11/04/2018, 12:12
(Última modificación: 11/04/2018, 12:13 por Aotsuki Ayame.)
Pero Mogura simplemente enarcó una ceja. Como única respuesta se acercó de nuevo a la puerta del baño y volvió a llamar.
—Hanako-san. ¿Te encuentras dentro?
—¡Noooooo...! —gimoteó Ayame, llevándose las manos a la cabeza.
Percibió que el Chūnin se disponía a llamar a la puerta de nuevo, y prácticamente se abalanzó sobre él para agarrarle del brazo y detenerle.
—¿Quién es Hanako-san, Ayame?
Ella abrió la boca para responder, pero entonces les llegó una voz desde el interior. Una voz infantil, de una chiquilla, y cargada de la más absoluta lástima.
—Sí... Estoy aquí...
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Muerta de miedo, Ayame salió corriendo, tan rápido como le permitían sus temblorosas piernas, y en apenas un parpadeo bajó los tres pisos de la academia prácticamente volando sobre los escalones. Salió del edificio, y una vez se vio a salvo de toda aquella locura, se dejó caer al suelo de rodillas. Tenía la piel de gallina, el corazón le palpitaba a toda velocidad y todo su cuerpo temblaba sin control.
—Era verdad... era verdad... El tercer piso de la academia está maldito... —murmuraba, sintiendo la voz pastosa en la garganta. ¿Pero cómo se le había ocurrido entrar ahí? ¡Menuda estupidez!
—Hanako-san. ¿Te encuentras dentro?
—¡Noooooo...! —gimoteó Ayame, llevándose las manos a la cabeza.
Percibió que el Chūnin se disponía a llamar a la puerta de nuevo, y prácticamente se abalanzó sobre él para agarrarle del brazo y detenerle.
—¿Quién es Hanako-san, Ayame?
Ella abrió la boca para responder, pero entonces les llegó una voz desde el interior. Una voz infantil, de una chiquilla, y cargada de la más absoluta lástima.
—Sí... Estoy aquí...
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Muerta de miedo, Ayame salió corriendo, tan rápido como le permitían sus temblorosas piernas, y en apenas un parpadeo bajó los tres pisos de la academia prácticamente volando sobre los escalones. Salió del edificio, y una vez se vio a salvo de toda aquella locura, se dejó caer al suelo de rodillas. Tenía la piel de gallina, el corazón le palpitaba a toda velocidad y todo su cuerpo temblaba sin control.
—Era verdad... era verdad... El tercer piso de la academia está maldito... —murmuraba, sintiendo la voz pastosa en la garganta. ¿Pero cómo se le había ocurrido entrar ahí? ¡Menuda estupidez!