2/03/2018, 13:38
(Última modificación: 2/03/2018, 13:38 por Aotsuki Ayame.)
—Ma…Ma... —balbuceaba Jin, débilmente—…iz.
Ayame ladeó la cabeza, extrañada. Los murmullos de Jin eran débiles, y había tenido que afinar el oído para escucharle. ¿Pero acaso le había entendido bien? Pero parecía que no era la única que había entendido aquello:
— ¿Maíz? ¿Eso has dicho? —intervino Juro—. Juraría que dijo "Maíz". ¿Creéis que quiere decir algo?
—No... no lo sé... —respondió Ayame, encogiéndose de hombros en un gesto confundido—. Pero si es maíz lo que necesita de verdad y en la cocina no lo hemos encontrado...
—No sé qué nos quiere decir, pero no podemos dejarle aquí, tenemos que seguir avanzando y no sé, si encontramos maíz se lo damos a ver por qué nos lo pide —intervino Riko, tomando el turno de palabra. Levantó a Jin y echó a andar—: Vamos, tenemos que salir de aquí cuanto antes, tenemos que movernos.
Pero antes de que pudieran dar siquiera un paso, algo sucedió. Primero fue como si el suelo se moviera bajo sus pies, pero no en forma de violentos temblores como antes, sino como si, simplemente, se desplazara. Y entonces restallaron látigos y los estrepitosos golpetazos. Juro cayó al suelo, y cuando Ayame se volvió hacia él vio que estaba amarrado por una serie de sogas.
—¡Juro-san! —Hizo el amago de abalanzarse sobre él para intentar liberarle, pero entonces escuchó el mismo sonido junto a ella. Jin había sido completamente inmovilizado y Riko apresado contra la pared, ambos con más sogas—. Riko-san... Jin-san...
Y una nueva carcajada, esta vez de una voz femenina, retumbó por toda la casa. Ayame ahogó una exclamación angustiada, con todos sus sentidos alerta. Esperaba que en cualquier momento ella misma se viera amarrada por nuevas cuerdas.
Pero lo que ocurrió fue mucho peor que eso.
—Tal y como ella tuvo que hacer, tienes que elegir... —escuchó una voz detrás de ella, y Ayame se volvió rápidamente. No pudo evitar echarse a temblar cuando vio allí a El Ahorcado, con una afable sonrisa en los labios y una bandeja entre sus manos. Una llave y un kunai estaban sobre ella, y Ayame ni siquiera necesitó que siguiera hablando para saber de qué iba la cosa—. La llave de la casa, para ti, o el kunai para todos. Todas tienen un precio, algo por lo que pagar, si coges una, algo pasará, piénsalo bien, Ayame.
Ella apretó los puños a ambos lados. Sus ojos, nerviosos, se pasearon entre sus compañeros. No tenía armas, no podía usar sus técnicas para defenderse, le era imposible liberar a sus compañeros sin ayuda. Tragó saliva.
—Ella... Midori, ¿no es así? —habló, con voz temblorosa, en un vago intento de ganar tiempo mientras su cerebro seguía funcionando a toda velocidad. Si no recordaba mal, El Ahorcado les había hablado de ella como una de los integrantes del grupo de Hiro. Y comenzaba a iamginar que Midori se había visto en aquella misma situación, en aquella misma elección. Ella había elegido el kunai y había matado a sus compañeros. ¿Pero cómo podría ella hacer algo así sólo por salvar su pellejo?
Respiró hondo varias veces, tratando de mantener la cabeza serena pese a los alocados latidos de su corazón.
Pero aquella situación era demasiado para alguien como ella. Sólo quería salir de aquella terrorífica casa y regresar a su hogar en Amegakure. Quería abrazar a Daruu, quería estar con su padre y su hermano... Y además... Ella era la jinchūriki de Amegakure, debía protegerse a sí misma para proteger Amegakure. Shanise se lo había dicho. Y tampoco conocía demasiado a los chicos que la acompañaban, ni siquiera a Jin que era de su propia aldea. A Riko y a Juro sólo los había visto una vez en el Torneo...
Un ninja profesional no tendría dudas a la hora de cumplir su objetivo. No debería tenerlas.
Volvió a mirarles a los ojos una vez más. Una lágrima rodó por su mejilla. Y entonces se decidió.
Se acercó a El Ahorcado con pasos lentos y débiles, como un alma en pena ya condenada, le miró con el temor acumulado en sus iris avellana como si esperara que le fuera a hacer algo en cualquier momento y alzó la mano para coger el kunai.
E intentó apuñalarle en el pecho.
Ayame ladeó la cabeza, extrañada. Los murmullos de Jin eran débiles, y había tenido que afinar el oído para escucharle. ¿Pero acaso le había entendido bien? Pero parecía que no era la única que había entendido aquello:
— ¿Maíz? ¿Eso has dicho? —intervino Juro—. Juraría que dijo "Maíz". ¿Creéis que quiere decir algo?
—No... no lo sé... —respondió Ayame, encogiéndose de hombros en un gesto confundido—. Pero si es maíz lo que necesita de verdad y en la cocina no lo hemos encontrado...
—No sé qué nos quiere decir, pero no podemos dejarle aquí, tenemos que seguir avanzando y no sé, si encontramos maíz se lo damos a ver por qué nos lo pide —intervino Riko, tomando el turno de palabra. Levantó a Jin y echó a andar—: Vamos, tenemos que salir de aquí cuanto antes, tenemos que movernos.
Pero antes de que pudieran dar siquiera un paso, algo sucedió. Primero fue como si el suelo se moviera bajo sus pies, pero no en forma de violentos temblores como antes, sino como si, simplemente, se desplazara. Y entonces restallaron látigos y los estrepitosos golpetazos. Juro cayó al suelo, y cuando Ayame se volvió hacia él vio que estaba amarrado por una serie de sogas.
—¡Juro-san! —Hizo el amago de abalanzarse sobre él para intentar liberarle, pero entonces escuchó el mismo sonido junto a ella. Jin había sido completamente inmovilizado y Riko apresado contra la pared, ambos con más sogas—. Riko-san... Jin-san...
Y una nueva carcajada, esta vez de una voz femenina, retumbó por toda la casa. Ayame ahogó una exclamación angustiada, con todos sus sentidos alerta. Esperaba que en cualquier momento ella misma se viera amarrada por nuevas cuerdas.
Pero lo que ocurrió fue mucho peor que eso.
—Tal y como ella tuvo que hacer, tienes que elegir... —escuchó una voz detrás de ella, y Ayame se volvió rápidamente. No pudo evitar echarse a temblar cuando vio allí a El Ahorcado, con una afable sonrisa en los labios y una bandeja entre sus manos. Una llave y un kunai estaban sobre ella, y Ayame ni siquiera necesitó que siguiera hablando para saber de qué iba la cosa—. La llave de la casa, para ti, o el kunai para todos. Todas tienen un precio, algo por lo que pagar, si coges una, algo pasará, piénsalo bien, Ayame.
Ella apretó los puños a ambos lados. Sus ojos, nerviosos, se pasearon entre sus compañeros. No tenía armas, no podía usar sus técnicas para defenderse, le era imposible liberar a sus compañeros sin ayuda. Tragó saliva.
—Ella... Midori, ¿no es así? —habló, con voz temblorosa, en un vago intento de ganar tiempo mientras su cerebro seguía funcionando a toda velocidad. Si no recordaba mal, El Ahorcado les había hablado de ella como una de los integrantes del grupo de Hiro. Y comenzaba a iamginar que Midori se había visto en aquella misma situación, en aquella misma elección. Ella había elegido el kunai y había matado a sus compañeros. ¿Pero cómo podría ella hacer algo así sólo por salvar su pellejo?
Respiró hondo varias veces, tratando de mantener la cabeza serena pese a los alocados latidos de su corazón.
Pero aquella situación era demasiado para alguien como ella. Sólo quería salir de aquella terrorífica casa y regresar a su hogar en Amegakure. Quería abrazar a Daruu, quería estar con su padre y su hermano... Y además... Ella era la jinchūriki de Amegakure, debía protegerse a sí misma para proteger Amegakure. Shanise se lo había dicho. Y tampoco conocía demasiado a los chicos que la acompañaban, ni siquiera a Jin que era de su propia aldea. A Riko y a Juro sólo los había visto una vez en el Torneo...
Un ninja profesional no tendría dudas a la hora de cumplir su objetivo. No debería tenerlas.
Volvió a mirarles a los ojos una vez más. Una lágrima rodó por su mejilla. Y entonces se decidió.
Se acercó a El Ahorcado con pasos lentos y débiles, como un alma en pena ya condenada, le miró con el temor acumulado en sus iris avellana como si esperara que le fuera a hacer algo en cualquier momento y alzó la mano para coger el kunai.
E intentó apuñalarle en el pecho.