4/04/2018, 02:05
Kaido se sintió, de pronto, molesto. Enervado. Porque, él era partidario de que no había mejor escenario para construir y moldear la confianza entre dos personas que cuando la vida de ambos se ha visto puesta en peligro y durante más de una ocasión. ¿Es que no era eso suficiente para romper con las barreras entre aldeas y permitirse contarse cosas que por lo general no debías comentar a un extranjero?
Desde luego que no. Pero a él le importaba un cojón y medio. No uno, ni dos. Sino un cojón y medio. Quería saber a toda costa sobre las vicisitudes que habían afectado a Uzushiogakure y cuyos rumores se esparcieron en sinsentidos a lo largo y ancho de Onindo, y si no podía conseguir la veracidad que buscaba de boca del cabrón de Riko, conocía a alguien que con un buen incentivo seguro que soltaba la lengua. Su nombre terminaba en la E, y tenía los ojos rojos.
La cuestión era encontrarse nuevamente con el charlatán número uno: Uchiha Datsue.
No supo cuándo se durmió, ni cómo. Tampoco el cómo demonios no se cayó de aquel árbol si no se había atado con nada. Y tampoco iba a poder saber que de pronto una nube aparentemente tóxica e indudablemente peligrosa se acercaba hacia él para envolverle en un beso fraternal pues la imperante voz de mando del peliblanco le entró por un oído, y le salió por una fosa nasal tras un intenso y profundo ronquido.
Kaido dormía plácidamente con la muerte acercándose a toda marcha. Riko tendría que hacer más para sacarlo de su sopor, desde luego.
Desde luego que no. Pero a él le importaba un cojón y medio. No uno, ni dos. Sino un cojón y medio. Quería saber a toda costa sobre las vicisitudes que habían afectado a Uzushiogakure y cuyos rumores se esparcieron en sinsentidos a lo largo y ancho de Onindo, y si no podía conseguir la veracidad que buscaba de boca del cabrón de Riko, conocía a alguien que con un buen incentivo seguro que soltaba la lengua. Su nombre terminaba en la E, y tenía los ojos rojos.
La cuestión era encontrarse nuevamente con el charlatán número uno: Uchiha Datsue.
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No supo cuándo se durmió, ni cómo. Tampoco el cómo demonios no se cayó de aquel árbol si no se había atado con nada. Y tampoco iba a poder saber que de pronto una nube aparentemente tóxica e indudablemente peligrosa se acercaba hacia él para envolverle en un beso fraternal pues la imperante voz de mando del peliblanco le entró por un oído, y le salió por una fosa nasal tras un intenso y profundo ronquido.
Kaido dormía plácidamente con la muerte acercándose a toda marcha. Riko tendría que hacer más para sacarlo de su sopor, desde luego.