asegurándose de que no hubiera nadie en las cercanías que pudiera verles (aunque bajo aquella tempestad era muy raro que alguien que no estuviera tan loco como ellos dos se atreviera a salir a la interperie). Después, con un ágil movimiento, se pegó a la pared del muro que rodeaba la torre y saltó por encima sin demasiados problemas. El chof de la hierba y tierra mojada la recibió al caer, pero ella no le dio demasiada importancia. Tras asegurarse de que Mogura seguía sus pasos se acercó a la puerta de entrada. Intentó abrirla, pero dadas las horas que eran, era obvio que estaba cerrada con llave.
Pero ella venía perfectamente preparada para la ocasión. No en vano había estado pensando en aquel plan durante varios días, desde que empezó a escuchar los rumores.
Dejó el paraguas a un lado, sin mayores reparos por mojarse, y sacó de su portaobjetos un pequeño alambre rígido, modificado a modo de ganzúa, y, con el corazón a toda máquina, se empeñó con la cerradura.
—La verdad es que nunca he hecho algo así. Bueno, no en serio, claro —comentó, recordando los múltiples entrenamientos de la academia, donde les habían enseñado los fundamentos de trucos como aquellos. Obviamente, aquella cerradura no tenía nada que ver con las que habían abierto como estudiantes, y Ayame estuvo varios largos segundos forcejeando con ella—. ¡Ya está! —exclamó, en un susurro.
La puerta se abrió con un ligero chasquido. Y ante los dos shinobi quedó a la vista una amplia recepción, completamente a oscuras. Ayame torció el gesto, con los pelos de punta, pero también había previsto algo así.
—Menos mal que vengo preparada... —murmuró, mientras rebuscaba en la bolsa que llevaba tras la espalda.
Sacó una linterna y la encendió. El foco de luz era bastante intenso y amplio pese a su tamaño, por lo que gran parte de la estancia quedaba perfectamente iluminada. Entró en la recepción con Mogura, y cerró la puerta detrás de sí con cuidado.
—Vale. Lo difícil ya está hecho. Ya estamos dentro. Ahora debemos ir al tercer piso —comentaba, terriblemente nerviosa.
Y lo peor era no saber por qué estaba más nerviosa, si por la expectación de ver si los rumores de los fantasmas eran ciertos o por saber que estaban entrando en un edificio público de manera... poco legal.