27/02/2018, 11:20
Él no respondió, aunque Ayame tampoco esperaba que lo hiciera. No era algo que hubiera experimentado antes, pero le gustaba estar así, recostada sobre el torso de Daruu y con la cabeza apoyada en su hombro. Le hacía sentirse protegida, le hacía sentirse querida, y aquello alejaba todos los males que la acosaban constantemente. Casi sin darse cuenta, poco a poco fue dejándose llevar por la calidez de sus brazos y Morfeo desplegó su hechizo sobre ellos. En cuestión de unos pocos minutos, terminó quedándose dormida.
Y en aquel momento ni siquiera le importó, porque aún sentía miedo de dormir sola y que en mitad de la noche viniera Shiruuba a llevársela...
El amanecer les descubrió en el mismo lugar donde se habían quedado al anochecer. Daruu fue el primero en despertarse, molesto por la luz del sol que se colaba a través de las traslúcidas cortinas que cubrían las ventanas, pero la muchacha que dormía sobre su regazo, completamente relajada, ni siquiera dio muestras de haberse enterado de que Amaterasu ya se había alzado.
Unos golpecitos en el hombro fue lo que la sacó de su mundo onírico. Ayame gruñó por lo bajo, arrugó la nariz, y, remolona, intentó acurrucarse aún más en una vaga disposición a seguir durmiendo.
—Ayame-chan. ¡Ayame-chan! —escuchó una voz conocida junto a ella—. ¡Nos hemos quedado dormidos!
Su cerebro aún tardó algunos segundos en terminar de procesar aquella información, pero cuando lo hizo, Ayame abrió los ojos de golpe, todo su rostro rojo como un tomate. Daruu. Lo había recordado todo. Se había quedado dormida junto a él en el mismo sofá. Y aunque no había ocurrido nada fuera de lugar, aquello significaba que habían pasado la noche juntos. Iba a apartarse rápidamente de él cuando sintió sus brazos abrazándola con fuerza. Y el sonrojo de sus mejillas se hizo aún más notable.
—Deberíamos salir. Prefiero salir yo a que venga Kōri-sensei.
—S... sí... tienes razón... —balbuceó, con voz aguda.
«Kōri... Nos va a matar como se entere... Nos congelará a ambos, nos cortará en pedacitos y luego se lo dirá a papá y entonces...» Pero sus acelerados pensamientos se vieron interrumpidos en su padre. Porque acababa de recordar dónde estaban, y lo que eso quería decir. Un doloroso nudo se agarró a su garganta. Habían pasado un día entero en aquel mundo falso.
—Seguramente desayunemos y salgamos de aquí cuanto antes. Hay que seguir buscando la forma de salir de aquí.
Ella asintió quedamente y se levantó. Sin embargo, con las mejillas aún encendidas como algunas de las luces de neón de Amegakure, aún se atrevió a darle un beso a Daruu antes de alejarse. Salieron de la habitación, pero antes de que pudieran dar siquiera dos pasos, escucharon un carraspeo tras sus espaldas.
Y Ayame se quedó congelada en el sitio.
Rígida como una vara de metal, se dio la vuelta con suma lentitud. Aunque sabía a la perfección lo que se iba a encontrar. Y allí estaba, junto a la puerta de su habitación, la nívea silueta de Kōri les observaba fijamente con sus ojos tan claros como el hielo, completamente inmóvil y los brazos cruzados sobre el pecho. Y hacía frío.
Y en aquel momento ni siquiera le importó, porque aún sentía miedo de dormir sola y que en mitad de la noche viniera Shiruuba a llevársela...
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El amanecer les descubrió en el mismo lugar donde se habían quedado al anochecer. Daruu fue el primero en despertarse, molesto por la luz del sol que se colaba a través de las traslúcidas cortinas que cubrían las ventanas, pero la muchacha que dormía sobre su regazo, completamente relajada, ni siquiera dio muestras de haberse enterado de que Amaterasu ya se había alzado.
Unos golpecitos en el hombro fue lo que la sacó de su mundo onírico. Ayame gruñó por lo bajo, arrugó la nariz, y, remolona, intentó acurrucarse aún más en una vaga disposición a seguir durmiendo.
—Ayame-chan. ¡Ayame-chan! —escuchó una voz conocida junto a ella—. ¡Nos hemos quedado dormidos!
Su cerebro aún tardó algunos segundos en terminar de procesar aquella información, pero cuando lo hizo, Ayame abrió los ojos de golpe, todo su rostro rojo como un tomate. Daruu. Lo había recordado todo. Se había quedado dormida junto a él en el mismo sofá. Y aunque no había ocurrido nada fuera de lugar, aquello significaba que habían pasado la noche juntos. Iba a apartarse rápidamente de él cuando sintió sus brazos abrazándola con fuerza. Y el sonrojo de sus mejillas se hizo aún más notable.
—Deberíamos salir. Prefiero salir yo a que venga Kōri-sensei.
—S... sí... tienes razón... —balbuceó, con voz aguda.
«Kōri... Nos va a matar como se entere... Nos congelará a ambos, nos cortará en pedacitos y luego se lo dirá a papá y entonces...» Pero sus acelerados pensamientos se vieron interrumpidos en su padre. Porque acababa de recordar dónde estaban, y lo que eso quería decir. Un doloroso nudo se agarró a su garganta. Habían pasado un día entero en aquel mundo falso.
—Seguramente desayunemos y salgamos de aquí cuanto antes. Hay que seguir buscando la forma de salir de aquí.
Ella asintió quedamente y se levantó. Sin embargo, con las mejillas aún encendidas como algunas de las luces de neón de Amegakure, aún se atrevió a darle un beso a Daruu antes de alejarse. Salieron de la habitación, pero antes de que pudieran dar siquiera dos pasos, escucharon un carraspeo tras sus espaldas.
Y Ayame se quedó congelada en el sitio.
Rígida como una vara de metal, se dio la vuelta con suma lentitud. Aunque sabía a la perfección lo que se iba a encontrar. Y allí estaba, junto a la puerta de su habitación, la nívea silueta de Kōri les observaba fijamente con sus ojos tan claros como el hielo, completamente inmóvil y los brazos cruzados sobre el pecho. Y hacía frío.