23/03/2018, 19:54
—La verdad, tengo muchas más fuerzas que antes —respondió él, encogiéndose de hombros—. Pero también mucho sueño. Supongo que no sabré si puedo aguantar hasta que lo intente. Porque, la posibilidad de dormir en una cama cómoda está totalmente descartada, ¿no? —añadió, prácticamente derritiéndose sobre la mesa del restaurante.
Kōri suspiró y dejó que su mirada vagara a través de la ventana. Fuera era de noche, y, aunque ahora algo más renovados después de comer, los tres estaban terriblemente cansados. Volvió a mirar a sus dos pupilos. Ayame seguía concentrada en aquella técnica suya tan particular y Daruu prácticamente yacía sobre el tablero de la mesa. Pero ambos compartían las mismas ojeras, ambos compartían el mismo gesto de agotamiento (físico y mental). Y él, seguramente, no debía presentar un aspecto mucho mejor. Desde luego, no eran las mejores condiciones para viajar durante una noche cerrada como aquella. Y menos si debían volar.
—Supongo que no pasará nada si descansamos esta noche —concluyó al final, y Ayame debió escuchar aquel mensaje de salvación por encima de su concentración, porque le dirigió una mirada cargada de alivio y agradecimiento—. Pero mañana partiremos con la primera luz del alba.
Alzó una mano, y el muchacho rubio, que no estaba tocando con la banda, se acercó con pasos nerviosos.
—¿Sí, señor?
—¿Conoces algún lugar donde poder pasar esta noche?
—Oh, nosotros mismos, señor. Tenemos habitaciones libres en el piso de arriba si lo desea, señor.
—Entonces resérvanos una habitación para los tres, por favor.
—Muy bien, señor, enseguida le traeré la llave, señor.
Y, tal y como había venido, se marchó.
Kōri suspiró y dejó que su mirada vagara a través de la ventana. Fuera era de noche, y, aunque ahora algo más renovados después de comer, los tres estaban terriblemente cansados. Volvió a mirar a sus dos pupilos. Ayame seguía concentrada en aquella técnica suya tan particular y Daruu prácticamente yacía sobre el tablero de la mesa. Pero ambos compartían las mismas ojeras, ambos compartían el mismo gesto de agotamiento (físico y mental). Y él, seguramente, no debía presentar un aspecto mucho mejor. Desde luego, no eran las mejores condiciones para viajar durante una noche cerrada como aquella. Y menos si debían volar.
—Supongo que no pasará nada si descansamos esta noche —concluyó al final, y Ayame debió escuchar aquel mensaje de salvación por encima de su concentración, porque le dirigió una mirada cargada de alivio y agradecimiento—. Pero mañana partiremos con la primera luz del alba.
Alzó una mano, y el muchacho rubio, que no estaba tocando con la banda, se acercó con pasos nerviosos.
—¿Sí, señor?
—¿Conoces algún lugar donde poder pasar esta noche?
—Oh, nosotros mismos, señor. Tenemos habitaciones libres en el piso de arriba si lo desea, señor.
—Entonces resérvanos una habitación para los tres, por favor.
—Muy bien, señor, enseguida le traeré la llave, señor.
Y, tal y como había venido, se marchó.