23/02/2018, 13:07
—Ayame-san... Aguanta un poco, ¿vale? —escuchó la voz de Juro, cerca, en algún lugar dentro de aquella oscuridad sin fondo.
Y Ayame se odió a sí misma. Se odió por ser tan débil, por dejarse paralizar de aquella manera por las garras de la noche. No era la primera vez que le pasaba, y todo parecía indicar que no sería la última. Pero por mucho que se maldecía, por mucho que se odiara, era inútil. Su cuerpo no respondía. Le era casi imposible pensar.
—¡Riko-san! Tú estas bien ¿verdad? —seguía gritando el chico—. Ayúdame con esto. Si Ayame-san y Jin-san no se calman, no creo que podamos arrastrarlos a los dos.
—Sí, sí, yo estoy bien —aseguraría el peliblanco en respuesta—. ¡Estoy en ello! ¡Ayame, Jin! ¡No os mováis, ¿vale?! ¡Ahora mismo conseguimos luz!
Ayame gimoteó, lastimera, con lágrimas de terror e impotencia rodando por sus mejillas.
Y, después de un pequeño chasquido, se hizo la luz. Aunque no era una luz cálida y clara, sino que era tenue y estaba tintada del color de la sangre. Pero era luz al fin y al cabo, y Ayame exhaló el aire que había estado conteniendo.
—Gra... cias... —murmuró, poniéndose en pie como buenamente podía. Aunque su cuerpo, aún tembloroso por el terror pasado, no se lo ponía nada fácil—. Y... lo siento.
Lo primero que hizo fue buscar a Jin, o a los dos Jin, con la mirada. Pero se quedó paralizada cuando se dio cuenta de que, nuevamente, no estaban en el sitio donde habían estado segundos atrás. De alguna manera habían vuelto a la planta inferior del edificio, y no sólo eso... Ayame no estaba segura de si era un efecto visual de aquella extraña luz carmesí, pero la casa parecía estar deformándose. Las paredes creaban extrañas ondulaciones y los rostros de los cuadros que los observaban desde el suelo estaban completamente desfigurados. Y, de fondo, el sonido de un reloj que no provenía de ninguna parte y de todas a la vez y se les colaba hasta lo más profundo de los oídos. Un tictac que le despertaba recuerdos que no terminaba de identificar, pero que le ponía los pelos de punta. Si podían sacar algo bueno de la situación, era que, afortunadamente, estaban todos juntos de nuevo. Aunque uno de ellos parecía completamente abatido.
—Jin-san, ¿estás bien? —preguntó, agachándose junto a él para intentar socorrerle. Y fue entonces cuando Ayame recordó algo—. Ri... ¡Riko-san! ¡Tú tenías una llave! ¡La que encontramos en la habitación del ala este!
Y Ayame se odió a sí misma. Se odió por ser tan débil, por dejarse paralizar de aquella manera por las garras de la noche. No era la primera vez que le pasaba, y todo parecía indicar que no sería la última. Pero por mucho que se maldecía, por mucho que se odiara, era inútil. Su cuerpo no respondía. Le era casi imposible pensar.
—¡Riko-san! Tú estas bien ¿verdad? —seguía gritando el chico—. Ayúdame con esto. Si Ayame-san y Jin-san no se calman, no creo que podamos arrastrarlos a los dos.
—Sí, sí, yo estoy bien —aseguraría el peliblanco en respuesta—. ¡Estoy en ello! ¡Ayame, Jin! ¡No os mováis, ¿vale?! ¡Ahora mismo conseguimos luz!
Ayame gimoteó, lastimera, con lágrimas de terror e impotencia rodando por sus mejillas.
Y, después de un pequeño chasquido, se hizo la luz. Aunque no era una luz cálida y clara, sino que era tenue y estaba tintada del color de la sangre. Pero era luz al fin y al cabo, y Ayame exhaló el aire que había estado conteniendo.
—Gra... cias... —murmuró, poniéndose en pie como buenamente podía. Aunque su cuerpo, aún tembloroso por el terror pasado, no se lo ponía nada fácil—. Y... lo siento.
Lo primero que hizo fue buscar a Jin, o a los dos Jin, con la mirada. Pero se quedó paralizada cuando se dio cuenta de que, nuevamente, no estaban en el sitio donde habían estado segundos atrás. De alguna manera habían vuelto a la planta inferior del edificio, y no sólo eso... Ayame no estaba segura de si era un efecto visual de aquella extraña luz carmesí, pero la casa parecía estar deformándose. Las paredes creaban extrañas ondulaciones y los rostros de los cuadros que los observaban desde el suelo estaban completamente desfigurados. Y, de fondo, el sonido de un reloj que no provenía de ninguna parte y de todas a la vez y se les colaba hasta lo más profundo de los oídos. Un tictac que le despertaba recuerdos que no terminaba de identificar, pero que le ponía los pelos de punta. Si podían sacar algo bueno de la situación, era que, afortunadamente, estaban todos juntos de nuevo. Aunque uno de ellos parecía completamente abatido.
—Jin-san, ¿estás bien? —preguntó, agachándose junto a él para intentar socorrerle. Y fue entonces cuando Ayame recordó algo—. Ri... ¡Riko-san! ¡Tú tenías una llave! ¡La que encontramos en la habitación del ala este!