9/04/2018, 11:23
Ayame había esperado que Daruu se defendiera de su Genjutsu... pero no había esperado que lo hiciera tan rápido.
Las piernas del Hyūga emitieron una nueva ráfaga de chakra, elevándole en el aire y dejando que la técnica de Ayame pasara justo por debajo de él. Ella apretó los dientes con rabia contenida, a sabiendas de que no podría hacer nada para evitar lo que se le venía encima a continuación.
Él colocó los brazos en cruz.
«Estúpida de mí...» Se recriminó, llevándose una mano al pecho.
Daruu volvió a separar los brazos, y a la trayectoria de estos les siguió sendos arcos que parecían estar constituidos por una especie de agua pegajosa y viscosa. De aquellos arcos surgieron hasta seis pájaros, como aquellos en los que habían montado más de una vez, pero en una escala mucho menor.
«Mierda...»
Ayame quiso hacerse a un lado, pero seguía resollando con esfuerzo. El corazón le palpitaba en las sienes. Y, lo peor de todo, sus piernas no le respondían. Le habría gustado al menos usar su técnica de la hidratación para al menos mitigar los daños que, irremediablemente, iba a sufrir, pero no pudo hacer más que cruzar los brazos frente al rostro. Sintió el impacto de los seis pájaros en el cuerpo como seis martillos azuzándola. Retrocedió. Y terminó Cayendo de espaldas al suelo entre jadeos de dolor y agotamiento.
«¡Maldita debilucha!» Se laceró, con los ojos llenos de lágrimas, arañando la arena bajo sus manos con toda su rabia.
Se obligó a reincorporarse, con los iris clavados en su compañero. Había cometido un grave error, y eso se acababa de volver en su contra.
—Menuda manera de empezar —susurró entre dientes, mientras volvía a introducir la mano en el portaobjetos.
No podía seguir siendo una llorona. No volvería a depender de ellos. No volvería a ser un lastre en las misiones. No volvería a dejarse vencer de una manera tan humillante como en la final del torneo. Sorprendería a su padre, y él estaría orgulloso de ella.
Tenía que ser fuerte para cumplir su propósito. Y para eso tenía que asegurarse de no volver a tropezar dos veces con la misma piedra.
Las piernas del Hyūga emitieron una nueva ráfaga de chakra, elevándole en el aire y dejando que la técnica de Ayame pasara justo por debajo de él. Ella apretó los dientes con rabia contenida, a sabiendas de que no podría hacer nada para evitar lo que se le venía encima a continuación.
Él colocó los brazos en cruz.
«Estúpida de mí...» Se recriminó, llevándose una mano al pecho.
Daruu volvió a separar los brazos, y a la trayectoria de estos les siguió sendos arcos que parecían estar constituidos por una especie de agua pegajosa y viscosa. De aquellos arcos surgieron hasta seis pájaros, como aquellos en los que habían montado más de una vez, pero en una escala mucho menor.
«Mierda...»
Ayame quiso hacerse a un lado, pero seguía resollando con esfuerzo. El corazón le palpitaba en las sienes. Y, lo peor de todo, sus piernas no le respondían. Le habría gustado al menos usar su técnica de la hidratación para al menos mitigar los daños que, irremediablemente, iba a sufrir, pero no pudo hacer más que cruzar los brazos frente al rostro. Sintió el impacto de los seis pájaros en el cuerpo como seis martillos azuzándola. Retrocedió. Y terminó Cayendo de espaldas al suelo entre jadeos de dolor y agotamiento.
«¡Maldita debilucha!» Se laceró, con los ojos llenos de lágrimas, arañando la arena bajo sus manos con toda su rabia.
Se obligó a reincorporarse, con los iris clavados en su compañero. Había cometido un grave error, y eso se acababa de volver en su contra.
—Menuda manera de empezar —susurró entre dientes, mientras volvía a introducir la mano en el portaobjetos.
No podía seguir siendo una llorona. No volvería a depender de ellos. No volvería a ser un lastre en las misiones. No volvería a dejarse vencer de una manera tan humillante como en la final del torneo. Sorprendería a su padre, y él estaría orgulloso de ella.
Tenía que ser fuerte para cumplir su propósito. Y para eso tenía que asegurarse de no volver a tropezar dos veces con la misma piedra.