13/04/2018, 00:50
Ayame escuchó la arena deslizarse a su espalda.
«¿¡Pero cómo...!?»
Ni siquiera pudo completar el pensamiento. Sintió dos súbitos pinchazos en la espalda, y la voz de Daruu llegó hasta sus oídos.
Y supo que era el final para ella.
—Ni Shō...
Ayame ni siquiera oyó el resto de la retahíla. O, más bien, no la escuchó. A aquellas dos puñaladas les siguieron otras cuatro. Y después de aquellas perdió la cuenta. Al dolor le acompañó una repentina fatiga, como si Daruu hubiera abierto un grifo de alguna manera y hubiera frenado todo su chakra. Con el último golpe, la empujó contra la arena, y Ayame quiso levantar un muro de agua para defenderse, pero su cuerpo, tal y como había ocurrido al principio del combate, no le reaccionó. La diferencia era que, en aquella ocasión, la culpa no había sido suya.
«O en realidad sí...»
Escuchó el nombre de la técnica que supondría su condena, pero nada podría haberla preparado para el dolor que sintió cuando el taladro la atravesó, y está vez si encontró su carne y su sangre.
Todo se oscureció rápidamente a su alrededor, y las lágrimas volvieron a aflorar inevitablemente a sus ojos y terminaron rodando por sus mejillas.
«No ha servido de nada...» Pensaba, cln un terrible dolor en su pecho cada vez que inspiraba o espiraba. Sus últimos pensamientos, amargos y dolorosos como las puñaladas que acababa de recibir, laceraron los remanentes de su conciencia. «Debería... rendirme... No... sirvo...»
Seguiría siendo débil. Seguiría llorando. Uchiha Datsue volvería a reírse de ella. Y si no había conseguido siquiera hacerle frente a Daruu, podía olvidarse de plantarse frente a su padre.
«¿¡Pero cómo...!?»
Ni siquiera pudo completar el pensamiento. Sintió dos súbitos pinchazos en la espalda, y la voz de Daruu llegó hasta sus oídos.
Y supo que era el final para ella.
—Ni Shō...
Ayame ni siquiera oyó el resto de la retahíla. O, más bien, no la escuchó. A aquellas dos puñaladas les siguieron otras cuatro. Y después de aquellas perdió la cuenta. Al dolor le acompañó una repentina fatiga, como si Daruu hubiera abierto un grifo de alguna manera y hubiera frenado todo su chakra. Con el último golpe, la empujó contra la arena, y Ayame quiso levantar un muro de agua para defenderse, pero su cuerpo, tal y como había ocurrido al principio del combate, no le reaccionó. La diferencia era que, en aquella ocasión, la culpa no había sido suya.
«O en realidad sí...»
Escuchó el nombre de la técnica que supondría su condena, pero nada podría haberla preparado para el dolor que sintió cuando el taladro la atravesó, y está vez si encontró su carne y su sangre.
Todo se oscureció rápidamente a su alrededor, y las lágrimas volvieron a aflorar inevitablemente a sus ojos y terminaron rodando por sus mejillas.
«No ha servido de nada...» Pensaba, cln un terrible dolor en su pecho cada vez que inspiraba o espiraba. Sus últimos pensamientos, amargos y dolorosos como las puñaladas que acababa de recibir, laceraron los remanentes de su conciencia. «Debería... rendirme... No... sirvo...»
Seguiría siendo débil. Seguiría llorando. Uchiha Datsue volvería a reírse de ella. Y si no había conseguido siquiera hacerle frente a Daruu, podía olvidarse de plantarse frente a su padre.