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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Y así fue como Kōri, Ayame y Daruu pasaron el resto del día observando las olas, hablando lo justo y necesario. Mientras el Hielo sin duda se mantuvo impasible durante todo el día, los muchachos intercambiaron risas y llantos de conversaciones banales o nostálgicas. Ninguno de ellos tuvo ganas de volver a la taberna a por comida, pero como Daruu comprobó tras una rápida sospecha a la hora de comer, la mochila que traía consigo tenía provisiones de sobra cuando esa misma mañana había estado vacía. El muchacho sonrió, no por felicidad, sino por la misma razón que alguien sonríe cuando descubre el truco de un número de magia. Shiruuba era, precisamente, como un mago que sólo sabe hacer el mismo truco: al final se le queda viejo y se vuelve precedible y detectable.

Cuando el sol comenzaba a ponerse, todos sabían que tenían que marchar. Pero fue Daruu el primero que se levantó, y que, después de por supuesto sacudirse la arena de la playa falsa, se dirigió hacia sus zapatos para calzárselos.

—Bueno, deberíamos de ir yendo a casa de Arashihime —dijo—. A ver si jugando a esos juegos de mesa de los que nos habló ayer mientras nos tomábamos algo con ella nos despejamos un poco... —Daruu detectó que había cierto cabo suelto en sus palabras, de modo que añadió rápidamente—: ¿Creéis que los tendrá en casa, o simplemente esperará que aparezca mágicamente como esos bocadillos de mi mochila? Qué tétrico es todo esto...

Sea como fuere, los muchachos se dirigieron a casa de Arashihime, donde la mujer les recibió y donde volvieron a sacar unas bebidas y a sentarse en los cómodos sillones. Incluso comenzaron a jugar a una partida de un curioso juego de mesa en el que había que vadear ríos evitando las trampas de los oponentes. Pero pronto, la ausencia característica de sensaciones que habían vivido el día anterior se hizo presente, anunciando que era hora de poner fin a aquél sueño que más bien amenazaba con ser pesadilla.

En realidad, Daruu sabría algo más tarde, que en verdad se trataba de una auténtica pesadilla.

—Bien, se acabó. Vamos allá. Tenemos que ser rápidos, por lo menos tenemos que encontrarla antes de que se despierte. —Arashihime se levantó y estampó la lata contra el cristal de la mesa. Todo aquello no había sido más que una farsa. No importaba la bebida, ni el juego, ni su casa, ni nada más. Lo sabía, los tres lo sabían.

Por eso, Daruu también se levantó con la misma presteza, y esperó, expectante, a que Arashihime empezara a moverse.

La mujer les condujo fuera de la casa y a través de la ciudad, hacia el centro. Allí les señaló una edificación que para nada habría sido diferente del resto de no ser porque la puerta era metálica y estaba cerrada con llave. Daruu sospechaba que una cerradura común no era el mecanismo que una especialista en Fūinjutsu utilizaría para proteger la parte más importante de la isla, pero Arashihime tenía los conocimientos necesarios para abrir la puerta. Efectivamente resultó haber un sello invisible sobre ella, y Daruu dedujo que fue capaz de desbaratarlo por haber sido peón de la maestra de todo aquello.

«Tenía razón... Si no hubiese hecho lo que hizo, no podríamos salir de aquí. Supongo que a veces... hay que mancharse las manos. Al menos, por una buena razón...»

Daruu se miró las manos, que estaban temblando. Hacía un tiempo que había llegado a una conclusión, pero todavía no podía confirmarla. Sin embargo, llevaba todo el día preparándose mentalmente para lo que quizás tendría que hacer.

Los shinobi cruzaron el umbral y se encontraron con una curiosa imposibilidad. El interior de la casa no era... no era una casa, sino simplemente, la representación básica de lo que debía ser un espacio tridimensional. Un lugar vacío, rectangular y mucho más grande de lo que aparentaba desde fuera. Una habitación de suelo blanco y paredes vacías. Parecían negras, pero Daruu tuvo la sensación de que había un universo propio sin estrellas más allá de ellas.

Y cruzando la habitación, una gigantesca barrera de color púrpura.

Arashihime miró a Daruu, pero no tuvo que mencionar palabra alguna, pues el muchacho ya había activado su Dōjutsu, y se acercaba a un punto que le resultó curiosamente fácil de encontrar. Entrecerró los ojos y calculó la cantidad de chakra que se necesitaría para romper la barrera.

«Te esfuerzas tanto en mantener una farsa agradable para todo el mundo que subestimas las capacidades de quienes pudieran llevarte la contraria.»

Daruu aplicó un preciso Jūken con una ráfaga de chakra visible que chocó contra la barrera y se expandió por toda su superficie. Parte de la energía rebotó y le hizo caer de espaldas, pero la pared artificial se hizo añicos. Sin esperar a perder tiempo alguno, el muchacho se levantó y vio donde sus ojos antes no podían ver. Había una puerta en el fondo, y más allá...

Cerró los ojos y desapareció de la vista con un movimiento ultrarrápido. Abrió la puerta y la cerró tras de sí.

Su conclusión era acertada.

Cuando el resto del grupo cruzara el umbral, se encontrarían de nuevo a los pies de un puente de madera, que llegaba enseguida a otra isla más. Era una isla vacía, sólo con suelo de arena, y con forma cuadrada. El agua de alrededor estaba en calma. El cielo era gris, pero no había nubes. Era también una representación mínima. Era, comprendieron, un lugar donde no se necesitaba mantener una farsa, pero también un lugar que trataba de ser agradable, porque ni Shiruuba misma podría soportar mucho tiempo ver lo que había allí.

Multitud de seres humanos desnudos, arrodillados en la arena, con cables clavados alrededor de todos sus brazos derechos. Los cables ascendían hasta el cielo y se perdían más allá del cielo. Aquellas personas no tenían ya una vida. Tenían la mirada clavada en el horizonte, algunos, los ojos en blanco. Babeaban, y no parecían estar allí.

Daruu era el único que era capaz de ver a dónde iba el chakra que salía de los cables. Por tanto, era el encargado de averiguar dónde descansaba el cuerpo, o más bien la consciencia, de Shiruuba. La respuesta era muy simple.

—Shiruuba no está en ninguna parte. —Daruu hablaba con parsimonia, tratando de hacerse entender y a la vez de bloquear sus sentimientos, no de una manera muy diferente a cómo lo hacía Kōri diariamente. Sin embargo, la voz le temblaba un poco, a diferencia de a su maestro. Les miraba, pero no les miraba a ellos, sino a un punto más allá de ellos—. Shiruuba está en todas partes. Veo su chakra alrededor de nosotros, impregnando toda la isla. Estos cables sólo la reparten al ambiente.

—Para matar al Genjutsu, hay que matar a Shiruuba. Pero Shiruuba es el propio Genjutsu. La frase está mal. La formulación está mal. Para matar a Shiruuba...

Los dedos de la mano derecha de Daruu se movieron.

—...hay que matar al Genjutsu.

Daruu giró bruscamente y seccionó una arteria en el cuello de uno de los esclavizados. La sangre le empapó entero, y el grito de terror del antes enmudecido sufridor le despertaría en terribles pesadillas días después, pero él cerró los ojos y corrió hacia otro, clavándole el kunai en la yugular. Golpes limpios, que sufran lo mínimo, posible, no les mires a la cara, no es una niña, es una persona torturada que está mejor muerta.

Por mucho que se repitiese aquellas palabras, no era más fácil.

—¡¡Ya están muertos!! ¡¡Ya están muertos!! ¡¡Tenerlos así es una crueldad!! ¡¡SHIRUUBA!!

—¡NNNOOOOOOOOOOOOOOOOO! —El bramido de ira de Shiruuba lo llenó todo—. ¡PARA!

La mujer se materializó en el aire, como había hecho cuando llegaron a la isla, y le lanzó la cuchilla de su kusarigama, dispuesta a clavársela en la espalda.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
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Mensajes en este tema
(C) Al otro lado del papel - por Aotsuki Ayame - 15/01/2018, 11:45
RE: (C) Al otro lado del papel - por Amedama Daruu - 12/03/2018, 00:08
RE: (C) Al otro lado del papel - por Sama-sama - 12/03/2018, 00:17


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