17/03/2018, 18:21
Sabía que su ridículo acto desesperado no iba a dar resultado. Lo sabía, entre otras razones, porque aquel hombre ya estaba muerto, por lo que sería imposible matarlo de nuevo. De todas maneras, aquella no había sido su intención siquiera.
¿Y entonces por qué lo había hecho? Ni siquiera para ella la respuesta estaba tan clara.
Y aún así se sobresaltó cuando El Ahorcado ensanchó aún más su sonrisa.
—Respuesta...
Quiso retroceder. Quiso gritar. Pero la oscuridad la envolvió de nuevo y la asfixió hasta hacerle perder el conocimiento. Y sus últimos pensamientos fueron para sus compañeros en aquella lunática aventura.
No estaba muerta. Aquel fue su primer pensamiento cuando empezó a recuperar la consciencia. Sentía el suelo, frío y duro, debajo de su cuerpo, y podía escuchar un constante y casi irritante goteo en algún lugar. Cuando abrió los ojos se encontró de nuevo con aquella luz carmesí y aún le costó algunos segundos discernir en aquella extraña mezcla de luces y sombras que parecía encontrarse en un cuarto de baño. Frente a ella, la presencia de dos piernas hicieron saltar todas sus alarmas. Ayame se reincorporó rápidamente. El Ahorcado estaba allí con ella, sentado sobre el lavabo mientras jugueteaba de forma distraída con los grifos... y con el kunai que ella misma le había clavado en el pecho.
—Por fin despiertas muchacha, la verdad es que nunca he conocido a una chiquilla que le diese tanto miedo la oscuridad —dijó, girándose hacia ella, pero Ayame no respondió siquiera.
«Obvio, nos ha estado observando.»
—La verdad es que de todas las opciones que podías haber elegido, escogiste la que más me afectaría a mí, y eso me ha hecho daño.
Aunque nadie lo diría, a juzgar por aquella sonrisa de medio lado que le ponía los pelos de punta y porque seguía tan intacto como al principio. Ayame desvió la mirada hacia un lado, tratando de ubicar la salida del cuarto de baño. ¿Le daría tiempo a alcanzarla a tiempo de que se lo impidiera? ¿O quizás sería mejor armar el mayor escándalo que pudiera para advertir a sus compañeros?
—¿Por qué decidiste hacer aquello? —le preguntó, señalándola directamente con el kunai.
Y Ayame tragó saliva, con la mirada clavada en el filo metálico. Él estaba armado. Ella no. Él parecía ser inmune a cualquier tipo de ataque...
Y ella estaba a su merced.
—E... escapar yo sola no era una opción. No podía abandonarlos —balbuceó, sintiendo la boca repentinamente seca—. Y acabar con sus vidas mucho menos. Tampoco podría haber usado el kunai para liberarlos antes de que me lo impidieras...
«Así que hice lo primero que se me vino a la cabeza para hacerles ganar tiempo...» Completó en su mente.
Volvió a mirarle directamente a los ojos, para después volver al kunai que sostenía.
—V... ¿vas a acabar conmigo ahora?
¿Y entonces por qué lo había hecho? Ni siquiera para ella la respuesta estaba tan clara.
Y aún así se sobresaltó cuando El Ahorcado ensanchó aún más su sonrisa.
—Respuesta...
Quiso retroceder. Quiso gritar. Pero la oscuridad la envolvió de nuevo y la asfixió hasta hacerle perder el conocimiento. Y sus últimos pensamientos fueron para sus compañeros en aquella lunática aventura.
. . .
No estaba muerta. Aquel fue su primer pensamiento cuando empezó a recuperar la consciencia. Sentía el suelo, frío y duro, debajo de su cuerpo, y podía escuchar un constante y casi irritante goteo en algún lugar. Cuando abrió los ojos se encontró de nuevo con aquella luz carmesí y aún le costó algunos segundos discernir en aquella extraña mezcla de luces y sombras que parecía encontrarse en un cuarto de baño. Frente a ella, la presencia de dos piernas hicieron saltar todas sus alarmas. Ayame se reincorporó rápidamente. El Ahorcado estaba allí con ella, sentado sobre el lavabo mientras jugueteaba de forma distraída con los grifos... y con el kunai que ella misma le había clavado en el pecho.
—Por fin despiertas muchacha, la verdad es que nunca he conocido a una chiquilla que le diese tanto miedo la oscuridad —dijó, girándose hacia ella, pero Ayame no respondió siquiera.
«Obvio, nos ha estado observando.»
—La verdad es que de todas las opciones que podías haber elegido, escogiste la que más me afectaría a mí, y eso me ha hecho daño.
Aunque nadie lo diría, a juzgar por aquella sonrisa de medio lado que le ponía los pelos de punta y porque seguía tan intacto como al principio. Ayame desvió la mirada hacia un lado, tratando de ubicar la salida del cuarto de baño. ¿Le daría tiempo a alcanzarla a tiempo de que se lo impidiera? ¿O quizás sería mejor armar el mayor escándalo que pudiera para advertir a sus compañeros?
—¿Por qué decidiste hacer aquello? —le preguntó, señalándola directamente con el kunai.
Y Ayame tragó saliva, con la mirada clavada en el filo metálico. Él estaba armado. Ella no. Él parecía ser inmune a cualquier tipo de ataque...
Y ella estaba a su merced.
—E... escapar yo sola no era una opción. No podía abandonarlos —balbuceó, sintiendo la boca repentinamente seca—. Y acabar con sus vidas mucho menos. Tampoco podría haber usado el kunai para liberarlos antes de que me lo impidieras...
«Así que hice lo primero que se me vino a la cabeza para hacerles ganar tiempo...» Completó en su mente.
Volvió a mirarle directamente a los ojos, para después volver al kunai que sostenía.
—V... ¿vas a acabar conmigo ahora?