2/04/2018, 15:56
El Ahorcado la escuchaba con atención, con una afable sonrisa curvando sus labios. Como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. No podía ser de otra manera, pensó Ayame, pues aquel hombre ya llevaba muerto mucho tiempo...
—Pero Ayame-san, no te di la opción de matarlos... Era elegir entre tú misma y todos vosotros, pero no dije matar en ningún momento... —respondió con voz melosa, negando con la cabeza—. En resumidas cuentas, te estaba ofreciendo un kunai para continuar con tu viaje.
Y a Ayame se le congeló el corazón en el pecho.
«¡Mierda...!» Maldijo para sus adentros, aterrada, al comprender que había malinterpretado por completo las reglas de aquel absurdo juego en el que estaban atrapados. Y ahora no sólo no estaban libres, sino que ella volvía a estar desarmada.
Sus ojos viraron de nuevo al kunai que parecía tenderle El Ahorcado. Bajo aquella mortecina luz sanguinolenta, el arma parecía mucho más peligrosa que nunca.
—Claro que... En vez de elegir entre tú o todos, preferiste herirme, ¡a mí! ¿Cómo crees que se lo podría haber tomado vuestro anfitrión? —negó de nuevo.
«Ya está. Va a matarme aquí y ahora...» Pensó Ayame.
Quiso retroceder, pero entonces El Ahorcado apareció frente a ella de un salto, quien dejó escapar un lastimado gemido de terror y se preparó para lo peor. Pero el hombre se agachó. Sus ojos muertos quedaron frente a los suyos y sus labios esbozaron una media sonrisa mientras ella no podía dejar de temblar. Sintió sus manos gélidas tomar las suyas, y sintió también que cerraba sus dedos en torno a algo duro y metálico.
—Respuesta correcta —dijo.
Y antes de que pudiera preguntarle, se vio rodeada por un súbito remolino que le obligó a cerrar los ojos. Para cuando pudo volver a abrirlos, se encontraba sola en el cuarto de baño y en su mano sostenía el kunai y una pieza similar a la de Juro y a la de Jin.
La tercera pieza. Ya sólo quedaba una.
Ayame se dio media vuelta y se abalanzó sobre la puerta. Tomó el picaporte y lo giró. Pero la puerta estaba firmemente cerrada.
—¡¡¡AYUDA!!! ¡¡¡CHICOS!!! —bramó, golpeando la puerta con sus puños tratando de llamar la atención de sus compañeros aunque ni siquiera sabía dónde ni cómo estaban.
Al final miró el kunai que tenía en la mano y una idea cruzó su cabeza. Se agachó junto a la puerta, buscando su cerradura. Si tenía suerte, podía intentar forzarla...
—Pero Ayame-san, no te di la opción de matarlos... Era elegir entre tú misma y todos vosotros, pero no dije matar en ningún momento... —respondió con voz melosa, negando con la cabeza—. En resumidas cuentas, te estaba ofreciendo un kunai para continuar con tu viaje.
Y a Ayame se le congeló el corazón en el pecho.
«¡Mierda...!» Maldijo para sus adentros, aterrada, al comprender que había malinterpretado por completo las reglas de aquel absurdo juego en el que estaban atrapados. Y ahora no sólo no estaban libres, sino que ella volvía a estar desarmada.
Sus ojos viraron de nuevo al kunai que parecía tenderle El Ahorcado. Bajo aquella mortecina luz sanguinolenta, el arma parecía mucho más peligrosa que nunca.
—Claro que... En vez de elegir entre tú o todos, preferiste herirme, ¡a mí! ¿Cómo crees que se lo podría haber tomado vuestro anfitrión? —negó de nuevo.
«Ya está. Va a matarme aquí y ahora...» Pensó Ayame.
Quiso retroceder, pero entonces El Ahorcado apareció frente a ella de un salto, quien dejó escapar un lastimado gemido de terror y se preparó para lo peor. Pero el hombre se agachó. Sus ojos muertos quedaron frente a los suyos y sus labios esbozaron una media sonrisa mientras ella no podía dejar de temblar. Sintió sus manos gélidas tomar las suyas, y sintió también que cerraba sus dedos en torno a algo duro y metálico.
—Respuesta correcta —dijo.
Y antes de que pudiera preguntarle, se vio rodeada por un súbito remolino que le obligó a cerrar los ojos. Para cuando pudo volver a abrirlos, se encontraba sola en el cuarto de baño y en su mano sostenía el kunai y una pieza similar a la de Juro y a la de Jin.
La tercera pieza. Ya sólo quedaba una.
Ayame se dio media vuelta y se abalanzó sobre la puerta. Tomó el picaporte y lo giró. Pero la puerta estaba firmemente cerrada.
—¡¡¡AYUDA!!! ¡¡¡CHICOS!!! —bramó, golpeando la puerta con sus puños tratando de llamar la atención de sus compañeros aunque ni siquiera sabía dónde ni cómo estaban.
Al final miró el kunai que tenía en la mano y una idea cruzó su cabeza. Se agachó junto a la puerta, buscando su cerradura. Si tenía suerte, podía intentar forzarla...